domingo, 1 de marzo de 2020

LA PELÍCULA


(Publicado ayer en prensa)

La aparición del coronavirus ha tenido un lado bueno: no ya el de convertirnos a todos en virólogos repentinos, sino sobre todo el de habernos convertido en personajes de una película catastrofista, de esas en las que un patógeno maligno –creado por lo común en el laboratorio de un científico loco- amenaza con destruir a la humanidad, aunque al final las cosas se arreglen, al menos si los guionistas andan con un grado aceptable de optimismo. 

        A estas alturas, cuando las autoridades sanitarias siguen hablando de epidemia en vez de pandemia, aun sospechando que el ascenso de categoría parece estar más que cantado, todos manejamos conjeturas contundentes sobre el origen del virus (esos menús de carne de murciélago, de perro, etc.), e incluso tenemos soluciones tan personales como expeditivas para erradicarlo, ya sea mediante el cierre inmediato de todas las fronteras mundiales o de la interrupción drástica del comercio con China, según. Sorprende, desde luego, nuestra capacidad de sugestión ante las palabras: pensamos que todos los problemas se solucionan por la vía retórica, y mejor si esa retórica se ejerce con el codo apoyado en la barra de un bar.

            Andamos, ya digo, dentro de una película de terrores científicos, con el miedo de que, cada vez que respiramos, el virus exótico pueda entrarnos por la nariz para, desde allí, alojarse dondequiera que ese virus se encuentre a sus anchas dentro de nuestro organismo, pues cada enemigo de nuestra salud tiene sus preferencias en ese particular. (Para que el terror se amplifique, y ahora que ya nos habíamos reconciliado con los pollos, están detectándose nuevos casos de gripe aviaria, que hace unos años nos promovió la aprensión colectiva de morir cacareando.)

En este guirigay paracientífico que nos traemos los legos en medicina, no faltan los relativistas que, con aplomo de eminencias sanitarias improvisadas, quitan importancia al coronavirus al comparar su tasa de mortalidad con la de la gripe común, por ejemplo. Y tienen razón, al menos relativamente: el hecho de que un cáncer de páncreas sea un diagnóstico pésimo no resta gravedad al hecho de que tengan que amputarte las piernas por gangrena, pongamos por caso. Por fortuna, las autoridades políticas actúan como agentes sedantes: “Nuestro sistema sanitario está de sobra preparado para…”. (Quién lo duda.)

En una época en la que el destino de cualquier acontecimiento global es el de acabar siendo materia de memes chistosos, todos estamos viviendo, según decía, dentro de una ficción, como personajes de una película coral en que la verdad es mentira y la mentira es verdad, en que la enfermedad genera risa y a la vez pánico, en que todo es real y al mismo tiempo fantasía. Y así vamos tirando. Muy entretenidos.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizás seamos avatares de un jugador de Internet de dentro de 100 años , y vivimos en un anacronismo como piezas de ajedrez , puede que incluso nuestra existencia no es la que creemos que es . Incluso los jugadores que manejan nuestro avatar no creo sean del planeta tierra , sino de un exoplaneta que aún no conocemos
Caldicot