Si me permite unas palabras, le diré que comparto los halagos de Andrés Trapiello, y si usted afirma que ha sabido captar el origen y destino de sus cuentos, pues a qué añadir más, aunque mis conclusiones difieren algo de las expresadas por su colega. Con su permiso, me pongo el disfraz de crítico pedantillo y le expongo las mías, aunque no tengan valor. De hecho, soy un profesor de medio pelo y paga recortada, no un crítico literario, y me cuesta mucho describir las sensaciones que me produce la lectura de una obra.
Para mí, su estilo es inconfundible, y eso ya es suficiente para alabarlo en esta sociedad de la producción en serie, de la que no escapan los productos culturales (ahora vendría hablar de alienación, apocalípticos e integrados...).
Creo (lo habré leído en alguna reseña, solapa o contraportada, porque uno tiende al plagio), que unir estos relatos en un almanaque simboliza el inevitable paso del tiempo, siempre presente en sus obras (¿voy bien?). Y como la protagonista de estas historias es, en realidad, la vida, con su carga de imprevisibilidad y blabablá..., usted emplea el humor para contrarrestar el final, en el que nos sobrecoge siempre la muerte.
Y si todos los relatos forman un conjunto portentoso, destaco los que nos trasladan a la infancia y la adolescencia, tan presentes en su obra: una Arcadia no exenta de temores y fracasos, que discurre en un mundo decadente que ya no existe, pese a la proximidad temporal. Si me permite la expresión, en algunos relatos parece usted aplicar un "filtro vintage" (a lo Instagram) a unas historias que nos trasladan a nuestra propia infancia y juventud. Y esto se une a sus personajes, que despiertan una inevitable corriente empática, porque nos vemos reflejados en sus miserias, en sus manías, en sus vanas esperanzas de felicidad...
Para mí, leer su obra es un constante sorpenderme, con adjetivos, nombres (sobre todo los de creación propia), metáforas... Leerle nunca aburre porque (y ahí coincido con lo del conejo y la chistera), en el momento más inesperado, salta la chispa de su genialidad (perdone por la bocanada de incienso): en una palabra, comparación, greguería... Y, especialmente, en su tendencia a hacer de la prosa un bucle para incluir un matiz, un paréntesis en el paréntesis...
Además, en mi humilde opinión de Don-Nadie-metido-a-crítico-ante-el-propio-autor (ésto lo copié de la Falacci), su maestría no está sólo en la superficie. Desde lo narrativo y demás parafernalia (citaría aquí a Todorov, a Genette..., pero nunca los he leído) sus historias se construyen con una gran perfección: unas veces en su desarrollo lineal, encaminado a un rápido desenlace; en otras, por contra, la narración se remansa en momentos evocadores de gran lirismo; y hay relatos que suponen un interesante ejercicio literario, como el titulado "Las vueltas del futuro", con sus múltiples narradores.
También coincido con Trapiello al destacar "El crucero...", esa historia de crisis conyugal con bajada a los Infiernos en un hipotético Paraíso. Pero no sólo por su comicidad. Aquí el narrador me ha recordado a Walter Arias (a quien usted odiará ya, como Antonio Ferrandis a Chanquete). Paradójicamente -o no tanto- ese tocar fondo de los personajes actúa a modo de expiación y nuevo comienzo (con regusto amargo).
En definitiva (por fin): que leerle es para mí un ejercicio masoquista, que me sume invariablemente en un sentimiento vago de melancolía. Porque, normalmente, bajo el ruido alegre de la superficie (con su humor, colorido, luminosidad, barroquismo y tal y tal), transita un pesimismo que aparece en símbolos y motivos recurrentes en sus obras: la magia, el circo, los bazares, las tiendas de antigüedades, los superhéroes, el cine fantástico y de terror... (todo, la verdad sea dicha, tirando a cutre).
Voy por Junio. Inmenso. En el primer cuento hay una frase de solo cuatro palabras, que reproducida fuera del contexto del mismo no diga nada, pero dentro de ese mágico relato me hizo llorar: Olía a Varon Dandy. Joder, gracias por tanto.
5 comentarios:
Si me permite unas palabras, le diré que comparto los halagos de Andrés Trapiello, y si usted afirma que ha sabido captar el origen y destino de sus cuentos, pues a qué añadir más, aunque mis conclusiones difieren algo de las expresadas por su colega. Con su permiso, me pongo el disfraz de crítico pedantillo y le expongo las mías, aunque no tengan valor. De hecho, soy un profesor de medio pelo y paga recortada, no un crítico literario, y me cuesta mucho describir las sensaciones que me produce la lectura de una obra.
Para mí, su estilo es inconfundible, y eso ya es suficiente para alabarlo en esta sociedad de la producción en serie, de la que no escapan los productos culturales (ahora vendría hablar de alienación, apocalípticos e integrados...).
Creo (lo habré leído en alguna reseña, solapa o contraportada, porque uno tiende al plagio), que unir estos relatos en un almanaque simboliza el inevitable paso del tiempo, siempre presente en sus obras (¿voy bien?). Y como la protagonista de estas historias es, en realidad, la vida, con su carga de imprevisibilidad y blabablá..., usted emplea el humor para contrarrestar el final, en el que nos sobrecoge siempre la muerte.
Y si todos los relatos forman un conjunto portentoso, destaco los que nos trasladan a la infancia y la adolescencia, tan presentes en su obra: una Arcadia no exenta de temores y fracasos, que discurre en un mundo decadente que ya no existe, pese a la proximidad temporal. Si me permite la expresión, en algunos relatos parece usted aplicar un "filtro vintage" (a lo Instagram) a unas historias que nos trasladan a nuestra propia infancia y juventud. Y esto se une a sus personajes, que despiertan una inevitable corriente empática, porque nos vemos reflejados en sus miserias, en sus manías, en sus vanas esperanzas de felicidad...
Para mí, leer su obra es un constante sorpenderme, con adjetivos, nombres (sobre todo los de creación propia), metáforas... Leerle nunca aburre porque (y ahí coincido con lo del conejo y la chistera), en el momento más inesperado, salta la chispa de su genialidad (perdone por la bocanada de incienso): en una palabra, comparación, greguería... Y, especialmente, en su tendencia a hacer de la prosa un bucle para incluir un matiz, un paréntesis en el paréntesis...
Además, en mi humilde opinión de Don-Nadie-metido-a-crítico-ante-el-propio-autor (ésto lo copié de la Falacci), su maestría no está sólo en la superficie. Desde lo narrativo y demás parafernalia (citaría aquí a Todorov, a Genette..., pero nunca los he leído) sus historias se construyen con una gran perfección: unas veces en su desarrollo lineal, encaminado a un rápido desenlace; en otras, por contra, la narración se remansa en momentos evocadores de gran lirismo; y hay relatos que suponen un interesante ejercicio literario, como el titulado "Las vueltas del futuro", con sus múltiples narradores.
También coincido con Trapiello al destacar "El crucero...", esa historia de crisis conyugal con bajada a los Infiernos en un hipotético Paraíso. Pero no sólo por su comicidad. Aquí el narrador me ha recordado a Walter Arias (a quien usted odiará ya, como Antonio Ferrandis a Chanquete). Paradójicamente -o no tanto- ese tocar fondo de los personajes actúa a modo de expiación y nuevo comienzo (con regusto amargo).
En definitiva (por fin): que leerle es para mí un ejercicio masoquista, que me sume invariablemente en un sentimiento vago de melancolía. Porque, normalmente, bajo el ruido alegre de la superficie (con su humor, colorido, luminosidad, barroquismo y tal y tal), transita un pesimismo que aparece en símbolos y motivos recurrentes en sus obras: la magia, el circo, los bazares, las tiendas de antigüedades, los superhéroes, el cine fantástico y de terror... (todo, la verdad sea dicha, tirando a cutre).
Felicidades y gracias. Saludos.
A mí me ha gustado mucho también.
Voy por Junio.
Inmenso.
En el primer cuento hay una frase de solo cuatro palabras, que reproducida fuera del contexto del mismo no diga nada, pero dentro de ese mágico relato me hizo llorar:
Olía a Varon Dandy.
Joder, gracias por tanto.
Su humor es exquisito, sí, pesimista pero la realidad es, en cierto modo, pesimista, a no ser que la ilustremos con relatos como los suyos.
Queremos una novela protagonizada por Lobo Lirondo.
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