domingo, 5 de enero de 2020

FUNAMBULISMO


(Publicado ayer en prensa)


Salvo imprevistos de última hora, Sánchez va a tener gobierno en cuestión de horas. Lo que no sabemos es si España va a tener gobierno, pues cada cosa parece ir por su parte: el anhelo personal de gobernar y la necesidad colectiva de ser gobernados. El nuevo ejecutivo de Sánchez puede durar cuatro años, cuatro meses, cuatro semanas o cuatro días, como quien dice, porque nace en vilo y pendiente de las exigencias de quienes van a propiciarlo bajo ese lema que rige en nuestro Estado: “La solidaridad interautonómica bien entendida empieza por la solidaridad intrautonómica”. (O incluso por Teruel.) Al fin y al cabo, en estos días Sánchez ejerce menos de presidente en funciones que de cartero real, recogiendo en mano la lista de deseos de quienes van a propiciar, por activa o por pasiva, su acceso a la presidencia.

         Para empezar, ERC va a tardar nada y menos en exigir un referéndum que ni siquiera el aventurero Sánchez supongo que se atreva a concederle, y esa puede ser la primera piedra que se desprenda de un edificio gubernamental construido sobre arenas movedizas. No creo que resulte ilegítimo sospechar que la abstención de ERC es coyunturalmente estratégica: sabe que le conviene un gobierno central frágil y al mando de un político veleidoso, aliado además con Iglesias, que es a la vez el sosias y la némesis de Sánchez y que, con respecto a Cataluña, juega a una ambigüedad nada ambigua, aunque desde la vicepresidencia de un gobierno la sostenibilidad de las ambigüedades se complica un poco. Pero no todo son inconvenientes: es tal la dispersión partidista del congreso que resultaría difícil poner de acuerdo a los adversarios de Sánchez para someterlo a una moción de censura, aunque nada es imposible en el país de las maravillas. 

         Frente a la abstención condescendiente de ERC, asistimos a la intransigencia airada de JxCat no ya sólo con respecto al apoyo a Sánchez, sino también ante la abstención de ERC. Y es que la derecha independentista tiene mucho en común con la ultraderecha españolista: la prevalencia de las edulcoradas ensoñaciones patrióticas frente a la realidad, desde el convencimiento en este caso de que la catalana se trata de una suprautonomía forzosamente española que está a un paso de la conversión en una microrrepública europea, ya sea por la vía improbable de un acuerdo con el gobierno central o ya sea por la vía, no tanto improbable como imposible, de una ruptura unilateral con el Estado.

         A Sánchez hay que reconocerle sus artes de funambulista, pero todo funambulista corre unos riesgos que generan nerviosismo entre el público. De momento, todo le ha salido bien. Pero ahora tiene un problema latente: que quienes le han puesto la red acaben zarandeándole el cable.

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