Comoquiera que no se trata de una
cualidad electiva, la idiotez puede tener su lado digno si no rebasa el ámbito
de lo privado y se limita a ser una guía –tan incierta como cualquier otra- para
bandearse por el mundo. El problema viene cuando la idiotez privada acaba
teniendo repercusiones públicas, ya que entonces deja de ser inocua e inocente
para convertirse en culpable y peligrosa.
La
historia nos ofrece ejemplos de grandes idiotas que se han visto beneficiados
por un aura del heroísmo, de la santidad e incluso de la inteligencia: quienes
aspiraron a ser emperadores, quienes aspiraron a ser redentores de la humanidad
o quienes pusieron sus conocimientos científicos al servicio de la destrucción,
por no señalar a nadie en concreto. La idiotez sabe disfrazarse de grandeza, ya
que para eso es idiota.
Se
puede ser idiota de muchas maneras, aunque casi todas resultan infalibles. Hace
unos días, sin ir más lejos, un alcalde recibió por la mañana una comunicación
de los bomberos en la que le prohibían, por el riesgo extremo de incendio, la
quema de castillos de fuegos artificiales, aunque por la noche el alcaldillo
valiente, en vista de que “en ese momento el viento paró un poco”, decidió no
privar de diversión a sus vecinos, con el resultado de que salió ardiendo la
ladera urbanizada de una montaña y la fiesta resultó inmejorable, en especial
para los vecinos que vieron avanzar las llamas hacia su vivienda. ¿Un pirómano?
No, lo otro. ¿Ha dimitido? No, se ha explicado: lo del viento.
Hace también unos
días, un expresidente de gobierno se lamentó de no haber subido el salario
mínimo cuando estaba en el poder, cabe suponer que porque se lo impedía el
ejercicio de su poder o porque no se le ocurrió en aquel momento, ya que las
ocurrencias no están sujetas al rigor de los calendarios. Y ahí asistimos al
espectáculo moral de la exculpación retrospectiva, que no resulta menos
incendiario que el de los castillos de fuegos artificiales: te lamentas de lo
que no hiciste y es ya como si lo hubieras hecho.
Dicen que la
mayor lacra de la clase política es la corrupción. No estoy seguro: su mayor
problema puede ser la idiotez, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie. En vista
de lo cual, habría que considerar la opción de tipificar la idiotez de los
políticos como delito, con una pena caritativa de simple inhabilitación, que al
fin y al cabo sería una pena reparadora: inhabilitar al que estaba inhabilitado
de antemano para ejercer una tarea a favor de lo público, de modo que pudiera
seguir ejerciendo su idiotez en privado, sin molestar a nadie, sin idiotizar la
realidad común, sin quemar montes y sin exculpaciones escandalosamente
inculpatorias. “Se le condena a usted a una inhabilitación vitalicia por
idiota”. Aunque nunca faltaría el idiota que fuese tan idiota como para
recurrir la sentencia.
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2 comentarios:
Cuando mienten en vez de crecerles la nariz , se les pone cara de tonto , más si cabe . lo malo es que está falta de inteligencia sea vitoreada y ensalzada por otros idiotas , la rebelión de los idiotas o la rebelión de las mesas , ya que todos quieren comer el cocido .
No sé yo... Los jueces, creo, ¡eh!, nunca han condenado la falta de sentido común en los políticos, porque claro, para sancionar la ausencia de tal atributo en el ejercicio de una responsabilidad pública tendrían que haber estudiado
"El Principio de Peter" Pero claro, entonces ...
Uno de la Judería
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