domingo, 24 de septiembre de 2017

RETROSPECCIÓN



(Este artículo se publicó ayer en prensa... aunque, en uno de los 16 periódicos en que aparece -en concreto el diario SUR, cuajado de frases cercenadas o intolerablemente reescritas, de errores, de agramaticalidades, de comas cambiadas de sitio, etc., gracias a la labor de un/a corrector/a anónimo/a, que para eso están: para que el firmante de un texto haga el ridículo.)


En España urge un debate sobre la fijación histórica; es decir, un debate que especifique a qué momento prefiere retrotraerse cada parcela de nuestra plurinacionalidad para fijar el origen exacto de su identidad colectiva y de sus hechos diferenciales: si se trata de una fecha del siglo XIV o XV, pongamos por caso, o ya del siglo XX, porque se ve que la realidad histórica del siglo XXI no tiene demasiados partidarios –y es lógico- entre los defensores de la retrohistoria, que por definición establecen sus argumentos en el pasado y en el futuro, dando un salto acrobático sobre el presente, que es la mercancía que tiene peor salida comercial en el negocio político, quizá porque el presente está más vinculado a la realidad en crudo que a las fantasías y futuribles que mantienen a los profesionales del bien común en sus sillones. 

          Imagino que en esa fijación temporal retrospectiva contarán mucho las hazañas bélicas y las estrategias matrimoniales de reyes, duques y condes, a pesar de que el retrohistoricismo entretiene la ilusión florida de que la historia de los pueblos la escriben a su antojo los siervos de la gleba y no sus mandatarios, lo que puede propiciar la paradoja de que algunas regiones reclamen la instauración de una república moderna con argumentos derivados de los caprichos y desmanes de unos monarcas antiguos, pero nadie ha demostrado que las paradojas impidan la coherencia, al menos no en la política y en el teatro del absurdo, esas dos disciplinas artísticas hermanadas con frecuencia por el discurso del sinsentido. 


            Urge, decía, la fijación del tiempo originario de cada una de nuestras naciones y regiones, una vez que hayamos fijado, eso sí, cuáles son nuestras naciones y cuáles nuestras regiones, por mantener un orden y no liarnos. Para evitar manipulaciones e imposiciones centralistas, me atrevo a sugerir que esa tarea corresponda a los parlamentarios autonómicos, que son quienes conocen su pasado de primera mano y quienes tienen autoridad para establecer el momento exacto en que arranca su historia nacional dentro de la plurinación o bien –si no hubiera suerte- su historieta regional dentro de la plurirregionalidad de la plurinación, según el rango que le atribuya Pedro Sánchez en alguna de sus improvisaciones metafísicas.


            Contamos ya con aportaciones relevantes: el alegre diputado Rufián, por ejemplo, con esa contundencia de juicio que le otorga su adolescencia prorrogada, ha dictaminado que el franquismo acabará el próximo 1 de octubre. Algo es algo, y no está mal como punto de partida. Ahora sólo nos queda saber si el fin del franquismo en la historia de España supondrá el fin del gobierno mítico de Wifredo el Velloso en la retrohistoria catalana, pero demos tiempo al tiempo, al tratarse de un asunto de espinosa complejidad: hay muertos que tardan más que otros en morir. 


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