Nos pasamos la vida inventando excusas para inventar cosas. Y en eso, como en todo, hay jerarquías. Hay quien inventa el submarino, pongamos por caso, y quien inventa el cepillo de dientes eléctrico, hay quien inventa un líquido quitamanchas y quien inventa el telescopio. Pero, en general, casi nadie se va de este mundo sin inventar algo, así sea una receta insólita de tortilla, porque la historia del género humano es, en buena parte, la historia de sus inventos.
Algunos inventos resultan muy prácticos, como por ejemplo el frigorífico, esa especie de ataúd del Yeti que ronronea por las noches, aunque otros resultan preocupantes, como por ejemplo la bomba de hidrógeno, que viene a ser el antídoto contra todos los demás inventos de la humanidad, incluido el concepto mismo de humanidad. Pero no voy a hablarles hoy de inventos materiales, sino de algunos inventos abstractos, no menos sorprendentes y prodigiosos que los que encontramos en las tiendas de electrodomésticos o en los archivos históricos del registro de marcas y patentes.
Hemos inventado, qué sé yo, el alma y, de paso, hemos inventado la inmortalidad del alma, al margen de haber inventado previamente la noción de inmortalidad, que es uno de los inventos metafísicos más aterradores, porque nos obliga a imaginar algo que excede nuestra imaginación: un tiempo infinito para una conciencia inestable y fugitiva.
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Hemos inventado la verdad, que nunca sabemos del todo en qué consiste, y hemos inventado la mentira, que interpretamos como una ofensa a la verdad, cuando lo cierto, y lo melancólico, es que hay verdades que hasta mentira parece que sean verdad y que hay mentiras que hasta mentira parece que no sean verdades.
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Hemos inventado la música para dignificar nuestra condición de seres ruidosos y hemos inventado la literatura para que alguien nos hable de nosotros mismos cuando nos habla de gente que no tiene nada que ver con nosotros, porque se trata, en esencia, de un mercado de quimeras: alguien te cuenta una historia y te presta un disfraz para tu destino.
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Hemos inventado la astrología para consolarnos de nuestra incapacidad para inventar los astros, que para muchos son invento de Dios, ese otro invento portentoso: unos seres insignificantes imaginan a un ser insomne y omnipresente, omnipotente y perpetuo. Hemos visto en la luna cambiante el rostro frío de una hechicera. Hemos inventado dioses, semidioses, náyades, dragones y héroes ficticios que decapitan dragones.
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Hemos imaginado geografías míticas: Eldorado y la Atlántida, la isla de las sirenas fatales y el Paraíso Terrenal. Hemos echado a trotar por un bosque de niebla al unicornio. Hemos inventado los relojes y hemos inventado la prisa. Hemos inventado la ortografía y las faltas de ortografía, el concepto de azar y los juegos de azar, el whisky y la aspirina. Hemos alimentado el sueño de volar y el miedo a volar en los aviones.
Este es nuestro circo etéreo, nuestra rutina mágica. Y la vida se nos va mientras inventamos la vida, porque ese invento, en fin, es el que cuenta.
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8 comentarios:
Te felicito por la entrada.
Me ha encantado el "ronroneo" de las "neveras" por la noche.
Un saludo.
Gracias, Javier.
Al final, no ha habido suerte. Sí, era aquel famoso pase en Canal Sur, pero -te vas a reír- resulta que en algún momento grabé encima el primer tiempo de un Athletic Bilbao-Real Madrid, así que sólo se conserva más o menos la mitad de la película. Lo siento de veras. Por cierto, si puedes enviarme tu correo al mío (palmajc72@gmail.com) te lo agradecería. Un abrazo
Muy ingenioso, muy bien escrito y muy cierto, salvo quizá el final: no veo que la vida sea un invento, o si lo es no le hemos inventado nosotros. ¿Y cómo lo puede haber inventado Dios si él es a su vez un invento?
Saludos.
Hola, Felipe. Espero que no te importe que te haga a través del blog una pequeña consulta. Verás, hace ya un par de meses me presenté al X concurso de poesía Villa de Rota y, por más que he buscado la información en internet, no he logrado concluir si el certamen de marras ha fallado ya o... He supuesto que ya que andas dentro de la vida cultural de la ciudad en cuestión (o eso creo) no te importaría decirme si ha fallado ya o no la convocatoria. Solamente eso.
Un abrazo.
D.
No te preocupes, Juan Carlos. Ya la encontraré por otro lado. Igual es mejor así: tener una expectativa incumplida.
Gracias de todas formas por tu interés.
Un abrazo.
El premio Villa de Rota se falló ayer.
Lo ganó Juan Bonilla con un libro excelente.
Se presentaron 625originales. Llegaron a la final 12, todos ellos de un nivel bastante alto. Nos decantamos por el de Bonilla por su nivel de riesgo y por su acierto para conjugar la tradición de la poesía discursiva con la de las vanguardias históricas, más o menos.
Pues también es casualidad que haya venido a preguntártelo precisamente el día antes, no?
A ver si hay más suerte con el Ángel García...
Salud.
D.
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