En virtud de su tradicional prudencia filológica, interpretada por algunos suspicaces como rasgo de carcundia y de afición a la retaguardia, la Real Academia Española de la Lengua aún no da cabida en su diccionario a bastantes palabras que utilizamos cotidianamente, pues temen con razón los académicos que se trate en su mayoría de términos volanderos, muletillas y neologismos de vida breve, pero recoge en cambio palabras que nadie utiliza jamás… aunque digamos mejor casi nadie, en fin, por no apostar de manera arriesgada por la universalidad de la afirmación, ya que son escasas las afirmaciones que afectan al total del universo, incluida tal vez esta afirmación misma.
Imaginemos que alguien nos pregunta, qué sé yo, por un pariente o conocido y que le respondemos algo así como: “Le sentó mal el conducho de cámaros y está en cama y camariento, de modo que distrae las horas haciendo esquicios de esquientas en el fundago campés”. Cabe suponer que casi lo mismo le daría a nuestro interrogador una respuesta formulada en una variante argótica del dialecto que emplean los pescadores en el sureste de Groenlandia, por no señalar a nadie en concreto, pues hay ocasiones en que nuestro propio idioma se nos vuelve incógnito y raro, con aires de trabalenguas cómico o de fórmula de hechicería.
El celebrado estilista barbichivesco, gallego y manco que se bautizó a sí mismo como don Ramón María del Valle-Inclán era muy partidario de frases como la siguiente: “El tío Juanes apareja el cuartago bajo el alpende”, o bien como esta otra: “¡Y ese solimán se berrea tanicuanto le aprieten las mancuerdas!” Frases ambas, según se ve, que denotan bizarría, tanto en el sentido francés como en el sentido español de la palabra bizarría: rareza y valor, a más de un poco de empacho de narcisismo estilístico, como es lógico, lo que sería ya cuestión aparte.
Cualquier diccionario está lleno de palabras medio difuntas o difuntas del todo, desusadas, en vías de extinción si no ya extintas, huéspedes de una especie de morgue lexicológica, rígidas ya, acartonadas, sin el calor de unos labios que las pronuncien con ira o con dulzura, porque el camino de cualquier lengua está sembrado de cadáveres verbales, caídos a plomo a la sima del olvido por pura desemantización repentina: ¿quién fue la última persona que pronunció en su conversación la palabra “corrozco” o la palabra “luva”, por ejemplo?
Qué extrañas son las palabras olvidadas, fósiles del idioma, inutilizadas por el tiempo, tan aficionado a arrasar las huellas de lo humano en este mundo.
Palabras y palabras que nuestros antepasados pronunciaban para expresar sus zozobras y venturas, para designar un apero o para describir una loma, para cantar con pena los ojos desdeñosos de una amante o para ensalzar el pelaje de un carnero, que no todo podía ser lirismo ni laúd. Palabras expulsadas de la realidad, flotantes en el limbo de los diccionarios, extravagantes y disecadas, degradadas a pintoresquismo de escritor arcaizante las de mayor fortuna… Palabras y palabras, en fin. Palabras en el tiempo sin el tiempo.
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4 comentarios:
ME has hecho revivir una escena de la serie de Tv "Lorca la vida de un poeta" cuando es encarcelado junto con unos prisioneros y conoce a un tal Dióscoro,nombre tan poco común que le anima en esos duros momentos para ambos a mostrar su ingenio diciendole en cuestión al tal Dióscoro:
¡ Qué nombre tan chorpatélico !
Cuando íbamos al aeropuerto de Sevilla, mi abuela me decía con todo el cariño del mundo "Niño, ponte el saquito, que donde pasean los aeroplanos hace viento".
Un saludo en la palabra.
Sucede que no pocas veces andar desenterrando (no sé si con nocturnidad y alevosía) palabras ya decrépitas por el uso resulta a todas luces desagradable como algunos levantamientos de cadáveres, no sé.
A ver quién me dice que la frase "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" es mejor que "lo que pasa en la calle" (risas).
Un abrazo, Felipe.
Por cierto, Javier, joder, qué maravilla lo de tu abuela: "... donde pasean los aeroplanos..."
Un abrazo para también.
Husmeando en tu blog, que acabo de descubrir, aprovecho para decirte que Las ciudades sin ti no las recuerdo., es un verso bellísimo, y uno de los pocos que insisto en recordar. Se hila enseguida, entonces, el nombre del amigo que, hace unos quinientos años, me regaló El novio del mundo, usado por él. Un saludo.
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