Hay una imagen que se repite:
aparece en televisión un político y, detrás de él, en actitud de pasmarotes, vemos
a un par de correligionarios suyos, se diría que guardándole las espaldas ante
la posibilidad de un ataque traicionero por parte del enemigo, aunque hay quien
se malicia que lo que realmente hacen allí es chupar cámara, un poco a la
manera del llamado Mocito Feliz, esa especie de rémora de los famosos que actúa
principalmente en la Costa
del Sol, hambriento de celebridad por la vía del contagio.
Sea o no para
chupar cámara, que eso no podemos saberlo, el caso es que allí están, con gesto
entre abstraído e imperturbable, en posición de firmes, flanqueando al
portavoz, como para dar a entender que el portavoz, como su nombre indica, es
el que charla, pero que ellos podrían charlar con tanta elocuencia como él, con
la misma contundencia, con idéntica determinación ante lo que se tercie
determinar. Que el otro está charlando, en fin, por pura chamba jerárquica y
porque portavoz no puede haber más que uno, no porque sea mejor que ellos en la
cosa del charlar ni porque tenga la cara más bonita o la voz más
envolventemente radiofónica; no porque sea un Cicerón o un Castelar, maestros
históricos de la retórica, sino porque en lo de las declaraciones a los medios
televisivos rige el principio de dar la voz cantante al solista, no al orfeón. Pero,
aunque no abran la boca, ellos han decidido que es bueno para su carrera el
hecho de dejarse ver, convencidos quizá de que la insistencia en la imagen de
una cara conlleva a la larga una familiarización con la cara en sí por parte
del gran público, que es de lo que se trata: “Esa cara me suena”, por esa cosa
que tiene la política de equipararse con el estrellato, así lo sea a veces por
el método catastrófico del estrellarse, que de todo hay.
Charla algún
portavoz, en definitiva, y, detrás de él, hay siempre apostados al menos dos
colegas suyos, como si fueran los ventrílocuos que mueven y dan voz al muñeco. Como
para dar a entender que lo que dice el muñeco está sujeto a un guión pactado y
aprobado por todos, o al menos por ellos dos, los flanqueadores de apariencia
impasible. Como para dar legitimidad, en suma, a lo que dice el muñeco, ya que
alguien podría pensar que el muñeco habla por su cuenta, a su libre opinar, sin
disciplina, lo que resultaría más propio de un muñeco diabólico que de un
muñeco que tiene encomendada la arriesgada misión de la portavocía.
La profesión
de los que están detrás tiene, como todo, sus riesgos: que un día se le vaya la
olla a alguno de ellos, a causa del estrés provocado por el hecho de tener que
estar siempre detrás de otro, y que, ante las declaraciones del portavoz, se
ponga a hacer el gesto de atornillarse la sien, pongamos por caso. Pero de
momento todo va bien.
(Publicado en prensa.)
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