La poesía del bonaerense Juan
Gelman se nutrió de tensiones muy diversas. Entre esas tensiones, dos de ellas
me parecen las principales, o al menos las más características: la que se
establecía entre su afán de esencialidad lírica y su inclinación al esparcimiento
verbal. (Una tensión pareja a la que marcó la obra del peruano César Vallejo,
por ejemplo, que acertó a fundir su condición de gran verbalista con la de gran
dramatizador: un poeta fascinado tanto por la pirueta como por los abismos, por
el juego en verso y por el desastre en vida.) Cuando ambas tensiones conseguían
conciliarse, encontrar un punto adecuado y armonioso de intersección, la poesía
de Gelman alcanzaba una cualidad diamantina. En otras ocasiones, la balanza
tendía a inclinarse del lado de la indagación retórica, basada en él en
recursos que parecían buscar tanto la sorpresa como el extrañamiento, la
fijación de unos modos de expresión que violentaran lo previsible.
Juan Gelman se
convirtió en un experimentado maestro de las distorsiones verbales, adquiriendo
así unas fórmulas expresivas que dan carácter peculiar a su obra poética. Una
poesía la suya que huye no tanto de la anécdota como de la explicitud, aunque
no desde formulaciones más o menos jeroglíficas, sino a través de un sentido
propio del monólogo poético, un monólogo que a veces no tenía intención alguna
de transformarse en diálogo con el lector, sino de mantenerse en su estado de
mensaje críptico: el tanteo de lo inefable. Esa fue la índole esencial de su
apuesta estética. Su obra poética adquiere de ese modo la condición de gran
aventura. Una aventura ligada insobornablemente a los enigmas insondables del
sentimiento y a los enigmas calculados del lenguaje. Una aventura en la que
resuenan –como no podía ser de otro modo- los ecos de muchas tradiciones: desde
la cancioneril a la vanguardista, pasando por la barroca o neopopular. Su
crisol.
En persona,
Gelman ofrecía varias paradojas evidentes: parecía fuerte y frágil, silencioso
y hablador, melancólico y alegre, abstraído y atento.
Nos deja miles
de poemas y el ejemplo, también, de sus luchas privadas, que no fueron pocas ni
sencillas. En uno de sus últimos poemas conversó con su “esqueleto saqueado”:
“No estorbará tu vista ninguna veleidad. / Aguantarás el universo desnudo”.
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