Según nos ilustra la
cinematografía, King Kong -que era víctima de esa perversión sexual conocida
como bestialismo- exigía el sacrificio de doncellas para aplacar no tanto su
lujuria -que quedaba descartada por una simple cuestión volumétrica- como su
furia, que en gran medida podría interpretarse como una furia sin porqué, ya
que nadie tenía la culpa de que, aparte de hacer nacido gorila, fuese un
gigante obligado a la soltería a pesar de sus inclinaciones románticas, más
propias de un oso panda que de un gorila que al fin y al cabo se comía crudas a
las vírgenes después de juguetear un poco con ellas, como si fuesen una Barbie
en su versión Víctima Selvática. Hubiera sido interesante conocer el
diagnóstico de Sigmund Freud, en fin, sobre los mecanismos mentales de Kong.
Nuestros
gobernantes, aun sin tener más parentesco con King Kong que el que dispuso
Darwin, nos piden sacrificios, con la peculiaridad de que nos los piden una vez
que nos los han impuesto, con lo cual la petición adquiere un agradable matiz
de retórica ornamental. Piensa uno, no
sé, que un gobierno que defiende las virtudes del capitalismo lo que menos
puede hacer es pedir a la gente que se sacrifique, ya que lo suyo se sustenta,
al fin y al cabo, en el afán de guiar al pueblo elegido al paraíso terrenal del
libre consumo y de la libre especulación, de la libre desigualdad y del despido
libre, entre otras libertades no menos emocionantes y aventureras. Entiende uno
que el gobierno cubano, por ejemplo, lleve más de medio siglo imponiendo
sacrificios a sus gobernados en aras de una utopía un tanto postergada e
imprecisa, pero es que las utopías presentan ese inconveniente: que, aparte de
no alcanzarse nunca, acaban teniendo más importancia que la realidad,
considerada a fin de cuentas como un mero trámite para llegar a otra realidad.
Me arriesgo a dar por supuesto que estarán de acuerdo conmigo en que elevar el
capitalismo a rango de utopía sería pecar por elevación, ya que al capitalismo
le vienen grandes los futuros, al servirle cualquier presente para afianzarse,
incluido, por supuesto, los presentes más críticos, los presentes más míseros,
los presentes que se parecen mucho al pasado. “Sacrifíquense ahora, que dentro
de poco vendrá lo bueno”, vienen a decirnos nuestros gobernantes, promotores de
la vía ascética para alcanzar el éxtasis capitalista, que imagina uno que
consistirá en pasar de la cola del paro a la posesión de una SICAV. “Ya hemos
salvado la prima de riesgo. Ahora toca salvar a las personas”, según nos
consolaba hace poco el nunca decepcionante González Pons. Y eso es ya magia: la
salvación de una entelequia a costa de una inmolación aproximadamente colectiva.
Por
lo demás, King Kong cometió el error de enamorarse de la rubia exótica,
acostumbrado como estaba a las indígenas de piel cobriza, y aquello acabó costándole
la vida, pero esa sería otra historia.
2 comentarios:
La verdad, estimado Felipe, no cuesta mucho imaginar a Kong presidiendo el FMI. Genial tu artículo, un abrazo.
Qué certero, Usted. Para ponerle su nombre a una calle.
O bueno, si eso, a otra cosa.
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