lunes, 28 de diciembre de 2015

GANANCIA DE PÉRDIDA



El gran momento de cualquier régimen democrático es el día de unas elecciones. El peor momento de una democracia suele ser el día siguiente al de unas elecciones, y no sólo porque a partir de entonces la democracia se reduce a burocracia, sino también porque los políticos optan por interpretar los resultados no con arreglo a lo que dicen esos resultados, sino con arreglo a lo que ellos deciden que les conviene que digan.


        El resultado de las elecciones del 20D tiene una interpretación muy simple: un electorado de tendencias plurales, cabe suponer que derivado de una pluralidad ideológica, ya se base en principios esenciales o en meros matices, al menos en el supuesto optimista de que la mayoría de la gente vote programas y no fotografías. Pero el problema de las interpretaciones simples es que suelen resultar demasiado complejas. Los dos partidos hasta ahora mayoritarios se acomodaron al juego del cara o cruz, hasta que la moneda ha caído de canto. Esta dislocación del mecanismo de alternancia rutinaria en el poder aviva ahora el fantasma de la ingobernabilidad, sin duda porque se identifica la gobernabilidad con el desahogo que otorga una mayoría absoluta o, en el peor de los casos, un pacto de gobierno con alguna formación minoritaria, preferiblemente nacionalista, que se conforme con las sobras del festín, por lo general con menos talante cooperativo que ventajista y con menos lealtad que conformismo.


            Si la decisión de los votantes es plural, la lógica requiere que los políticos asuman ese resultado de pluralidad y procuren armonizarlo de la manera más sensata y efectiva posible, salvo que consideren que un resultado electoral disperso representa un error democrático. Pero tenemos más que visto que la lógica no es el fuerte de las decisiones políticas, sino más bien a la inversa, y ya hay quienes reclaman una repetición de los comicios, con la esperanza estratégica de que los votantes cambien de la noche a la mañana de opinión, se dejen de promiscuidades y de veleidades y concentren sus opciones. Lo pintoresco sería al fin y al cabo lo normal: que unas nuevas elecciones arrojasen un resultado idéntico. Y vuelta a empezar. Esa concatenación de elecciones nos supondría unos costes considerables, pero no cabe duda de que reforzaría nuestro sistema democrático: podríamos ejercer nuestro derecho a voto cada dos o tres meses, a la espera de una fumata de un solo color.


            Si alguien cree a estas alturas que nuestros políticos acatan los mandatos populares que salen de las urnas cuando se trata de mandatos complejos, estará sin duda de enhorabuena por su candidez, pero lo lleva claro con la realidad. El problema tradicional de la política es que todo el mundo sabe ganar, pero nadie saber perder. Y, a efectos prácticos, en estas elecciones han perdido todos.


            En cualquier caso, felices fiestas.

(Publicado el sábado en prensa)

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Así es, al perder ellos hemos ganado nosotros, el resultado no lo se, pero hemos ganado los votantes, ya nadie nos tiene en un puño,