(Publicado ayer en prensa)
La noticia es falsa, como muchas
de las que circulan por ahí, pero démosla, como experimento, por verdadera: el
pasado 6 de enero, dos monaguillos de la catedral de Santiago de Compostela
tuvieron una ocurrencia diabólica, que es tal vez el tipo de ocurrencia que
menos conviene a un monaguillo. La ocurrencia no fue otra que la de llenar el
botafumeiro de marihuana, como si, en vez de una misa para celebrar la Epifanía del Señor,
aquello fuese una fiesta hippie para celebrar la llegada de la primavera. Según
la confesión de los acólitos, el propósito de la broma no era otro que el de hechizar
a los feligreses con la fumarola de la risa, cuando de sobra es sabido que la
gente suele acudir a los templos con un ánimo menos festivo que penitencial, y
desde luego no entra en las expectativas de nadie el ir a misa para salir de
allí no con el espíritu reconfortado, sino con un bolillón como los que pillaba
el difunto Bob Marley.
Los
monaguillos pasaron la noche en el cuartelillo, puesto que la justicia humana
suele ser menos benévola que la divina, pregonera del perdón, al menos desde el
Antiguo Testamento para acá, una vez descartado el recurso a las plagas de
Egipto y a ese tipo de actuaciones efectistas. Por suerte para los detenidos,
ya gozan de libertad sin cargos, aunque han sido destituidos como monaguillos
catedralicios, lo que no quiere decir que vayan a iniciar una carrera como
traficantes de maría en el ámbito eclesiástico, dado lo traumático de su
experiencia piloto. Será incierto el futuro de los dos monaguillos
santiagueros, y a obispos está claro que ya no llegan, pero cabe suponer que el
santo apóstol velará por ellos, al menos mientras le dure el efecto risueño del
humo anómalo, que tanto convida a la empatía.
Bien,
según avisé, todo esto es mentira, pero, forzando un poco los paralelismos,
podríamos suponer que España en pleno está bajo los efectos de un botafumeiro
narcótico, pues de otro modo no se explica el ambiente de alucinación que se
percibe no sólo en las actuaciones del gremio político, sino también en la vida
ordinaria de la gente, que tampoco vamos mal en cuanto a colocones ideológicos
y morales. Te levantas, pones la radio y la realidad te vuelca en el
entendimiento su cornucopia de
irrealidades difíciles de entender, y te dices: “El botafumeiro”. Porque
sólo el humo mágico de un botafumeiro profanado puede explicar lo inexplicable,
y te preguntas, un poco a la manera de los filósofos presocráticos: “¿Hasta qué
punto puede soportar la realidad esta mecánica de irrealidad?”, y te respondes,
un poco a la manera de los filósofos racionalistas: “Hasta que deje de
balancearse el botafumeiro”.
Porque
la clave está ahí, en el botafumeiro con marihuana que recorre el país de norte
a sur y de este a oeste, provocándonos una risa floja, porque vamos puestos
hasta las cejas. Como monaguillos traviesos. Como noticias falsas de nosotros
mismos.
.
1 comentario:
Hubo un castillo irreal de arena que precedió a la crisis, y que sabemos cómo acabó; ahora parece que se va construyendo otro, con ciertas cautelas, pero construyendo, pues la vida sigue. En el festival habrá unos castigados, justamente reprendidos y se escaparán unos pocos, se hará justicia más o menos si se devuelve lo hurtado. Y en efecto la gran duda es si todos aprendimos la lección de la moderación o seguiremos al flautista de Hamelin otra vez; es lo que tiene la narcosis.
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