miércoles, 2 de enero de 2019

OTRO MÁS



(Publicado el sábado en prensa)

Sí, por supuesto: esto de los años es una mera convención, y lo mismo un año podría abarcar 500 días, o 157, o 18, o los que nuestros antepasados hubiesen decidido establecer como medida de tiempo, pero el caso es que otro año se nos acaba, y nosotros un poco con él. Será sugestión, sin duda, aunque lo cierto es que llegamos a diciembre con un fardo acumulativo de tareas y de obligaciones asumidas a lo largo de 12 meses, 12 meses que por una parte se nos han hecho interminables y que, por otra, se nos han ido volando, gracias a esas sensaciones contradictorias que nos suscita el paso del tiempo: algo que a veces se nos hace eterno y algo que a veces nos resulta un visto y no visto, como si, según el día, se calzara unas botas de plomo o tuviera los tobillos alados, como el dios Mercurio.

            Llegamos cansados al final de cada año, ya digo, lo que no impide que alimentemos propósitos para el nuevo, que es algo que supone un cansancio añadido a este cansancio menos de cuerpo que de mente. Estrenamos agenda y almanaque y, por extensión, nos hacemos a la idea de que estrenamos una forma de vida, aunque luego la vida sigue su curso, que suele ser el de siempre, y casi mejor así. Lo más probable es que sigamos fumando, que sigamos sin hacer un poco de ejercicio, que mantengamos nuestra dieta tóxica, por mucho que el médico nos pinte un futuro espeluznante. Porque a ver quién lucha no ya contra la vida como concepto genérico, sino contra sí mismo como concepto específico.

            Llegamos, sí, cansados. Para llegar aún más cansados, hemos tenido la ocurrencia de inventar la comida de empresa y la cena familiar de nochebuena, el almuerzo de navidad con los restos de la cena de nochebuena y la cena de orgía romana de nochevieja, seguida no sólo de esos licores y confites que hay que gastar como sea para que no dormiten en la despensa durante meses antes de tirarlos, sino también de una atragantada de uvas, a razón de una por segundo. (Y, allá en el horizonte, la amenaza pringosa del roscón de Reyes, y la compra de regalos, para que no olvidemos que el mundo es un lugar difícil.)

            Como conclusión medianamente científica, podemos decir que, puesto que, por inercia, llegamos muy cansados a las postrimerías de cada diciembre, hemos decidido llegar a enero no ya cansados, sino exhaustos. A lo grande. De ahí que hayamos establecido esta maratón de celebraciones sagradas tras convertirlas en todo lo pagano que puede dar de sí lo sagrado: desde celebrar el nacimiento del Niño en una discoteca hasta entrar en el año nuevo con una resaca de bucanero. Porque ¿a quién no le gusta salirse durante unos días de sí mismo antes de reingresar en la rutina en cuanto desmonte el arbolito y el belén?

            Pero, aunque cansados a priori, que tengamos todos un buen año. Otro.

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1 comentario:

Unknown dijo...

http://www.guadairainformacion.com/opinion/7328/buenos-dias-juan-alcaide

Me ha recordado este sencillo articulito. Lo mejor de todo es volver a decir “buenos días”, sea el año que sea.

Gracias.