(Publicado ayer en prensa)
Hay personas de naturaleza
recelosa que se preguntan que para qué sirve el Senado, de igual modo que hay
otras que se preguntan por la utilidad de, no sé, la pintura abstracta rumana.
La respuesta es sencilla: el Senado sirve para ser Senado y la pintura
abstracta rumana sirve para ser pintura abstracta rumana, al margen de la
utilidad que ambas cosas puedan tener para los españoles o para los rumanos, lo
que sería un asunto digno de un análisis un poco más complejo.
Pero,
aparte de para ser Senado como cosa en sí, el Senado sirve para que las
personas que dan sentido institucional a esa abstracción cobren dietas acordes
con la importancia de su labor en dicha abstracción, a lo que hay que sumar la
importancia que tiene el Senado por sí mismo, según ya hemos apuntado. Creo que
estaremos de acuerdo en que una persona que, aparte de su sueldo, cobra dietas
no tiene más remedio que ser feliz, pues muy sombrío hay que tener el ánimo
para cobrar dietas y andar por el mundo quejándote de tu suerte, dado que esa
queja sería más propia de alguien que está haciendo dieta, ya sea forzosa o
voluntaria.
Pero
siempre hay enemigos de la felicidad: los senadores de Unidos Podemos pidieron
la supresión de esas dietas (120 euros diarios para viajes nacionales y 150
para viajes internacionales) y que a sus señorías se les abonasen aquellos
gastos de los que presentaran justificantes, dado que los senadores viajan con
todos los gastos pagados, que se estiman entre los 1000 y los 2000 euros por
jornada, según anden los precios en la autonomía –ya sea histórica o
ahistórica- o en el país de destino al que acudan para resolver los asuntos
propios de una cámara de representación al fin y al cabo territorial.
Afortunadamente, los senadores del PP, del PSOE y del PNV se apresuraron a desestimar
mediante votación democrática esa medida descabellada y antidietética.
Y
es que ¿cómo vamos a exigir a nuestros representantes que lleven el bolsillo
repleto de facturas y que, además, tengan que contabilizarlas? Para eso
necesitarían un asesor, lo que los equipararía en plebeyez a los empresarios y
a los autónomos, esos seres mezquinos que tienen que administrar una factura
incluso si lo que compran es un paquete de folios. ¿Cómo va a compararse, en
fin, la barra libre del sistema de dietas con el fatigoso trabajo de presentar
facturas? ¿Y si a un senador se le antoja comprar en Lisboa un gallo de
cerámica? ¿Y si otro se encapricha de una caja de bombones en el aeropuerto de
Bruselas? ¿Y si mandamos a un senador a Argentina y se empeña en comprar la
cabeza disecada de un novillo? ¿Y si alguno, para aliviarse la tensión, acude
a una sauna tailandesa? Porque son humanos también. Porque también tienen
sentimientos.
No
les compliquemos, en fin, las cosas, que demasiado tienen con lo suyo. Sea lo
suyo lo que sea.
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