En las ciudades no sé, pero, en los pueblos, cuando dos desconocidos se cruzan por la calle muy de mañana (a esa hora en que la claridad es aún una fantasmagoría indecisa y el mundo parece un prodigio inacabado) se dan los buenos días, por lo general mediante un tímido susurro articulado sólo a medias, porque nadie se levanta con la lengua ágil, a menos que se haya pasado la noche hablando en sueños, que ya son ganas de hablar, o a menos que se trate de un barítono o de un pastor de ovejas, oficios uno y otro que requieren buena voz, aunque cada cual para lo suyo, como es lógico: para ponerles los vellos de punta a los melómanos o para hacer entrar en razón a una cordera trotona, respectivamente.
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Es la cortesía, en fin, de los extraños, como si entre sí quisieran darse la bienvenida a la realidad de un día nuevo, tras esa expedición psicodélica por las regiones hipnóticas que nos organiza a su antojo el subconsciente.
A medida que las calles van llenándose, ya sólo se saludan los conocidos, porque a los desconocidos ni los miramos, por la cuenta que nos trae, ya que una mirada puede interpretarse de muchas maneras. Ahora bien, ¿quiénes son esos conocidos? Ahí comienza la indecisión.
En los pueblos, el espectro de conocidos puede ser muy amplio. Tienes que saludar durante toda tu vida al fontanero que una vez te arregló un grifo, porque si no lo saludas, puede interpretarlo no ya como un gesto descortés, sino como un acto de ingratitud: te arregló el grifo y ahora haces como si no le conocieras. Tienes que saludar durante toda tu vida al dueño de la zapatería en la que entraste una sola vez y en la que ni siquiera pudiste comprar aquellos mocasines que viste en el escaparate, porque no le quedaba ningún par de tu número, y si no lo saludas, ten por seguro que va a interpretarlo como un acto de venganza.
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Tienes que saludar durante toda tu vida al hombre que salió corriendo de la cafetería para darte aquel paraguas que habías olvidado, porque incluir a ese desconocido en la categoría de los desconocidos sin derecho a saludo sería una falta de respeto al gremio espontáneo de los rescatadores de paraguas. Tienes que saludar durante toda tu vida al camarero que te derramó encima un plato de sopa marinera, porque negarle el saludo sería una muestra indudable de rencor. Tienes que saludar durante toda tu vida a aquella muchacha que una vez te pidió fuego en un bar, porque el hecho de no hacerlo podría interpretarlo como una negativa a darle fuego en el futuro. Tienes que saludar durante toda tu vida al tío del cuñado de la novia de aquel primo tuyo que te invitó a una barbacoa campestre en la que no sólo estaba el tío del cuñado de la novia de tu primo, sino también el suegro del hermano pequeño del cuñado de la novia de tu primo y el yerno de la nuera de la hermana de aquel electricista tan amable que te arregló cuando eras niño el scalextric, y a todos los saludarás a lo largo de toda tu vida, en recuerdo de aquella estupenda barbacoa.
Está bien eso de salir a la calle y saludar a granel a la gente. Gente con la que la comunicación se reduce a frases de una o dos palabras dichas al paso (“Hola”, “Adiós”, “Buenas tardes”…) y que siempre significan otra cosa: “No me olvido de que hace nueve años me arregló usted un grifo”, por ejemplo. Y así sucesivamente.
Buenos días.
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7 comentarios:
Genial. Buenos días.
Buen año (saludo más duradero).
Y en fin, qué le cuesta a Usted devolver un saludo... y tan en deuda salutatoria está Usted con el fontanero como el fontanero con Usted, que además le cobró (y no barato, precisamente) el arreglo de aquella tubería.
De todas maneras, la muy sabia y trimilenaria ciudad de Cádiz tiene su propia manera de saludar por la calle:
― Quillo, ¿qué?
O bien
― Aaaaááy.
Como puede comprobar, son saludos que no comprometen a nada. Sobre todo el último. Y se pueden largara conocidos o desconocidos (barra as) por igual.
En un pograma de humores de Canal Sur decía un humorista que otro saludo típico de Cádiz (y en Sevilla también lo he oído) es el "¡cogedlo ahí!" dicho sea con el soniquete correspondiente.
Tiene razón usted, señor Benitez, en que unos "Buenos días" pueden significar muchas cosas.
Un abrazo
Por eso mejor vivir en el campo, como hago yo. Resulta muy cómodo eso de subir al coche en la puerta de casa sin tener que saludar a nadie...El problema llega el día que tienes que ir, todo sea dicho, forzosamente, a hacer compras. En cuyo caso, invariablemente, Dios, Alá, el destino, o lo que sea dice: "¡Te vas a preparar!" y tienes que saludar al fontanero y a toda su familia.
Pues yo pienso saludarle si lo veo por la calle. Al fin y al cabo, usted me ha regalado buenos momentos con sus libros. Qué menos. Feliz año don Felipe.
¡Hola! ¿Qué tal?
Yo antes saludaba a muy poca gente, a pesar de vivir en un pueblo pequeño.
Después empecé a darme cuenta de que no tenía claro si debía saludar a unos o a otros por aquello del grifo o del cigarrillo, pues había empezado a olvidar las caras de esas personas.
Un día, una amiga me recriminó que no la había saludado, y me dí cuenta de que se había sentido mal.
Así que empecé, poco a poco, a saludar a casi todo el mundo, y ahora hago como todos en los pueblos pequeños: saludo constantemente, como si los conociera a todos.
Y así sigo, salgo a la calle y saludo a los paseantes, a los albañiles, a los que van de compras, a los fontaneros, a los niños, a los jóvenes, a los mayores.
¡Creo que me encanta saludar!
¡Saludos!
debe ser agotador
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