Agosto es un mes difícil. Un mes en el que medio mundo –y es un modo de hablar- se plantea la huida de su mundo. Un mes en el que medio mundo se prepara para recibir la invasión del otro medio.
Sale uno por la puerta cargado de maletas y con la cabeza llena de ilusiones, porque el viaje tiene eso: que te hace esperar mucho de la vida. Luego, como es lógico, la vida da de sí lo que da, que puede ser mucho o poco, según ande uno consigo (con su conciencia y con ese tipo de cosas), porque el factor principal de un viaje no es tanto el estado del punto de llegada como el estado del punto de partida, y ese punto de partida es siempre uno mismo. Viajar consiste en una fuga, pero hay quien lleva la prisión por dentro. Viajar es olvidarse un poco, pero hay quien no puede dejar atrás la memoria. Viajar supone una aventura, pero hay quien lleva por dentro la desventura. Por el contrario, quien lleva consigo la alegría camina siempre en dirección al paraíso.
Sea como sea, ya estamos en agosto, el mes por excelencia de la evasión. El mes en que uno se echa por encima una camiseta de estampaciones casi impensables, se calza unas chanclas, se embute en unas bermudas, se pone una gorra… y a vivir, disfrazado de no se sabe qué, aunque sepamos en el fondo de qué: de quien no eres. Porque las vacaciones activan la rebeldía de la identidad: te niegas a ser durante unas semanas ese individuo trajeado y madrugador que está obligado a atender a los clientes con una sonrisa, así lleguen los clientes con cara de perro peleón; te niegas a ser durante unos días esa ama de casa condenada a la puntualidad de las comidas y de la hora de salida del colegio, esclavizada por la pila de ropa sin planchar y por la pila de ropa pendiente de lavar; te niegas a ser el estudiante abrumado por las trampas imprevisibles de la mnemotecnia… Te niegas.
Llega el mes de agosto y procuras hacer una especie de viaje astral, una salida de ti mismo a fin de convertirte en una persona exótica para ti mismo: alguien que se levanta cuando le parece, que come sardinas de pie en un chiringuito, que se acuesta a las tantas y con unos centilitros de alcohol en la sangre, con la sugestión de vivir en un sábado eterno. Llega agosto y los aeropuertos se convierten en ferias, los bares en manifestaciones multitudinarias, las playas en cuadros de El Bosco y los supermercados en un hormiguero. Llega agosto y a todo el mundo le entra la nostalgia del Edén, de la edad de la inocencia, de la edad sin edades. Y todo parece, no sé, una representación teatral masiva, un festival de imposturas, porque se trata de eso: de despistar un poco la memoria, de hacerse un poco el tonto con respecto a la propia vida, de hacerse un poco el longuis con respecto al destino.
Llega agosto, en fin, y muchos hacen la maleta, dejando atrás una casa, una rutina, una ocupación y un fantasma. Ese fantasma que, durante el resto del año, está obligado a vestirse de una manera específica, a comportarse de un modo invariable, a pensar de manera ineludible en determinados asuntos siempre urgentes. Ese fantasma que se queda cautivo en una mazmorra durante todo el mes de agosto, ululando. Esperando.
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4 comentarios:
Magistral tu manera de describir la llegada de agosto..se podía ver esa gente huyendo hacia los días de no hacer nada en donde como dices, se queda el fantasma que debe deambular los 11 meses restantes esperando mientras la gente se retrata en las imágenes de ojos vacacionistas..
Bss
Felipe, me ha gustado tu entrada agostera, coincido contigo en la mayoría de apreciaciones pero disiento en un matiz, el viaje siempre es interior y su tesoro es el tránsito y no la llegada (ya pensaba así Kavafis, no?), pero el matiz es más que nada para no convertir el comentario en un halago mimético. Felicidades por el blog, lo he descubierto hoy por el enlace que me ha indicado una amiga.
http://ferranblasco.blogspot.com/
Pues envídienme: estoy de vacaciones en un sitio en el que HACE FRÍO.
¡Já!
La palabra "escapada" o la expresión "buscarse a sí mismo", como últimamente "relajarse", "desconectar", etc... más allá de los slogans publicitarios del sector en este mes, si se observan con ironía, y tras las experiencias acumuladas de cada cual, podrían hacernos pensar que la "vuelta a la realidad" del mes siguiente no es tal, por cuanto los pintorescos huéspedes del verano fuimos nosotros, de quienes difícilmente se podrá escabullir uno, tanto más cuanto mejor aprovechadas fueron esas vacaciones para instruirse, detener el tiempo y ensimirmarse en la nada obligacional. Y al final esa realidad retornada podría ser mucho más fantasmagórica, aguardando a cada esquina, como esa infame rutina que a muchos asusta.
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