El ser humano tiende al
simbolismo. Es decir, a ver en algo no sólo ese algo, sino otro algo que está
por encima de ese algo: el algo trascendido. Por si fuese poco, esa tendencia
puede aliarse con la inclinación al pensamiento embrujado, y ahí empieza ya la
verdadera eficacia espiritual: una persona perteneciente a una civilización
avanzada puede estar convencida de que arrojar a una hoguera un papel con algo
escrito -a ser posible durante el solsticio de verano- hace que ese algo deje
de actuar maléficamente sobre su vida. Y no sólo eso: incluso es posible que
sus chakras vuelvan al sitio del que jamás debieron moverse.
La
política no es ajena a los símbolos, sino más bien todo lo contrario, hasta el
punto de que hay pesimistas que se malician que la política viene a ser el
símbolo ineficiente de lo que debería ser una gestión de lo público, pero esa
sería otra historia.
Los
símbolos están muy bien para servir como símbolos, pero para poco más, a menos
que ascendamos un símbolo a la condición de sagrado, ya sea por vía laica o por
vía religiosa, pues entonces el símbolo en cuestión adquiere una utilidad
innegable: perturbar la realidad común en beneficio de una realidad privada.
En
Cataluña, sin ir mas lejos, hay personas que ponen lazos amarillos en sitios
públicos y personas que arrancan esos lazos. La lógica nos susurra que tanto
los que los ponen como quienes los arrancan son catalanes, a no ser que existan
evidencias de que los arrancadores de lazos son cuadrillas de españoles unionistas
que operan en aquellas tierras tras viajar varias horas en un autobús
subvencionado por el Estado para dislocar la convivencia armónica de las gentes
de allí: el turismo antilazo, por así decirlo.
Como no podía
ser menos, los mossos han tomado cartas en el conflicto simbólico mediante el
procedimiento de identificar, para posible sanción, a los arrancadores de
lazos, bajo el amparo nada menos que de la Ley de Seguridad Ciudadana, alias Ley Mordaza.
¿Presos
políticos frente a políticos presos? Según el adjetivo se anteponga o se
posponga en tus mecanismos mentales, te dedicas a colgar lazos o a arrancarlos.
La fiscal general del Estado ha dicho que poner lazos es un acto de libertad de
expresión, pero que arrancarlos también lo es. Tiene toda la razón en su
apreciación salomónica, aunque ha pasado por alto un detalle: el devoto de un
símbolo no puede admitir la profanación de su símbolo. Un símbolo no se
cuestiona: simplemente es. Y se acata. Y ya.
Los
malos catalanes que arrancan el símbolo de los buenos catalanes lo tienen
difícil: un símbolo se combate con otro símbolo, no con la destrucción de un
símbolo ajeno. Para equilibrar el sistema de agravios y el sentir victimista,
que prueben, no sé, a colgar butifarras, a ver si los del otro bando no las
arrancan de cuajo.
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