lunes, 17 de noviembre de 2014

LA ORGÍA



Es posible que la corrupción esté sobrevalorada, ya que los defectos más extendidos entre nuestros políticos suelen otros: la irresponsabilidad, la ineptitud, la impostura y –por qué no decirlo- la idiotez. Cada uno de esos defectos, por sí solo, propicia la corrupción, pero la mezcla de todos o de algunos de ellos deriva, casi por inercia, en corrupción inevitable, ya que se trata de una coctelería más explosiva que la de las botellas molotov. A pesar de que tendamos a atribuir al político corrupto una inteligencia diabólica -aunque al fin y al cabo inteligencia-, lo frecuente es que el corrupto no pase de ser un pobre diablo. Un pobre diablo que se ve obligado a disfrazarse de servidor público para servirse a sí mismo, ya que no sirve para otra cosa. 

            Los políticos se han acogido a ese dogma según el cual deben estar bien pagados para que a lo más selecto de nuestra sociedad le compense la renuncia al ejercicio de su profesión en beneficio de la dedicación filantrópica a lo público, lo que plantea un teorema dudoso, ya que todo el mundo conoce a algún que otro alcalde o alcaldesa que ni siquiera serviría para ejercer de concejal, por no hablar de ministros o ministras que dan la impresión de no alcanzar el nivel de solvencia política de un alcalde pedáneo. Pero el problema verdadero se manifiesta cuando el político bien pagado llega a la conclusión moral de que su dedicación no está del todo bien pagada, lo que, lejos de incitarle a volver a su selecta profesión anterior, le hace aferrarse a lo público, aunque con unas expectativas que no le convendría que se hicieran públicas. 

            La cascada reciente –y no tan reciente- de casos de corrupción y de corruptela ha generado una controversia un tanto irresoluble: la gente ha llegado a la conclusión de que todos los políticos son corruptos y los políticos han llegado a la conclusión de que no todos los políticos son iguales, así vayan en el mismo barco. Lo más lioso del asunto es que ninguna de ambas partes dice del todo la verdad, aunque tampoco miente del todo. Al fin y al cabo, un caso de corrupción no pasa de ser una anécdota, y el problema viene cuando el sistema -a través de sus protocolos administrativos, a consecuencia de los mecanismos judiciales, a raíz de las carencias de sus cortafuegos internos- se convierte no diré que en un ente corrompido ni en un ente corruptible, pero sí en un ente potencialmente corruptor. Visto lo visto, parece tan sencillo dedicarse profesionalmente a la corrupción, que no se explica uno cómo hay gente que se resiste. Ahora hemos descendido al nivel de la corrupción funcionarial. Porque esta función continua de escándalos, este festival grandioso de granujerías y pillajes, parece sólo el eco de una orgía. 

          Y lo que nos queda por ver.

(Publicado el sábado en prensa)

2 comentarios:

Microalgo dijo...

Visto lo que nos queda por ver (nota mental: analizar esa frase, que algo en ella falla), yo me voy a hacer un Edipo.

MEL dijo...

Así son las cosas, yo más que de orgía hablaría de bukake puro y duro, que siendo coral es algo mas bizarro y soez. ¿ Vivimos un pandemonio ?