lunes, 1 de diciembre de 2014

LO FUTURO



(Publicado el sábado en la prensa)


A las campañas electorales les pasa lo mismo que a las campañas navideñas: que sabemos cuándo acaban, pero no exactamente cuándo empiezan. Hay quienes suponen que un político está en precampaña desde el día siguiente al de su toma de posesión, y buena parte de razón llevan en eso, aunque no toda: cualquier político electo sabe que dispone de unos tres años y medio para fastidiar a los votantes y de aproximadamente un semestre para prometerles el paraíso en la tierra. Entre generales, autonómicas y municipales, nos pasamos la vida en una venta de motos, como quien dice. En el tiempo feliz de las ocurrencias en torno al porvenir.

            Los programas electorales vienen a ser los cuentos de hadas de los regímenes democráticos: algo que todos sabemos que es mentira y fantasía, pero que nos gusta que nos cuenten. Detrás de los redactores de un programa político hay siempre un equipo de fabuladores que  saben transformar al candidato X en el príncipe de la armadura plateada que asesinará al dragón que tiene cautiva a la princesa pálida de la economía, que saben presentar a la alcaldable Z como la maga de la varita mágica que convertirá en un cofre repleto de monedas de chocolate la deuda municipal heredada del anterior equipo de gobierno, cuya gestión funesta propició la llegada de la era de las tinieblas, en la que todo fue miseria y desolación, bosques neblinosos con fieras administrativas que devoraban a los inocentes, y tristeza, mucha tristeza colectiva: el mismísimo país de Mordor. 

            Creo, no sé, que las campañas electorales podrían durar como mucho un día, tiempo suficiente para que los candidatos nos expusieran el relato de ciencia-ficción que cada partido haya considerado más convincente para trasladar a los votantes a unas regiones imaginarias que suelen estar situadas entre la Arcadia y Shangri-La. Los catorce días restantes deberían dedicarse a la exposición de sus planes por parte de los poderes económicos, lo que tendría la virtud de contrarrestar el efecto de esas fábulas risueñas con unos desasosegantes relatos de terror. La realidad resulta menos apacible que los sueños quiméricos, pero es la realidad, a la que la propia realidad se encarga de devolvernos en cuanto perdemos un poco el rumbo.

            Vivimos, en fin, en un régimen de ficciones mutuas: los políticos nos pregonan un futuro que se parece mucho a un lugar que está fuera del tiempo y nosotros, a pesar de los escarmientos padecidos, nos resignamos a dar por hecho que los políticos tienen nuestro futuro en sus manos, unas manos inmaculadas con respecto a ese futuro ilusorio, aunque por lo general manchadas de pasado. 

            Los discursos políticos acaban girando sobre sí mismos, lo que viene a ser como decir que giran sobre la nada. Quizá porque la política ha perdido eso, lo básico: el punto de intersección con la realidad común. Y todo suena irremediablemente a cuento. Chino.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

El discurso mas trascendente de la historia se basó en la ciencia ficción, Reagan avisó en la sede de la ONU del peligro extraterrestre, y eso motivó que no aceptara el fin de armas nucleares que le propuso Gorbachov.
Es más fácil creer en extraterrestres que en promesas políticas.