El juicio a los imputados en la operación Malaya tiene muchas papeletas para convertirse en un sainete surrealista en el que, gracias a la estrategia retórica de los abogados, los integrantes de esa banda de tunantes y tunantas acaben siendo presentados ante la ciudadanía atónita como víctimas sufrientes y colaterales del sistema capitalista.
Allí lo que menos sobra es gente, pero uno echa de menos en esa pandilla tan populosa a Carlos Fernández, aquel concejal del Partido Andalucista que, a pesar de tener cara de estar haciendo a diario la primera comunión, se dejó seducir por las intrigas del poder y por el poder del dinero y que aún hoy anda en paradero desconocido, aunque la policía tiene indicios de que anda escabullido en la Pampa argentina. ¿Disfrazado de gaucho? Quién sabe, porque un huido de la justicia es capaz de disfrazarse de cualquier cosa con tal de no tener que disfrazarse de presidiario.
De todas formas, como uno es fantasioso por naturaleza y por deformación profesional, prefiere imaginar al concejal fugado como huésped de algún palacio fastuoso erigido en algún solar reseco de los Emiratos Árabes, con su chilabita de seda y demás accesorios propios de los lugareños, llevando vida de jeque vicario, como quien dice, aunque echando mucho de menos a su madre, porque tiene fama de madrero, y nadie ha demostrado que los presuntos delincuentes carezcan de ternura filial, a pesar de carecer por completo de ternura social. Me lo imagino, ya digo, en un sitio de esos, en Dubai, por ejemplo, no sé, porque no sería extraño que el prófugo Fernández, en sus tiempos de prevaricador, de malversador y de defraudador, entablase una amistad verdadera con algún que otro potentado de allí, de esos que recalan en Marbella para cerrar las joyerías y todo lo que humanamente pueda cerrarse, incluida la conciencia del prójimo.
Es posible, no sé, que Fernández se aloje en la caseta del perro de algún jeque, pero creo que estarán de acuerdo conmigo en que la caseta del perro de un jeque puede reunir mejores condiciones de habitabilidad que muchas viviendas de obreros, aparte de tratarse de un escondrijo casi perfecto, porque la policía no suele buscar en esos recintos a los concejales fugados, aunque es verdad que nuestro Fernández corre el riesgo de que el perro de la policía se asome por casualidad a la caseta del perro del jeque, se encapriche de aquellos esplendores y se quede a vivir allí, con la pérdida de intimidad que esa circunstancia representaría para el villanito marbellí con aspecto de no haber roto nunca un plato, a pesar de haber destrozado una vajilla entera.
A mí, ¿qué quieren que les diga?, la decisión de Fernández de darse a la fuga me parece intachable. Creo que los demás imputados en el caso Malaya debieron hacer lo mismo en su día. Es verdad que, con su evasión, se librarían del peso de la justicia. Pero, como contrapartida, nosotros nos libraríamos de ellos para siempre, que es de lo que se trata.
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3 comentarios:
Muy bueno, como siempre.
Gracias por compartir.
Al leer el título de la entrada me sentí aludido.
Aprovecho para decirle que ha expuesto muy bien el tema aunque reitero que el título crea confusión, dicho todo de forma irónica.
Un saludo.
Así que está Usted ahí... ¿Dónde está su hermano, dónde?
En relidad, yo prefiero que los enchironen cuanto antes mejor, pero siempre me queda una sensación de cosa fallida cuando al cabo de unos añitos salen sin haber devuelto un duro y pueden disfrutar de sus cuentas en Caimán (que son mis carreteras, mis becas de investigación para sufridos becarios, mi pensión de cuando yo sea viejecito, si es que llego).
Me descubro totalmente bolchevique a este respecto, y declaro sin pudor mi deseo de que los frían a la romana y les expriman hasta el último céntimo que han mangado, si es necesario mediante un uso controlado estatalmente de sus cuerpos en burdeles oficiales.
Coño, qué buena idea. Seguro que no se le ha ocurrido a nadie.
"Tírese a un implicado en el caso Malaya por tan sólo veinte euros".
Sería estupendo, y está demostrado que hay gustos para todo...
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