domingo, 28 de marzo de 2021

MIA, WOODY Y DYLAN

 


Visto esto, que deja muy mal cuerpo.

Por decirlo todo: en general, me gusta poco el cine de Woody Allen.
¿Un genio? Bueno, la genialidad es un concepto fluctuante, y cabría suponer que para reconocer y calibrar la genialidad ajena habría que disponer de una genialidad propia, pero bien está: para muchos, un genio. Vale.

Los cuatro capítulos de este documental se centran en los presuntos abusos sexuales a los que Allen sometió a su hija adoptiva cuando ella tenía 7 años.

En su momento, Mia Farrow acusó a Allen de tales abusos y Allen acusó a Farrow de manipular a la niña como venganza por su separación: la célebre "alienación parental", trastorno considerado como pseudocientífico por muchos psicólogos y coartada habitual para los abusadores: gracias a ese concepto, la mayoría de las madres estadounidenses que denuncian abusos cometidos por el padre pierden la custodia de sus hijos. (Y se estima que en el 88% de esos casos los menores vuelven a ser víctimas de abusos por parte de su padre.)

Este documental tiene el punto débil de ser un relato “de parte”. De la parte de Farrow. Aun así, se le da voz a Allen a través de intervenciones públicas en las que defendía su inocencia y denunciaba la malignidad de su expareja.

Hay quien esgrime como argumento exculpatorio que Allen jamás fue condenado judicialmente por esos abusos. Así es. Pero este documental revela un detalle: el juez que llevó el caso vio indicios claros de delito, aunque prefirió cerrarlo para evitar que una niña traumatizada se viese sometida a las presiones psicológicas derivadas de un juicio de repercusión mediática mundial. ¿Una decisión acertada o errónea? El propio juez sigue preguntándoselo hoy en día.

En un intento por ser ecuánimes, podríamos considerar la posibilidad de que Farrow -mujer más que extraña- manipulase a la niña y le impusiera y dictara el relato de los presuntos abusos. De acuerdo. Lo que resulta raro es que aquella niña, hoy ya mujer adulta, y tras pasar por la consulta de varios psicoterapeutas para gestionar sus traumas infantiles, mantenga sin fisuras ese relato: en el caso de tratarse de una fantasía inculcada por su madre, cabe suponer que, tarde o temprano, la mentira se hubiese derrumbado en su mente, de modo que hubiera pasado de considerarse víctima de su padre adoptivo a aceptarse como víctima de su madre adoptiva.

Y aquí podemos dar la vuelta al asunto: ¿y si es Woody Allen el que se ha hecho a sí mismo un relato falso en torno a un episodio vergonzante y vergonzoso? ¿Y si fuese Woody Allen el que ha engañado a su conciencia con mentiras sobre sí mismo inducidas por él mismo?

También es raro, de todas formas, que Woody Allen decidiera ejercer de pederasta ocasional -los psicólogos admiten esa figura- justo en medio de una ruptura sentimental bastante traumática y espinosa. ¿¿¿???

Como decía al principio, esta historia deja muy mal cuerpo, en parte porque obliga al espectador a convertirse en verdugo moral a partir de unos hechos que en esencia desconoce, por muchos detalles que se den: hay en todo este asunto un trasfondo muy turbio, una zona insondable.

Al final, no sabes qué pensar ni en qué -ni a quién- creer, y lo que queda es el sufrimiento de una niña que, ya de mujer, sigue sufriendo retrospectivamente a causa de unos episodios -¿imaginarios?-de su infancia. Ese daño permanente.


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1 comentario:

Anónimo dijo...


Magistral y ecuánime reflexión. Felicidades.