Dependerá por supuesto del
aguante de cada cual, pero calcula uno que, al precio que están las bebidas
alcohólicas en el Congreso, un diputado de nuestra España biodiversa puede
coger un pelotazo casi psicodélico por poco más de 10 euros, cantidad por la
que un ciudadano de a pie apenas logra humedecerse un poco el hígado en el bar
de la esquina. A mí me parece bien: montar un parlamento sin bar es algo tan
triste como montar un bar en el que se prohibiera parlamentar a los clientes.
El alcohol, además, propicia no sé si la elocuencia, pero sí desde luego la
facundia, cosa que nunca viene mal a quienes tienen encomendada la tarea de
interpretar de viva voz -y a veces a voz en grito- la realidad común. Si en el
Congreso sólo sirvieran infusiones, correríamos el riesgo no sólo de que
nuestros representantes electos se nos quedasen callados y taciturnos, sino
también de que se convirtieran en luteranos o incluso en amishs, extremo que
más vale ni siquiera imaginar.
El
hecho de que el alcohol sea más barato en el Congreso que en la calle tiene su
explicación, aunque se trate de una explicación difícil: convertirlo en una
tentación del tipo de las que padeció san Antonio Abad, aquel eremita que se
vio obligado a enfrentarse a una caterva de demonios malintencionados. Se
trata, en fin, de una prueba ascética: si un diputado consigue vencer la
tentación de tomarse un cubata por poco más de 3 euros, significa que está
capacitado de sobra para luchar contra los demonios del aumento del déficit,
del paro e incluso de las corrupciones internas de su partido. Si cae en la
tentación, tampoco pasa gran cosa: afrontará con más alegría las adversidades,
por esa facultad mágica que tiene el alcohol de escorar el ánimo al lado
opuesto al de la pena, ya sea personal o colectiva. Yo iría más lejos: en el Congreso
debería abrirse un coffee-shop a la manera holandesa, para que sus señorías
pudieran complementar el cubata con un porro, lo que daría a los plenos un
ambiente más relajado y ocurrente, en el que las lanzas se tornasen en risas
flojas, un poco a lo flower-power.
Todo
tiene, no obstante, su peligro: vistos los precios del bar del Congreso, no sería
extraño que la gente acabara convocando para los fines de semana un asalto a la
sede de la soberanía popular, aunque no por motivos políticos, sino para montar
allí una botellona. Otro peligro sería que los diputados, tras un día de abuso
de cubatas baratos, decidieran promulgar una ley seca, pues sólo los abstemios
ignoran las decisiones tan drásticas con respecto al alcohol que somos capaces
de tomar en periodo de resaca.
A
mí, ya digo, me parece bien que se subvencionen los cubatas que consumen
nuestros congresistas. Muy mal corazón habría que tener para cobrárselos a precio
de whiskería. Porque a ver quién es capaz de afrontar lo que tenemos encima sin
pegarse un lingotazo. Pero que conviden.
.
2 comentarios:
Es barato porque nosotros pagamos la diferencia , pasa lo mismo en todos los parlamentos regionales . Supongo que el Restaurante también será subvencionado . insisto ¡ Las copas las pagamos todos ¡ , otra cosa es que sea justo o ético .
La verdad es que eso explica muchas intervenciones parlamentarias. Si no todas.
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