Ha muerto Carlos Castilla del Pino. No soy muy amigo de parapsicologismos, pero precisamente ayer, unas pocas horas antes de enterarme de la noticia, me dije: "Tengo que llamar a Celia y a Carlos, que hace muchísimo que no sé de ellos". Almudena Grandes me cuenta que le pasó algo parecido durante la víspera. Meros azares, supongo. (¿Qué si no?) Va una página que escribí para el volumen que se publicó con motivo de su 80 cumpleaños, en 2003.
Tristeza, en fin. El presente más vacío.
EL HOMBRE DE LA CASA DEL OLIVO
(Caricatura lírica)
Cuando llega cada tarde, en su coche deportivo y plateado, a su caserón dieciochesco de Castro del Río, es posible que algunos lugareños se figuren que se trata de una especie de Mefistófeles que regresa de sembrar quimeras diabólicas por el mundo, o quizá de un nieto de Merlín que acaba de perpetrar tareas inconcretamente sobrenaturales, o tal vez de un alquimista de bata blanca que acaba de salir de un laboratorio en el que trabaja con materias abstractas y un tanto sulfurosas: la memoria, el pasado, las sentinas del subconsciente…
(Caricatura lírica)
Cuando llega cada tarde, en su coche deportivo y plateado, a su caserón dieciochesco de Castro del Río, es posible que algunos lugareños se figuren que se trata de una especie de Mefistófeles que regresa de sembrar quimeras diabólicas por el mundo, o quizá de un nieto de Merlín que acaba de perpetrar tareas inconcretamente sobrenaturales, o tal vez de un alquimista de bata blanca que acaba de salir de un laboratorio en el que trabaja con materias abstractas y un tanto sulfurosas: la memoria, el pasado, las sentinas del subconsciente…
Carlos Castilla te mira y tienes la aprensión de que está viendo, como en un diorama, la trama complicada de tu vida, con esos ojos suyos que parecen taladrar las apariencias, traspasar las realidades engañosas, arrancarle al ser sus disfraces de carnaval sombrío, sus ropas de camuflaje, las cadenas de tiniebla que lo atan a la columna de los martirios invisibles, para así desentrañar los enigmas que flotan dentro de nosotros igual que si fuesen espectros atormentados y ululantes, huéspedes fijos de esa pensión con goteras que es el alma, o lo que quiera que sea lo que tenemos por ahí dentro.
Carlos Castilla del Pino llega a su Casa del Olivo y varios perros acuden a saludarlo; los acaricia, les habla con delicadeza franciscana, y los perros saltan en torno a él mientras recorre los patios del caserón, esos patios cordobeses que son tan de Roma andaluza, y allí lo aguarda Celia, entre libros, con su sonrisa gioconda, dama del laberinto silencioso.
Este hombre sabio ha desafiado los misterios más hondos, ha sabido conjugar la lógica insobornable del artista con el instinto poético del científico, ha sabido transmitirnos el consuelo de que detrás de los enigmas puede no haber sino otro enigma, pero que siempre habrá una respuesta, un bálsamo de palabras, una explicación.
Este hombre sabio, en fin, decidió un día declararle la guerra al sufrimiento misterioso que misteriosamente nos infligimos a nosotros mismos, al dolor de esas heridas que supuran sombra, y en eso sigue.
Algunos vecinos, al verlo llegar, tal vez se pregunten por la verdadera esencia de la labor de este hombre, y es posible que esa esencia les resulte difusa, y es posible, por tanto, que entretengan entonces ilusiones descabelladas y que se lo imaginen, ya digo, como una especie de Mefistófeles, como un nieto de Merlín, tal vez como un alquimista…
Pero ese hombre llega a su casa y juega con sus perros, ordena papeles, lee, ve una película, hace mezcla de aceites para las tostadas, habla con su mujer de esto y de lo otro, recibe a algún amigo… Quizá porque conoce demasiado bien la realidad como para no respetarla.
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3 comentarios:
¿Azar? ¿casualidad? ¿destino?
Chesterton decía que siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero también otra cosa que se llama albedrío y que lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción.
Realmente, Castilla tenía mirada de diorama.
Saludos de una fan. Es un lujo leerle.
Una gran perdida para todos. Esa mirada enigmática que parece esconder toda la sabiduria (así, como lo entendía, Borges). Tuve la suerte de tener a Celia como profe en el Instituto y en la Universidad. Le deseo lo mejor.
Un abrazo.
Daniel.
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