domingo, 23 de marzo de 2025

DOBLE O NADA

 (Publicado en prensa)



Quienes saben cosas que no sabe casi nadie aseguran que Putin dispone de al menos dos dobles –pocos me parecen-, cuya tarea consiste en acudir a actos potencialmente peligrosos, irrelevantes o soporíferos, mientras el Putin verdadero está en su casa viendo tranquilamente una serie romántica, haciendo judo o planeando la invasión de un país para liberarlo del yugo del nazismo. En nombre de la justicia sociolaboral, espero que esos dobles estén bien pagados, porque lo suyo no es poca cosa: parecerse por naturaleza a Putin, someterse a operaciones quirúrgicas para parecerse aún más a Putin y renunciar a ser quienes son para convertirse en unas falsificaciones de Putin, lo que los equipara a los productos chinos de imitación.

       Que un alto mandatario disponga de dobles resulta comprensible: hay días en que no está uno para nada, y menos que nada para mantener al mundo en vilo, por mucha afición que tengas a la matonería geopolítica. Pero nada es del todo sencillo en este mundo… Un doble de Trump, pongamos por caso, lo tendría un poco más complicado que uno de Putin: hacerse implantes de pelo, teñirse los implantes de rubio platino, aprender a hablar con boca de asquito, encadenar disparates y someterse a tratamientos de melanina para cambiar la pigmentación de la piel hasta llevarla a un exótico color naranja. Ahí habría tarea.

         Lo raro es que otros muchos líderes no se acojan a ese privilegio de la multiplicación de la identidad, que solo presenta ventajas. Por ejemplo, no sé, el president Mazón, de contar con dobles, podría haber estado al mismo tiempo durmiendo la siesta en su casa, presidiendo la reunión del CECOPI y disfrutando de la sobremesa en El Ventorro, en tanto que el expresident Puigdemont podría mandar a uno de sus dobles a que cumpliera condena en las lóbregas mazmorras del Estado, mientras él seguiría de incógnito en Bruselas planeando la independencia de su tierra nativa, en este caso no sometida al yugo del nazismo, sino del españolismo, que no sabe uno lo que será peor. Y así sucesivamente.

         Nos consta que nuestros políticos cuentan con muchos y variados asesores, pues sin asesoramiento nadie va a ninguna parte, y se enfrenta uno además al peligro de las decisiones unipersonales atolondradas, pero carecen en cambio de dobles, lo que debería acomplejarnos un poco como país: a lo más que llega un político español es a tener un “koldo”, categoría laboral resultante de fundir un mayordomo, un guardaespaldas, un pagafantas y un testaferro.

Algo es algo, sí. Pero donde esté un doble que se quite un simple.


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sábado, 8 de marzo de 2025

CASUS BELLI

 (Publicado hoy en prensa)



El hecho de que a estas alturas de la Historia estemos oyendo tambores de guerra viene a ser tan chocantemente anacrónico como lo sería el que alguien recibiera hoy un tratamiento oncológico mediante sangrías y bebedizos mágicos. 

       Será, no sé, porque todas las grandes civilizaciones han conocido su extinción, como si estuviesen maldecidas por la obsolescencia. Será porque la humanidad se rige por patrones invariables según los cuales los periodos prósperos y pacíficos no pasan de ser paréntesis anómalos. Será, en definitiva, porque no tenemos remedio.

             En todas las épocas hemos estado en manos de megalómanos peligrosos, y la nuestra no iba a ser una excepción: gran parte del poder mundial lo controlan gánsteres de guante blanco –aunque por lo general el guante esté manchado de rojo- que disponen de la fuerza bruta suficiente no solo para desordenar la realidad, sino también, llegado el caso, para destruirla.

         Es todo raro. Irracional y raro. Por ejemplo, una versión modernizada de la Guerra Fría empieza a librarse entre EEUU y Europa (con Hungría, además, como caballo de Troya), entre EEUU y Canadá, entre EEUU y México, entre EEUU y Dinamarca, a cuenta de Groenlandia. Mientras tanto, Rusia celebra las insensateces de Trump por la misma razón por la que los antiguos monarcas celebraban las ocurrencias de sus bufones: porque les hacían reír. 

            Al fin y al cabo, Trump es el primer trofeo que ha ganado Putin en su empeño por convertir el mundo occidental en la nave de los locos, a la espera del momento glorioso en que los heroicos mandatarios rusos decidan hacerse con el timón y enderezar el rumbo político, moral y religioso de una civilización decadente. El delirio es tan desmesurado que incluso podría tener éxito.

         El fantasma que hoy recorre Europa no es, en fin, el del comunismo soviético, sino el del imperialismo ruso, ante la mirada desidiosa del fantasmón norteamericano, que ni siquiera ha caído en la cuenta de que un Estado democrático no es una empresa cuya finalidad consista en obtener dividendos mediante el recorte de las prestaciones sociales, sino un conjunto de estructuras cuyo único balance positivo es el de la consolidación del derecho a esas prestaciones. 

         Los mandatarios europeos avisan, con la boca pequeña, aunque cada vez menos pequeña, del riesgo de un conflicto bélico a gran escala. Macron va un poco más allá y saca a relucir el arsenal nuclear francés. En la encerrona tabernaria que le tendió a Zelenski, el lunático de piel naranja habló a las claras de la posibilidad de una tercera gran guerra. China no descarta un enfrentamiento, más allá de lo comercial, con EEUU. Y así vamos.

         Recordemos la advertencia que hizo Einstein: si hubiese una tercera guerra mundial, la cuarta sería con palos y piedras. Y aun eso siendo optimistas.


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