viernes, 11 de abril de 2014

LOS DE ATRÁS



Hay una imagen que se repite: aparece en televisión un político y, detrás de él, en actitud de pasmarotes, vemos a un par de correligionarios suyos, se diría que guardándole las espaldas ante la posibilidad de un ataque traicionero por parte del enemigo, aunque hay quien se malicia que lo que realmente hacen allí es chupar cámara, un poco a la manera del llamado Mocito Feliz, esa especie de rémora de los famosos que actúa principalmente en la Costa del Sol, hambriento de celebridad por la vía del contagio.

Sea o no para chupar cámara, que eso no podemos saberlo, el caso es que allí están, con gesto entre abstraído e imperturbable, en posición de firmes, flanqueando al portavoz, como para dar a entender que el portavoz, como su nombre indica, es el que charla, pero que ellos podrían charlar con tanta elocuencia como él, con la misma contundencia, con idéntica determinación ante lo que se tercie determinar. Que el otro está charlando, en fin, por pura chamba jerárquica y porque portavoz no puede haber más que uno, no porque sea mejor que ellos en la cosa del charlar ni porque tenga la cara más bonita o la voz más envolventemente radiofónica; no porque sea un Cicerón o un Castelar, maestros históricos de la retórica, sino porque en lo de las declaraciones a los medios televisivos rige el principio de dar la voz cantante al solista, no al orfeón. Pero, aunque no abran la boca, ellos han decidido que es bueno para su carrera el hecho de dejarse ver, convencidos quizá de que la insistencia en la imagen de una cara conlleva a la larga una familiarización con la cara en sí por parte del gran público, que es de lo que se trata: “Esa cara me suena”, por esa cosa que tiene la política de equipararse con el estrellato, así lo sea a veces por el método catastrófico del estrellarse, que de todo hay.

Charla algún portavoz, en definitiva, y, detrás de él, hay siempre apostados al menos dos colegas suyos, como si fueran los ventrílocuos que mueven y dan voz al muñeco. Como para dar a entender que lo que dice el muñeco está sujeto a un guión pactado y aprobado por todos, o al menos por ellos dos, los flanqueadores de apariencia impasible. Como para dar legitimidad, en suma, a lo que dice el muñeco, ya que alguien podría pensar que el muñeco habla por su cuenta, a su libre opinar, sin disciplina, lo que resultaría más propio de un muñeco diabólico que de un muñeco que tiene encomendada la arriesgada misión de la portavocía.

La profesión de los que están detrás tiene, como todo, sus riesgos: que un día se le vaya la olla a alguno de ellos, a causa del estrés provocado por el hecho de tener que estar siempre detrás de otro, y que, ante las declaraciones del portavoz, se ponga a hacer el gesto de atornillarse la sien, pongamos por caso. Pero de momento todo va bien.

(Publicado en prensa.)

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