Lo único para lo que no parece estar hecho el ser humano es para guardar cola.
Estás aguardando turno ante una ventanilla de papeleos variopintos y notas cómo la persona que está detrás de ti va situándose poco a poco a tu lado, porque se ve que el hecho de estar detrás le desazona. Como no estás dispuesto a ceder territorio, avanzas un paso, de modo que te sitúas junto a la persona que tienes delante. Como esa persona que tienes delante tampoco quiere ceder ni un centímetro de territorio conquistado, avanza medio metro, de manera que se sitúa al lado de la persona que la precede. A esas alturas de avanzadilla, la persona que estaba detrás de ti se ha situado ya al lado de la persona que estaba delante de ti. Además, un recién llegado se ha puesto a hablar con el tercero de la cola, que resulta ser su amigo, circunstancia que le permite compartir ese tercer puesto en régimen de gananciales, digamos.
“¿Quién es el último?”, pregunta un advenedizo, pero la respuesta es difícil, porque el último está ya en línea con el antepenúltimo. La cola, en fin, se ha convertido en una estampida sigilosa. Para arreglar el desbarajuste, llega un tipo que se salta la cola entera con una frase mágica: “Sólo voy a hacer una consulta”, sin duda porque da por supuesto que los demás estamos esperando para discutir con el encargado de la ventanilla sobre los orígenes del cante flamenco.
O bien estás en la frutería, soportando con paciencia los titubeos de los clientes, porque no hay sitio en este mundo en que la indecisión se manifieste más que en una frutería, y aparece de pronto una ancianita de aspecto entrañable y galdosiano que pregunta “Niña, ¿a cuánto están los albérchigos?”, interrogante que obliga a la frutera a interrumpir durante dos segundos la tarea de pesar las ciruelas verdes que ha optado por comprar la persona afortunada que ocupaba el primer puesto en la lista de espera. “Niña, ¿esas manzanas son como las que me llevé el otro día?”, y la niña tarda otros segundos en hacer memoria, lo que la obliga a demorar la selección de los melocotones muy maduros que le ha reclamado la persona que es ya propietaria de las ciruelas verdes.
“¿Están ácidos los fresones, niña?”, y la niña frutera, que no es tan niña, emplea otros dos segundos en elaborar una réplica. “Pues entonces voy a llevarme un kilito”, concluye la anciana. En ese instante, los clientes que esperamos turno nos hemos transformado en homicidas potenciales, y elaboramos mentalmente un plan para hacer desaparecer el cadáver de la anciana sin dejar pistas, coyuntura horripilante que se desvanece de forma temporal ante la aparición de un caballero con prisas que le dice a la frutera: “¿Me pone usted dos kilos de manzanas granny smith en un momento?” Y aclara a la concurrencia: “Es que tengo el coche mal aparcado”. De ese modo, los homicidas potenciales ascendemos de rango: ya somos genocidas potenciales.
Y luego ten el valor de ir a la panadería.
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8 comentarios:
qué bueno.
He vivido en un país donde hacer las cola se llevaba a rajatabla (con educación) y formaba parte del paisaje urbano: Polonia. La herencia comunista a veces no es tan mala.
Saludos.
Bueno, pues si te atreves a llamarle la atención al que se pasa la cola por el forro -muy educadamente, por supuesto: "Señor, perdone, pero estamos haciendo cola"-, lo más seguro es que ese señor, convertido en energúmeno de edad más que provecta, te espete que quién te has creído tú para decirle nada, que hay que ver con la juventud -además debe ser miope porque uno ya va peinando canas-. Y de ahí a la vergüenza propia y ajena hay un paso. Lo digo porque lo tengo fresquísimo; exactamente este fin de semana en Úbeda esperando en la cola de los tickets para pedir una cerveza.
En fin,...
Lo de los sentimientos asesinos es verdad cuando alguien entretiene a los que atienden, y se interrumpe el ritual, pero respecto que el hombre no está hecho para una cola, creo que lo desmiente la realidad. A mi me soprende ver continuamente colas para todo, donde se pasan horas, tranquilamente, borreguilmente, y practicamente nadie protesta; a nadie se le ocurre decir ni pío, cuando según la lógica debería desatarse la revolución.
Dos horas esperando en una oficina del paro es habitual para millones de personas, y todo transcurre en orden. Con que protestara un 5 % de los que siempre hacen cola, seguramente se pondrían los medios para que no hubiera colas, pero nadie lo hace.
La cola quizás sea un ceremonial con mucho más sentido del que parece para hacer realidad nuestra pertenencia a una sociedad, sentirnos bajo el dominio de las instituciones etc...
La cola hace buenos ciudadanos. Otra cosa son los asociales...jeje
Menos mal que las ancianitas no suelen llevar lista, aún hubieras estado en la cola.
Ay, las colas, esas serpientes que acaban devorándose a sí mismas.
De hecho, lo único que recuerdo de la infumable Expo 92 son sus colas insufribles. Y si hablamos de otros sitios, tengo un amigo que dice: “En Madrid pones un cartel de cualquier evento gratuito y la gente empieza a hacer cola detrás, les da igual lo que sea".
Bueno, Felipe, gracias una vez más por la frescura y la gracia de tus textos.
Muy, muy, muy divertido. Pero empieza a preocuparme su instinto asesino. En unos días ha pasado de los mosquitos al género humano.
Gracias por vuestros comentarios.
Es verdad: colas al margen, no sé cómo la gente no monta revoluciones. Qué paciencia.
La gente se hace a la idea de hacer cola según qué sitios. Me lo comentaba hace unos días un amigo que tiene un bar: la gente guarda cola sumisamente en los bancos, por ejemplo, pero, en cuanto llega al bar, así esté aquello repleto, se pone a dar voces para que le pongan urgentemente una bebida.
(Por las derivas de mi instinto asesino no se preocupe, Eva. No creo que vaya a mayores.)
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