Si bien se mira, el hecho de sentir vergüenza ajena es algo tan prodigioso como lo sería la capacidad de sentir el dolor de muelas que padece tu vecino o como contagiarte del tartamudeo de alguien que te para por la calle para preguntarte la hora. La vergüenza ajena es un extrañísimo sentimiento extrañísimamente solidario, ya que asumes una vergüenza que ni siquiera quien la provoca la siente, de modo que cargas con una vergüenza ajena sin tener el apoyo moral de la persona que está provocándote la vergüenza en cuestión, esa persona, en fin, que está haciendo el ridículo sin saberlo y sin sospechar que eres tú quien está sufriendo los inconvenientes que trae consigo el sentimiento de vergüenza.
Se podría suponer que la vergüenza ajena no es en el fondo tan ajena, ya que a veces sentimos vergüenza ajena a causa de personas allegadas a nosotros, de modo que, en determinada medida, se trataría de una vergüenza propia. Pero hay ocasiones en que uno llega a padecer vergüenza ajena a causa de personas del todo desconocidas, y ahí se nos derrumba el argumento de la vergüenza ajena como sentimiento dependiente de la cercanía con el estimulador de dicha vergüenza. Y eso resulta lo más injusto de todo, pues lo lógico y razonable sería que cada persona cargase en este mundo tormentoso con sus vergüenzas propias y exclusivas, sin tener que verse obligada a asumir las del prójimo, que casi nunca es un ente que merezca demasiada fiabilidad psicológica.
Esa condición transferible de la vergüenza la convierte en un peligro social soterrado, ya que no existe cosa que dé más vergüenza que el sentir vergüenza ajena, en buena parte porque nos da vergüenza del otro y, a la vez, nos da vergüenza de que nos dé vergüenza asumir la vergüenza de quien ni siquiera se toma la molestia de asumir su propia vergüenza. Esta suma de circunstancias hace que el carácter del vergonzoso ajeno vaya escorándose a la misantropía, a la cerrazón social, al anacoretismo, lo que en ocasiones se ha traducido en depresión y en absentismo laboral.
Según cuentan, vivía en la localidad sevillana de Écija un talabartero, muy fino en su labor, que no podía cruzar dos palabras con una persona sin sentir al minuto una irresistible vergüenza ajena, hubiese motivo para ese sentimiento o no, lo que le hacía sentir también vergüenza propia. Debido a ese defecto, dejó de hablar con la gente y la gente dejó de hablar con él, hasta el punto de que colocó un torno conventual en la puerta de su negocio y a través de él recibía los encargos y despachaba su esmerada mercancía, entre la que se contaban atalajes de cabalgaduras, zahones y botos. Y en ese régimen de aislamiento se mantuvo hasta la muerte, víctima de las dos modalidades básicas de vergüenza. Descanse en paz.
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12 comentarios:
No sé quién le pasa los tripis, pero agradecería que me remitiera su contacto.
Talabartero de clausura... infrecuente ocupación, vive Dios.
Chapó!
Gracias a ambos.
Pues me has dejado preocupada, porque creo que no he tenido jamás vergüenza ajena, ese sentimiento no lo he vivido como tal en otras personas( en este aspecto, claro ).
Siento vergüenza cuando soy yo la que hago o digo cosas que no debo.
¿ Felipe, me ayudas a entender porqué puede pasarme esto ?.
Gracias.
Quizás el pudor tenga que ver en ello.
Aunque tengo que reconocer ,que los años me hacen sentir y ver de otra manera.
.. Me lo cuentas, por favor...
LNJ, gracias por sus comentarios.
Tiene suerte de no padecer ese sentimiento extraño, porque resulta bastante incómodo.
A lo mejor es porque elige usted muy bien a sus amistades. De todas formas, hay quien puede sentir vergüenza ajena viendo a un completo desconocido en TV, por ejemplo. Me cuento entre esos desdichados.
Me llamo Lourdes, y puedes tutearme si deseas.
Creo que no se trata de elegir a los amigos, sino de como siente una persona al ver como otra puede quedar en evidencia, y es que para mí, nadie queda.
Puedo hablar de los políticos, donde todo el día están insultándose y atacándose con un lenguaje agresivo; y más que vergüenza ajena, siento el poco respeto que muestran y la imagen que dan, teniendo el cargo que tienen.
Respecto a las personas que me rodean siento un gran respeto, me entrego de tal manera que no permito malas risas y bromas de malos gustos; y más cuando las personas de las que se ríen otros, no están delante.
Sí, se tiene que pasar mal, como cuentas, pero lo miro desde otro punto de vista, donde esa vergüenza se puede canalizar de otra manera.
Perdón, si me he extendido.
Saludos.
Qué bien has analizado el sentimiento de la vergüenza ajena y qué bien lo has escrito, y ¿qué me dices del caso del talabartero? perfecto. Enhorabuena. Un abrazo
Primitivo
Gracias.
Debo confesar que el caso del talabartero enclaustrado es imaginario.
Aunque podría ser verdadero, porque menuda es la realidad cuando decide ponerse pintoresca.
Y tanto que menuda es, la realidad!! y sí, la vergüenza ajena puede llegar a notables variedades de torsión: algunos, talabarteros en ciernes, llegamos a sentir vergüenza ajena poniéndonos en posición ajena y futura (?) ante nuestras propias inseguridades y posibles meteduras de pata, que a su vez nos producen vergüenza propia... y encima sufrimos también de la variedad habitual de la vergüenza ajena, viendo a determinados congéneres en televisión, sí, y también en directo.
En total: nos pasamos el día levemente sonrojados, lo que puede a su vez potenciarnos el atractivo, así que ya ve Ud. que dilema.
Todo culpa del término "torsión", seguro. Me callo, que me sonrojo...
Me contaron una vez que no hay expresión idéntica en ningún idioma. Mi conocimiento de los idiomas extranjeros no es tan amplio como para saber si es verdad.
Me pareció curioso que sólo el español hubiese sentido la necesidad de poner en palabras tan delicado sentimiento. Es delicado; de una forma un poco jodida -con perdón-, pero delicado.
Yo, como usted D. Felipe, sí he experimentado más de una vez vergüenza ajena. Creo que con dos variantes bien distintas:
-Una de lástima y piedad por alquien que hace el ridículo o es causa de mofa y befa, sin que el pobrecito sea consciente. Generalmente personas inocentes y sencillas que no tienen la capacidad o el conocimiento para verse como los demás les ven.
-Otra de rabia y desagrado ante ciertos comportamientos prepotentes, insolentes o desconsiderados de quienes piensan que están por encima del bien y del mal.
Bueno, a lo mejor hay más, nunca me había parado a pensarlo. Lo del talabartero enclaustrado me parece más bien un caso de fobia social, pero, vaya usted a saber.
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