domingo, 28 de diciembre de 2025

MANOS CHAMUSCADAS

 


(Publicado en prensa)

Según quienes saben de esas cosas de las que no sabe casi nadie, el origen de las pruebas de fuego es nada menos que sumerio. Comoquiera que una persona corriente sabe de los sumerios lo mismo que del cultivo del kiwi, pongamos por caso, damos por buena la atribución del invento a Sumeria, tenida por la civilización más antigua de todas las conocidas, aunque el hecho de ser la civilización pionera no le libró, al parecer, y como no podía ser de otra manera, de ejercer algunas salvajadas como las susodichas pruebas de fuego, con las que se determinaba la culpabilidad o la inocencia de un acusado.

         Estas pruebas de fuego pervivieron, por lo visto, en la era romana y alcanzaron su mayor grado de prestigio en la Edad Media gracias a las ordalías (también llamadas “juicios de Dios”), empleadas tanto en los tribunales civiles como eclesiásticos. Las pruebas admitían variantes: sostener un hierro candente, meter la mano en una hoguera o someterse a una inmersión en agua. Si el acusado salía medio vivo –o medio muerto, según se mire-, era prueba de su inocencia. De su inocencia probada por el juez supremo: Dios. (Se cuenta que santa Cunegunda, emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, fue acusada, en su viudez, de conducta escandalosa y demostró su inocencia caminando sobre hierros al rojo vivo sin sufrir daño alguno).

         Allá por el siglo XII, se llegó a la conclusión de que este sistema jurídico era un poco irracional y un poco brutal, de modo que fue sustituido por la tortura, práctica considerada mucho más humanitaria y eficiente, hasta el punto de que en nuestros días sigue practicándose en aquellos países en que la aplicación de la ley de la selva no entra en conflicto con la ley propiamente dicha.

         El caso es que, afortunadamente, ya nadie tiene que sufrir el sometimiento a esas pruebas, lo que no quita que siga utilizándose la expresión “poner la mano en el fuego” para demostrar la confianza en alguien. A tanto llega la moda que muchos han tomado la costumbre, ante casos de políticos sospechosos, de preguntar a los correligionarios del sospechoso si pondrían la mano en el fuego por él. En los últimos meses, algunos y algunas han dicho que sí, ministras y ministros incluidos, con un resultado de mano chamuscada o, peor aún, abrasada. El método es un tanto infantil y remite a aquellos juramentos –por el padre o la madre- que hacíamos de niños en el patio del colegio. Pero en esas andamos, en esta especie de niñez para adultos.

         Sea como sea, en estas fechas tan entrañables, me permito dar un  consejo a nuestros políticos: no pongan ustedes la mano en el fuego por nadie. Ni siquiera por ustedes mismos Ni siquiera por santa Cunegunda.

Por si acaso.


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