sábado, 31 de diciembre de 2022

LA EXPECTATIVA


 (Publicado en prensa)


Mañana entramos en un año nuevo, y lo haremos tal vez con la idea difusa de haber dejado atrás, aparte de un tramo de nuestra vida, un periodo global de calamidades y de incertidumbres, pues si bien vivimos desde siempre en un mundo convulso, este 2022, puesto en la balanza, nos ha traído más sobresaltos que sosiegos. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? No. La historia de la humanidad es una novela que empieza mal y que posiblemente acabe peor aún, ya que, a estas alturas, podemos llegar a la conclusión melancólica de que como colectividad no tenemos remedio, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie. Lo intentamos, sí, pero tampoco con mucha convicción, y no hay cosa que nos guste más que tirarnos en grupo a un abismo, a la manera de una manada de ñus.

Por nuestra falta de capacidad para el escarmiento, en medio mundo seguimos regalando el poder a fantoches y charlatanes, cuando no a sociópatas o a psicópatas, o todo junto, en parte, supongo, porque las ideologías de antaño han derivado en meras manías sectarias, con un trasfondo más religioso que propiamente político, hasta el punto de que basta con que un ente extravagante suelte media docena de barbaridades para que una muchedumbre lo ensalce como un redentor. Cada uno de nosotros cree tener una solución expeditiva para los problemas del mundo, lo que no quita que esa creencia acabe sumando al mundo otro problema: la proliferación de iluminados. Unos iluminados que necesitan a un espabilado para que los agrupe y los guíe en la senda de la purificación social. Un espabilado que vocifere y gesticule, que recurra a las grandes palabras huecas y que canalice ese descontento que, de manera más o menos abstracta, late en cualquier sociedad, ya que los paraísos únicamente parecen existir como tales en el mundo de las ideas: un mito metafísico. Y el espabilado, claro está, aparece, y no solo puede acabar ocupando un escaño en un parlamento, sino incluso sentado en un sillón presidencial, en calidad de jefe de la tribu de los alucinados.

         Las actuales tensiones geopolíticas avisan de la fragilidad extrema de nuestra idea de civilización, sobre todo si tenemos en cuenta que el delirio de una sola persona puede desestabilizar el mundo, como nos demuestran la Historia y los telediarios. Nos habíamos hecho la ilusión de estar en el camino de un futuro luminoso y de repente el cielo se ensombreció. Entre virus y guerras, entre inflaciones artificiales y catástrofes naturales, enarcamos, por prudencia, una ceja.

         Dicho lo cual, que tengan ustedes por delante un gran año.


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lunes, 19 de diciembre de 2022

UN RELATO NAVIDEÑO

 

LA VÍSPERA

 

Mi empresa se dedica a mediar entre vendedores y compradores. Unos clientes me citaron en Alicante el 23 de diciembre. Para cenar. Podría haberme disculpado, por lo señalado de la fecha, pero estaba en juego una comisión sobre la venta de un hotel en primera línea de playa y tengo por norma desconfiar de los azares de última hora. Si no había ninguna sorpresa, aquella operación equilibraría un año flojo. Elena lo comprendió, pero no le cayó bien, porque la comprensión tiene sus limitaciones emocionales, y la comprendí. Le prometí que volvería el 24 a primera hora para ayudarle a preparar la cena.

            Elena y yo nos casamos hace ahora siete años. Un par de años antes, a los cinco o seis meses de conocernos, yo rompí con Clara y ella con su marido. Elena tiene gemelas de once años y yo un hijo de dieciséis. Las hijas de Elena siguen mirándome con el mismo recelo que el primer día. Mi hijo me mira con el mismo rencor que cuando salí de casa para irme a vivir a un apartamento de alquiler en el que la tapicería del sofá era la misma que la de las cortinas.

            Me pasó lo que a casi todos: no dejé a Clara porque no la quisiese ni porque Elena me gustase más que ella, sino sencillamente porque era otra. No hubo, en esencia, mucho más. Eso, por supuesto, lo sé ahora, pero entonces no: Elena representaba una vida nueva, aunque al poco comprendí que la vida no está fuera de uno mismo. No quiero decir que esté mal con Elena ni mucho menos, sino que a estas alturas podría estar con cualquiera, incluida Clara. A los sesenta años conviene cerrar el laboratorio.

            En la cena éramos nueve, todos hombres. Las negociaciones habían tenido un prólogo largo y sólo se trataba en realidad de celebrar la firma, de modo que se firmó el contrato nada más sentarnos a la mesa, supongo que para poder celebrarlo cuanto antes. Me alegré de que no surgiesen pequeñas discrepancias de última hora, que suelen ser las más peligrosas para el éxito de este tipo de transacciones. El restaurante era tailandés y estaba decorado con tiras de espumillón azul eléctrico y con un abeto iluminado con guirnaldas de luces azules, de un elegante azul frío.

         Cenamos.

            “Vamos al Ma Chérie”. Alguno opuso resistencia, pero al final nos fuimos los nueve al Ma Chérie. A la entrada había un árbol de navidad con luces rojas y bolas doradas. Las muchachas se habían vestido esa noche de Papá Noel. La que me dio conversación se llamaba Martina y era eslovaca. Salimos de allí más allá de las cinco y media, porque el ánimo suele enredarse en esos sitios. Yo tenía que estar en el  aeropuerto en torno a las siete y cuarto.

            Llegué al hotel con apenas tiempo para darme una ducha. Era un hotel muy de medio pelo, pero no encontré otra cosa, más allá de los prohibitivos. Se ve que yo no era el único desplazado durante la víspera de una celebración eminentemente casera. En el hall había un abeto artificial con luces parpadeantes y espumillón dorado. Pedí por teléfono que me subieran un café a la habitación y me dijeron que no era posible. Le pregunté al recepcionista en qué planta servían el desayuno. Me dijo que en la entreplanta, de siete y media a diez y media. Eché en un vaso dos comprimidos de Actrón. El alcohol aún no me había hecho daño. Estaba esperando sin duda a que yo entrase en el avión para hacérmelo, como efecto teatral. Veía una escena anticipada: Elena ofreciendo licores después de la cena.

            Bajé a recepción. El reloj de pared marcaba las siete menos veinticinco. Me daría tiempo a desayunar con tranquilidad en el aeropuerto. Ante el mostrador estaba una pareja muy joven. Apenas veinte él, dieciocho como mucho la chica. Sin equipaje. “¿Han consumido algo del minibar?” Habían consumido dos cocacolas. El muchacho pagó con tarjeta.

            Antes de subir al avión, el alcohol del Ma Chérie empezó a enrarecerse. El acento de Martina, que me había hipnotizado apenas unas horas antes, me resonaba dentro de la cabeza como el eco de un idioma robótico. Me tomé un café doble y vomité. Mi avión salió con cincuenta minutos de retraso.

            Cuando llegué a casa, Elena estaba ya en la cocina. “Mis padres llegan al aeropuerto a las cuatro y media. ¿Irás tú a recogerlos?”. Por supuesto. Las gemelas, con su impavidez simétrica, fingían ayudar a su madre. En el salón estaba el abeto decorado por ellas: luces verdes y figuras de ángeles. “No me ha dado tiempo a compraros ningún regalito”, y las dos dibujaron un gesto que fundía la decepción con la resignación. Nunca han esperado mucho de mí.

    “Tienes mala cara”, me dijo Elena. Sí, la comida exótica siempre me pasa factura.

       “Por cierto, ¿cómo ha ido todo?”. Y le dije que muy bien.


(Incluido en Los abracadabras. Relatos reunidos. Editorial Renacimiento, 2022)

domingo, 18 de diciembre de 2022

BOLILLÓN PRESIDENCIAL

 (Publicado en prensa)



Comoquiera que se negó a que le hicieran un análisis toxicológico tras su detención, el flamante expresidente peruano ha añadido un misterio insondable a la mecánica del mundo: ¿qué droga es esa que hace que leas un texto ajeno como si fuese propio, sin saber lo que dices, como un loro parlante de juguete, y que te lleva además a disolver el parlamento de tu país? Una droga dura, desde luego. La única certeza que tenemos sobre ella es que es líquida o, al menos, soluble, ya que los defensores del mandatario destituido afirman que alguien se la administró en un vaso de agua, aunque cabe la posibilidad de que el agua en cuestión proviniera de un manantial lisérgico controlado por unos demonios amazónicos que se apoderan así de la voluntad de los mandatarios incautos, porque con estas cosas nunca se sabe, y episodios aún más prodigiosos nos han brindado los novelistas del llamado realismo mágico.

Por lo general, al consumidor de drogas le da por escuchar a Pink Floyd o por ver conejos y palomas de colores, pero al expresidente le dio, en cambio, por disolver el parlamento, como ha quedado dicho. Y es que un mal viaje lo tiene cualquiera: te da el punto de mandar a casa a todos los parlamentarios de tu país y resulta que acabas en la trena con tu homólogo Fujimori. Los riesgos de la vida loca, como si dijésemos.

         He buscado en los libros de Jünger, de Escohotado y de Schivelbusch la descripción de alguna sustancia que conduzca a esos extremos delirantes de colocón, pero no he encontrado nada que se ajuste a los efectos padecidos –porque disfrutados me temo que no tanto- por el expresidente de Perú.

         Y piensa uno, no sé, que esa droga misteriosa puede convertirse en una gran aliada de la clase política universal. Por ejemplo: te pillan prevaricando o malversando y lo achacas a la droga que te echaron en ese vaso de agua que les ponen a los parlamentarios cuando suben al estrado para que puedan exponer con la lengua hidratada una solución expeditiva para los problemas del país. Sería un eximente inmejorable, y se oirían por los pasillos de los parlamentos conversaciones de este tipo: “¿Has bebido agua antes de defender la enmienda a la ley?”, y el otro le respondería: “Un par de sorbos. Por precaución. Aparte de eso, si no me drogan es que ni yo mismo me creo lo que digo”.

         Como es lógico, habría que convocar una plaza de camello parlamentario, para que lo que se vierta en los vasos de sus señorías esté sometido a un control de calidad, porque igual te dan material adulterado y se te ocurre ponerte a bailar bachata con los de la oposición, o lo que sea, y es ya lo que nos faltaba.

         El expresidente peruano ha abierto, en fin, un camino.


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domingo, 4 de diciembre de 2022

BARRA LIBRE


 (Publicado en prensa) 

Desde los tiempos brumosos en que los humanos acordaron constituir asambleas para intentar resolver sus conflictos, el conflicto principal han sido las asambleas. Por no se sabe qué motivo, cualquier reunión humana, así se trate de una convocatoria vecinal, está condenada a convertirse no solo en un guirigay, sino también en una trifulca. Parece ser que llevamos la discordia en los genes, aunque no resulta del todo descartable la posibilidad de que esa naturaleza pendenciera se derive de una milenaria maldición egipcia o sumeria, como poco. Sea por lo que sea, el caso es que buena parte de la clase política ha adoptado históricamente, como tradición inquebrantable, el recurso al insulto, al sarcasmo, al sofisma, al enrocamiento en el dogma y en el prejuicio, a la humillación pública del adversario, a la destemplanza y, a menudo, a la idiotez orgullosa de serlo. Si alguien no dispone de esas habilidades, casi mejor que opte por la carrera eclesiástica. De vez en cuando, en algún informativo, vemos a unos parlamentarios de países más o menos exóticos liarse a tortas, en un paso más hacia el perfeccionamiento del debate o, al menos, hacia las soluciones expeditivas: lo que no pueden arreglar las palabras puede arreglarlo un bofetón.

         Sin irnos tan lejos, la presidenta de nuestro Congreso va a verse obligada a matricularse en un cursillo de adiestramiento canino, ya que algunas señorías están que ladran. Se ha desatado la furia, según parece, o al menos las lenguas, y prefiere uno pensar que todo se trata de una puesta en escena, de una performance parlamentaria para que el pueblo se divierta un poco en esta época de incertidumbres concretas y abstractas. Solo eso: una representación teatral subida de tono en la que los actores intercambian barbaridades entre sí y se estrellan tartas de oratoria en plena cara. Para entretenernos un poco, ya digo. Sin maldad.

         Como no podía ser de otra manera, algunos parlamentarios son mejores actores que otros, y no falta quien sobreactúa. En ese defecto de sobreactuación puede incurrirse por activa o por pasiva: por activa si se te calienta la boca más de la cuenta o por pasiva si te ves a obligado a indignarte por el calentón de una boca ajena, lo que conlleva el que tu boca también se caliente. Hay momentos estelares en que el Congreso parece un bar en el que unos entes achispados discuten sobre ovnis. Pero, bien mirado, tiene su sentido: si ellos son los representantes del pueblo, nos representan a la perfección, con absoluta fidelidad. Qué bien nos conocen. Qué bien nos interpretan: airados, sectarios, irracionales. Qué bien.


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martes, 29 de noviembre de 2022

domingo, 20 de noviembre de 2022

ACTIVISMOS

 (Publicado en prensa)



El concepto de “activismo” conlleva necesariamente un grado de fanatismo, ya que sin un componente fanático no se trasciende el grado de la pasividad, y se trata de todo lo contrario. El activista no puede encogerse de hombros ante el detalle más insignificante que afecte a su parcela temática, ya sea en el ámbito de la política, de la ecología o del maltrato animal, pongamos por caso, pues todo activismo es selectivo, tal vez por prudencia estratégica: si no se puede luchar contra el mundo como totalidad caótica, dividamos el mundo en caos específicos. Gracias a esa división, una persona puede amargarse la vida de maneras muy diferentes: sufriendo por las condiciones de vida de los perros de las perreras, deseándoles la muerte a los matadores de toros o poniendo el grito en el cielo por el hecho de que alguien fume en la terraza de un bar, por ejemplo. Hay opciones.

         Algunos identifican el activismo con el histerismo, o al menos con una mentalidad maniática, fruto de la extrapolación de alguna psicopatología necesitada de manifestación pública, aunque tal vez habría que barajar la posibilidad de que el antiactivismo sea una manifestación igualmente fanática del activismo.

         Nuestra forma de vida, la que hemos creado, tiene mucho de mecanismo desastroso, hasta el punto de que señalar sus muchos desastres se considera un síntoma de trastorno sociopático.

         Algunos activistas climáticos han vandalizado unas obras artísticas, con gran repercusión mediática, que es lo que se supone que pretendían. ¿Por qué han puesto su diana precisamente en el arte? Sería demasiado enrevesado suponer que, a pesar de que a lo largo de la historia ha habido artistas culpables de muchas cosas, una obra de arte es siempre, como tal, inocente. Y la agresión a la inocencia provoca espanto. No sé. Podrían haber lanzado latas de tomate a un surtidor de gasolina y pegarse la mano a la manguera, o incluso meterse la manguera por algún orificio corporal por el que escueza un poco. Podrían haber localizado a algún magnate del petróleo que sea calvo, verterle en la cabeza un bote de fabada y pegarse luego la mano a su cogote, procurando evitar, eso sí, los trozos de chorizo y de tocino. Etcétera. Con un poco de imaginación, la repercusión mediática hubiese sido la misma. Pero no: los cuadros. Hay que precisar que esas acciones las han llevado a cabo en obras protegidas por un cristal, pero el peligro está en que a alguien le dé por elevar la temperatura de la protesta al nivel de la iconoclastia y se anime con un cuadro desprotegido.

         Procurando situarse en la mentalidad de estos activistas, se pregunta uno: ¿qué importa una obra de arte en un planeta autodestructivo? Pero el caso es que todas las respuestas posibles tienen forma también de pregunta.


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domingo, 13 de noviembre de 2022

martes, 8 de noviembre de 2022

domingo, 6 de noviembre de 2022

ENTRETENIMIENTOS GLOBALES

 (Publicado en prensa)



Sin comerlo ni beberlo, y sin tener que ir al frente de batalla, todos nos hemos convertido potencialmente en carne de cañón. O de misil balístico intercontinental, para ser más exacto. Es la esencia de la Historia: unos pocos deciden el presente y el futuro de muchísimos, lo que no quita que muchísimos de esos muchísimos padezcan la sugestión de ser agentes del destino del mundo mediante el método de alinearse ideológicamente con las decisiones de esos pocos: hay quien va a una guerra –pongamos por caso extremo- no con la sospecha de estar haciendo el tonto, sino con la convicción de ser un héroe.

         Los pocos que mandan en Rusia exportan la imagen de un país enfervorizado de manera unánime con la invasión de Ucrania, lo que no quita que allí hayan tenido que hacer reclutamientos forzosos incluso entre la población reclusa, porque una cosa es jalear desde lejos una guerra y otra muy distinta que te manden a la guerra. El patriotismo también tiene sus límites, sobre todo cuando deja de ser un sentimiento confortablemente abstracto.

Por lo demás, se ve que en eso de las amenazas apocalípticas todo es cuestión de animarse: ahí tenemos a Kim Jong-un lanzando misiles que sobrevuelan territorios de Japón y de Corea del Sur, sin duda con algún misterioso afán intimidatorio y estratégico, dentro de lo misteriosa que puede ser la insensatez, pero sobre todo con la mentalidad de un idiota que juega a la PlayStation.

         En medio de estas hazañas bélicas, Bolsonaro, tras perder las elecciones, alienta más o menos veladamente una confrontación civil que podría resolverse felizmente con la guinda de un golpe de Estado,  mientras que Biden avisa de que en EEUU la democracia está en peligro, hasta el punto de que cualquier chiflado –canadiense, además- puede entrar en la casa de la presidenta del Congreso con la intención de romperle las piernas, algo que no logró la horda trumpista que asaltó el Capitolio, con la frustración politológica que eso conlleva para cualquier mente iluminada. Dentro del pintoresco ámbito monárquico o del pintoresquismo a secas, la heredera de la corona belga vive confinada por la sospecha de que el crimen organizado pretende secuestrarla.  Al margen de todo esto, Feijóo, ante la exhumación de los restos de Queipo de Llano, declara que hay que dejar a los muertos en paz, aunque resulta curioso que los muertos a los que no quiere causar molestias póstumas sean siempre del bando de aquel paisano suyo que ascendió a caudillo.

         Entretenidos estamos, sí.


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lunes, 31 de octubre de 2022

martes, 25 de octubre de 2022

LOS ABRACADABRAS. Relatos reunidos.


Recopilación de mi narrativa breve, con algunos inéditos.

572 páginas.

Llegará a librerías el 28 de noviembre.
Disponible en preventa (hasta el 25 de noviembre), con un 5% de descuento, envío gratuito por mensajería y, para quien lo pida, dedicatoria personalizada. En este enlace:

lunes, 24 de octubre de 2022

EL JARDÍN Y LA JUNGLA

 (Publicado en prensa)



 Lo peor que tiene lo peor es que puede ocurrir. Y ahora estamos en eso, en la posibilidad de que lo peor ocurra en cualquier instante, no ya por la decisión demencial de algún demente en concreto, sino de forma meramente accidental. Nos levantamos, ponemos el televisor o la radio y tememos oír que ya ha sucedido lo peor, pues lo peor ha dejado de ser una conjetura paranoica, una muestra caprichosa de alarmismo, para convertirse en una opción de realidad acorde con los síntomas que presenta nuestra realidad. Lo peor está ahí, pendiente de un hilo. 

       Y es que la historia de la humanidad nos avisa de que las grandes catástrofes inducidas no necesitan grandes detonantes ni grandes pretextos: basta una chispa. (Por ejemplo, no sé, que a alguien se le ocurra asesinar en Sarajevo a un archiduque de opereta y que el cadáver del archiduque produzca millones de cadáveres). Lo peor se conforma, en definitiva, con muy poco. Barajemos opciones posibles: que un misil defectuosamente programado impacte donde no debe o que un soldado decida escribir por sí solo la Historia y, en un trance de iluminación épica, decida cambiar la trayectoria de un dron. Por ejemplo. Las situaciones complejas admiten la paradoja de ser en el fondo muy simples.

         Estamos viviendo una guerra ajena y lejana que no deja de ser una guerra propia y próxima: basta con ir al supermercado para apreciar que la leche o el aceite se han convertido en armas de intimidación, basta con mirar la factura de la luz para comprender que la energía es un ejército enemigo, basta con seguir las noticias para hacerse cargo de que la guerra se ha convertido en un arma psicológica de destrucción masiva.

      La humanidad ha sido siempre un ente insensato, una bomba de relojería para sí misma. Progresamos un poco y al poco estallamos, echando por tierra lo conseguido, pues se ve que nuestra mente está programada para estallar. Josep Borrell ha comparado Europa con un jardín rodeado por la jungla, lo que, sin dejar de ser un despropósito diplomático, es una metáfora certera. Y se acuerda uno de aquellas palabras con que Malcolm Lowry cerró su novela Bajo el volcán: “¿Le gusta su jardín? Asegúrese de que sus hijos no lo destruyan”. 

        Los hijos no creo que tengan interés en destruir el jardín de sus progenitores, pero cabe la posibilidad de que sus progenitores les dejen en herencia un jardín destruido. Aparte de eso, la ocurrencia de Borrell admitiría tal vez una matización que tiene algo de refutación: si en nuestro mundo globalizado hay un jardín exclusivo rodeado de jungla, es que el jardín también es parte de la jungla.


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domingo, 9 de octubre de 2022

NOTICIAS MUTANTES

 (Publicado en prensa)



Estamos en un momento en que no podemos saber si una noticia que en apariencia es mala puede acabar resultando una buena noticia, y al contrario: tampoco podemos saber si una noticia aparentemente buena puede convertirse en una noticia pésima.

         Por ejemplo: Corea del Norte lanza un misil que sobrevuela territorio japonés y, como es lógico, lo interpretamos como una noticia preocupante, pero al momento decidimos transformarla en una noticia tranquilizadora: al menos el misil no impactó en Japón. Nos conformamos con eso: con que la chaladura belicista se quede en un amago. Claro que no tardamos en reconvertir esa noticia tranquilizadora en una noticia preocupante: ¿qué demonios hace Corea del Norte lanzando misiles que sobrevuelan territorio extranjero? Por lo demás, resulta difícil saber con precisión si es una noticia buena o mala el que Corea del Sur y EEUU respondan a ese alarde temerario con otro alarde temerario, lanzando misiles sin ton ni son, hasta el punto de que uno de ellos ha impactado en las cercanías de una base militar surcoreana, aunque en ese punto –quién lo diría- la noticia se hace inmejorable: más vale no imaginar lo que hubiese ocurrido si ese misil defectuoso llega a impactar por error en suelo norcoreano.

         Leemos la noticia de que las tropas ucranianas avanzan sin resistencia por zonas ocupadas por los rusos y, en principio, nos decimos que se trata de una buena noticia, pero al instante caemos en la cuenta de que Rusia tiene en su mano, y en cualquier momento, la posibilidad de detener en seco ese avance en teoría victorioso. (He escrito “Rusia tiene en su mano”, pero sería más exacto haber escrito “Putin tiene en su dedo”, ya que le bastaría con pulsar un botón para destruir no ya Ucrania entera, sino media Europa). Es curioso: cuantas más batallas gane Ucrania, en fin, más cerca estará de perder la guerra, por la sencilla razón de que Rusia se comporta como el gato que juega con el pájaro antes de darle el zarpazo de gracia. 

       Joe Biden, que se ha revelado como un hombre de un nivel de prudencia mejorable, avisa a las claras de la posibilidad de un Armagedón, lo que sin duda es la peor de las noticias, lo que no quita que nuestro subconsciente la transforme en una conjetura catastrofista y sin fundamento, más propia de un guionista de películas de ciencia-ficción que del presidente de una gran potencia.

En contra de la opinión de Biden, el camarero de una cafetería de mi barrio me confirma hoy que Putin no va a usar armas nucleares por un motivo secreto que él, no obstante, conoce: todo el arsenal nuclear ruso está oxidado y ya no sirve sino para mandarlo al chatarrero. De modo que la alarma lanzada por Biden queda de inmediato convertida en una noticia estupenda. Y así vamos tirando.


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miércoles, 5 de octubre de 2022

Y LA NAVE VA



En estos tiempos, el hecho de ser pesimista supone un ejercicio de optimismo, ya que la cosa podría ser peor: caer en el catastrofismo, y ahí no deberíamos llegar, al menos de momento, porque catastrofista se debe ser cuando se ha consumado la catástrofe, no antes, precisamente para no pecar de catastrofista.

         Vivimos en un mundo bastante raro: por ejemplo, Putin tiene un sueño imperial y de repente se dispara el precio del aceite de girasol, lo que establece una relación esotérica entre el acto de freír unos calamares y el patriotismo gansteril de un villano de tebeo. Lo que no acaba uno de entender es que, estando como está el precio del aceite, con qué se ha frito el cerebro la mayoría de los italianos para a) abstenerse o b) votar a una candidata que viene a ser un híbrido de Mussolini y de la niña del exorcista en un momento de subidón. 

        Supongo, no sé, que la aspiración popular dominante no es otra que la de remediar la presunta ineficacia de la política con el antídoto experimental de la antipolítica, basada en la transmisión asilvestrada y elemental del discurso: donde se ponga una jeremiada, que se quite un análisis; donde sirva un exabrupto, para qué un razonamiento; donde pueda pintarse un apocalipsis, qué pinta la realidad.

       Históricamente, cuando las cosas van mal aparecen los fantoches con disfraz de salvapatrias. Pero para ser un fantoche carismático hay que lograr que un porcentaje elevado de fantoches anodinos alimente la fantasía de que eres el fantoche prometido, el rey de los fantoches, el mesías de todos ellos. El fantoche alfa. No es tarea sencilla, aunque algunos lo consiguen, ya sea en Brasil, en EEUU, en Rusia, en Bielorrusia, en Hungría o incluso en la comunidad de Madrid, por no dejar a nuestro querido país sin representación.

         En el lado opuesto, estamos los idiotas que identificábamos la civilización con un progreso continuado, con una consecución de derechos y valores, con una prevalencia de la razón sobre la barbarie. Nuestro error ha sido pasar por alto un detalle decisivo: el factor humano. Las ideas se desenvuelven bien en los ámbitos de la abstracción, pero luego, a la hora de ponerlas en práctica, nos sale el hombre de las cavernas y ya las ideas pasan a ser pintoresquismos ociosos, utopías de mentes blandengues y buenistas.

         En estos momentos, todo da la impresión de ir a la deriva, como la nave de los locos. Y piensa uno, en su pesimismo transformado desesperadamente en optimismo, que la única manera de evitar un naufragio consistiría tal vez en encallar, para al menos quedarnos como estábamos.


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domingo, 18 de septiembre de 2022

LA REINA

 (Publicado en prensa)



A estas alturas, la reina de Inglaterra sigue sin enterrar y se diría que continúa reinando ahora más que nunca: una presencia fantasmagórica que determina en estos días la cotidianidad de sus súbditos, aunque no solo de ellos: en otros países no sé, pero aquí en España parece que se nos ha muerto algo así como la abuela universal, y no hay cadena televisiva, periódico, revista del corazón o emisora de radio que no esté empeñada en abocarnos al duelo por la pérdida de una soberana que, a pesar de los beneficios de la globalización, nos pilla un poco a trasmano.

Esta celebración fúnebre, tan teatral como maratoniana, tiene un componente de cuento gótico, de fasto faraónico y de ceremonia tribal: el espíritu supremo y mágico que, tras su muerte, permanece en el mundo de los vivos como una presencia sobrenatural y prodigiosa. La muerta que no ha muerto. La difunta que sigue en la realidad y en la realeza, que, bien mirado, son dos términos antagónicos, ya que el sustento básico de la realeza no es la realidad, sino la irrealidad, la pura fantasía.

         Ese despliegue de irrealidad en torno a la realeza sabe disponerlo la casa real británica con una profesionalidad casi inigualable, o solo igualada por la parafernalia que despliegan algunas tribus salvajes en torno a sus monarcas. La reina Isabel entendió como nadie que la monarquía no soporta un relato acogido al patrón del realismo, sino que tiene que convertirse en un cuento de hadas, con carroza dorada incluida, y en eso anduvo durante su largo reinado, proyectando una imagen de ente mutante: lo mismo aparecía en público caracterizada como una anciana que acaba de arreglarse para ir a tomar el té con unas amigas que disfrazada de reina pomposa a la que le hubiesen puesto encima todo el vestuario de un teatro de variedades.

Se trataba tal vez de jugar con dos tiempos: el pasado y el presente. Pero sobre todo con el pasado, por esa necesidad que parece tener el pueblo de que le regalen espejismos retrospectivos de fastuosidad y de feudalismo.

         Lee uno las semblanzas que se publican en estos días y llega a la conclusión de que lo más elogiable de la reina Isabel fue el acertar a no meterse en política, que es lo mismo de lo que al parecer presumía Franco, otro muerto que tardó mucho en morir, en el caso optimista de que haya muerto del todo.

         La serie televisiva The Crown nos ofreció un relato de la intimidad de la familia real británica. No puedo saber si se trata de un retrato fidedigno, pero sí que se trata de un retrato convincente: una familia real que, en el fondo, es una familia vulgar, con sus problemas vulgares, con sus aficiones vulgares, con sus mentes vulgares. Porque puedes ponerte una corona, pero lo importante no acaba siendo la corona, sino la cabeza sobre la que se sostiene, y ahí el asunto se complica un poco. Si no, que se lo pregunten a Miss Mundo, por ejemplo.


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domingo, 4 de septiembre de 2022

LA CORBATA

 (Publicado en prensa)



Tras la tregua veraniega, incluso los más optimistas auguran un otoño conflictivo y un invierno potencialmente catastrófico si la conjunción de adversidades presentes no se corrige, ya sea por la acción humana o por un milagro divino. Visto lo visto, la segunda posibilidad parece la más razonable.

         De todas formas, hay espacio para la esperanza: las cosas van mal, pero podrían ir peor, lo que no deja de ser un consuelo, aunque triste, como lo son todos los consuelos. Eso sí: el hecho de que las cosas vayan mal –y de que puedan ir peor- es algo que preocupa más a la gente que a un sector significativo de la clase política, que se supone que está ahí para solucionar problemas, no para agravarlos. En momentos de crisis, uno espera que los consensos se impongan a las divergencias, los entendimientos a las trifulcas habituales y el sentido común a la estrategia partidista. Pero se ve que es esperar demasiado de quienes ya esperamos, en el fondo, muy poca cosa.

         El espectador de la contienda política está acostumbrado a admitir las trapacerías que se traen entre sí los valedores del bien común, pero no sé si podrá acostumbrarse del todo a admitir el infantilismo como método de pensamiento y de acción. Ante la crisis energética, pongamos por caso, el PP se empeña en reducir el problema a la corbata de Sánchez, que en realidad es la no-corbata de Sánchez. Una crisis global sintetizada en un producto textil: vamos bien. De acuerdo en que lo de la corbata fue una tontería, pero se da el caso curioso de que hay ocasiones en que las tonterías, a pesar de ser tonterías, no dejan de ser sensatas, en el caso de que la auténtica tontería no sea el llevar corbata, esa prenda ornamental que para algunos simboliza –a estas alturas- la formalidad, la decencia y el decoro: te pones una corbata y ya estás en condiciones de gobernar, de prevaricar o de casarte, al tratarse de una prenda multiuso.

         Doctores tiene la Iglesia y asesores tienen en Génova, pero no acierta uno a interpretar la estrategia misteriosa que ha adoptado la cúpula del PP, que no es otra que la práctica continuada del gamberrismo político, cercano a posiciones antisistema: todo es un desastre y todo hay que cambiarlo de raíz. No recuerda uno que los periodos de gobierno del PP estuviesen marcados por las grandes revoluciones, pero, en fin, igual la memoria nos falla o se queda únicamente con lo peor: la Gürtel, Bárcenas, Villajero y otras fatalidades de ese tipo.

         No hace falta decir que los diputados de la derecha siguen llevando corbata. Como símbolo, tal vez, de su martirio. O como un emblema del progreso. O de la rebeldía. O quién sabe.

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domingo, 28 de agosto de 2022

DE FIESTA

 (Publicado en prensa)



Una noticia ha eclipsado la guerra en Ucrania, la sequía, la crisis energética, la inflación, el riesgo de una catástrofe nuclear en Zaporiyia, los incendios, las olas de calor, la amenaza china a Taiwán y la viruela del mono, por no seguir. Esa noticia estelar y neutralizadora de todas las restantes se ha presentado con tintes apocalípticos: la primera ministra de Finlandia, de 36 años de edad, estuvo de fiesta con unos amigos. Bailando, cantando y riéndose. Nada menos. ¿Cuándo se ha visto un escándalo semejante? Habría que remontarse a los tiempos del emperador Calígula, que era muy fiestero, para encontrar un parangón. No solo el neopuritanismo internacional se ha rasgado las vestiduras, sino que incluso algunos miembros de su partido se han echado las manos a la cabeza con el argumento de que pueden perder el voto de las personas mayores que ya no tienen el cuerpo para fiestas.

         Según algunos, la conducta de la primera ministra no admite disculpa: una mandataria puede emplear su ocio en rezar el rosario, en practicar la meditación trascendental a la manera tibetana o, como poco, en distraerse con la jardinería. Pero ¿asistir a una fiesta? ¿Eso es tener sentido de Estado? Porque luego pasa lo que pasa: que los politólogos amarillistas te comparan con Boris Johnson y alegan que estás amparándote en los privilegios del feminismo para hacerte la víctima, aunque pasan por alto un pequeño detalle: que al primer ministro británico no se le afeó el que organizara fiestas, sino que las celebrase cuando el resto de la población estaba confinada en virtud de un decreto firmado por él.

         Tal vez, no sé, digo yo, no debería preocuparnos el que una mandataria cante, beba y baile con unos amigos, y sí el que algunos mandatarios ocupen su tiempo libre en planear invasiones, en cobrar comisiones o en planificar corrupciones. Por decir algo, ¿eh? (Y sin señalar a nadie).

         A partir del vídeo de la fiesta de la primera ministra, surgió –cómo no- la sospecha del consumo de drogas, dando por hecho que la alegría solo puede ser artificial. Es el signo de los tiempos: tienes derecho a conjeturar sin fundamento, o con el solo fundamento de la insidia, y a obligar al inocente a demostrar su inocencia con respecto a una culpabilidad imaginaria. (Hay por ahí alguna que otra presidenta que parece vivir en el mundo alucinatorio de la Alicia de Carroll, pero no por eso vamos a suponer que desayuna LSD).

         Conclusión generalizada: si una joven se va un día de fiesta, significa que está incapacitada para gobernar un país. No sé… Yo mismo estuve ayer en la fiesta de despedida veraniega de unos amigos y es posible que me haya salido un artículo repleto de faltas de ortografía. Por decirlo de una manera regia: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”.


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domingo, 21 de agosto de 2022

EL TRAMO FINAL

 (Publicado en prensa)



La temporada de vacaciones entra en su tramo final y empieza a definirse en el horizonte mental de los ociosos esa estación que es menos meteorológica que anímica: el resto del año. En estos días finales de agosto, la luz parece adquirir un matiz un tanto mustio, con pátina de oro viejo, sin ese vigor cristalino que hasta hace poco exhibía. Los amaneceres se retrasan y se adelantan los anocheceres, como si el sol se hubiese vuelto perezoso y la luna, en cambio, madrugadora. A estas alturas, hay quienes han vuelto de su fuga veraniega y quienes aún la disfrutan, y todos andarán, imagino, en una fase emocional marcada por la nostalgia: los que volvieron por haber vuelto y los que aún están por ver que esto se les acaba. Y es que todos los paraísos son provisionales, pues no hay paraíso conocido del que el ser humano no acabe siendo expulsado… dejando al lado el de ultratumba, que parece ser que permite su disfrute a perpetuidad, aunque quién sabe: se supone que uno accede a él por méritos propios cuando se muere, pero los teólogos no precisan si un mal comportamiento en el paraíso conlleva el que te manden al purgatorio… y más vale que te portes bien allí para no seguir descendiendo de ambiente. Todo paraíso es, en fin, una ficción transitoria, y con esa condena vivimos desde los tiempos que se narran en los primeros capítulos del Génesis, libro sagrado que no soportaría una revisión laica por atribuir a la mujer el grueso de la culpa de que tengamos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, que es algo que se agrava bastante a causa de las olas de calor que venimos padeciendo.

         Las grandes ciudades que se vaciaron durante los meses vacacionales van repoblándose, y sus avenidas dejan de ser perspectivas fantasmagóricas y con un ligero aspecto de escenario entre postnuclear y pandémico, mientras que los pueblos turísticos recuperarán de golpe, el 1 de septiembre, su aire fantasmal y solitario, perdiendo su banda sonora de música, de cláxones y de gritos jubilosos en la madrugada.

Algo tiene el verano de gran festival del nomadismo, de huida a lo desconocido y de alteración de la realidad en beneficio de una teatralización colectiva en la que todos vamos disfrazados, procurando profesionalizarnos como seres despreocupados y dichosos, aunque a contrarreloj, dado que el tiempo de la felicidad es volandero.

         Dentro de unos días, todo volverá a su ser, como quien dice. La realidad, que tiene fama de dura, se impondrá a la fantasía, que tiene fama de libre, y el verano será el recuerdo del verano, a la vez que nosotros vamos siendo cada vez más, en fin, el recuerdo de nosotros mismos.


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domingo, 14 de agosto de 2022

LA ESPADA

 (Publicado en prensa)



En otros países no sé, pero en el nuestro se percibe la tendencia creciente de los partidos de la oposición a convertirse en partidos antisistema, transformación que tiene su aplicación práctica en una postura paradójicamente sistemática: oponerse a cuanto diga el Gobierno, así diga que el agua del mar es salada. Como fenómeno pintoresco, contamos ahora en el Gobierno central con una especie de intraoposición antisistema disfrazada de sistema alternativo, lo que nos depara la emoción de un ejecutivo bifronte sustentado en la virtud de la desconfianza mutua.

         Bien. Como ustedes saben, el rey de España viajó a Colombia para asistir a la toma de posesión del presidente Petro, quien dispuso a última hora, al margen del protocolo fijado para la ceremonia, que se sacase en procesión la espada de Bolívar, reliquia sagrada para la gente de allí. Se supone que los ocupantes de la tribuna debían levantarse al paso de la espada, como muestra de respeto, pero se dio el caso de que nuestro monarca se quedó sentado, supuesto desplante o presunto despiste que hizo que de inmediato tanto el líder emérito Iglesias como el portavoz en activo Echenique pusieran el grito no en el cielo, que está pendiente de asalto, pero sí en Twitter, que es donde los políticos y politólogos estelares del momento exponen sus ideas para instruir ideológicamente al vulgo popular, por usar la inspirada acuñación de Lola Flores.

         Lejos de mí cualquier fervor monárquico, pero lejos también la afición de algunos de nuestros prohombres a dar categoría de maremoto al hecho de que un grifo gotee. ¿Es posible que el rey tuviera jet lag y en ese instante padeciera ese estado de sopor del que hizo gala su padre? ¿Puede que estuviera en todo su ser, pero, como no le habían dicho nada de la espada mítica, el hombre la viese pasar ante sí sin saber de qué se trataba, que es tal vez lo mismo que le pasaría al flamante presidente colombiano si viniese a España y le pasearan por delante la Tizona del Cid sin avisarle de que se trata de un glorioso símbolo nacional, equiparable a la espada del Libertador, ya que podría pensar algo tan simple como que es la espada con que se corta aquí la tarta en los banquetes de gala?

Claro que también cabe la posibilidad de que el rey fuese al país americano con la intención de desairar no solo a Bolívar y a Petro, sino al pueblo colombiano en su totalidad, con el propósito secreto -siguiendo instrucciones de la OTAN y con el beneplácito de Sánchez- de detonar una guerra entre España y Colombia, que es lo que deseamos todos. Es posible, ya digo. Porque en nuestro País de las Maravillas, repleto de sombrereros que no pueden dejar de hablar, ya no se extraña uno de nada.

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domingo, 7 de agosto de 2022

LA COMPRENSIÓN

 (Publicado en prensa)



Supongo que a causa de la degeneración neuronal que trae consigo el paso de los años, cada vez tengo un nivel más bajo de comprensión, de ahí que no alcance a comprender ni la mitad de las cosas que antes creía comprender, por incomprensibles que fueran a veces.

         Tras haber aplicado la sociedad mundial una especie de amnesia colectiva al covid -a pesar de que la tasa de incidencia sigue siendo alarmante-, ha venido nuestro antepasado el mono con su viruela para avisarnos de que esto de las plagas víricas –a la espera de las bacterianas- va a ser menos una excepción que una costumbre.

Imagino que por tratarse de un simple mono, se optó en un principio por quitar importancia a su viruela, de igual modo que algunos se la quitaron en su momento al coronavirus, empezando por el añorado doctor Simón, que no era precisamente uno de esos médicos o paramédicos negacionistas que animaron Youtube con sus pintorescas teorías conspiranoicas, sino el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, que se dice pronto… o no tan pronto, ya que el título es largo. Comoquiera que estamos en temporada turística, da la impresión de que hemos dejado al mono en una jaula y su viruela en una probeta, lo que no quita que el yo astral del mono deambule ya por todo el mundo. Es lo que hemos aprendido de la pandemia de Covid-19: que siempre será mejor curar que prevenir.

         Y ahora vienen los aspectos incomprensibles del asunto, al menos para mí, que de ciencia médica sé menos no ya que un mono, sino que una simple ameba. Bien. La ministra de Sanidad se apresuró a aclarar que la viruela del mono no es una enfermedad de transmisión sexual, a pesar de que está transmitiéndose de manera predominante por vía sexual, lo que viene a ser como decir que el asma no es una enfermedad respiratoria, salvo que te empeñes en respirar. No paró ahí: “Es un virus, por tanto no es una enfermedad de transmisión sexual”, aseveró la ministra, licenciada en Derecho, y se pregunta uno, desde la ignorancia: ¿no es también un virus el VIH, pongamos por caso?. 

        La cuestión nos lleva a un territorio menos médico que metafísico: ¿no es una enfermedad de transmisión sexual aquella que puedes contraer al mantener relaciones sexuales, aunque se dé el caso de que también puedas contraerla practicando taekwondo con una persona infectada, sin necesidad de acostarte con ella tras el combate?. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud, en vista de que la casi totalidad de los casos registrados se han dado entre varones homosexuales, recomendó que se limitasen las relaciones sexuales en ese colectivo, a lo que el colectivo en cuestión respondió de manera airada, al sentirse estigmatizado y considerarlo un aviso paternalista de trasfondo homofóbico, aparte de atentatorio contra la libertad de ejercer la promiscuidad.

         En fin, lo que les decía al principio: que ya no comprendo ni la mitad de las cosas que antes comprendía, incluidas –ay- las incomprensibles.

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domingo, 31 de julio de 2022

EL HADA

 (Publicado en prensa)



Ignoro si la religiosidad es una competencia transferida a las comunidades autónomas, de modo que los rezos de un extremeño no tengan efecto en Cantabria, pongamos por caso, y viceversa, pero me arriesgaría a suplicar a la Virgen de Montserrat -a la que por motivos territoriales nunca he pedido nada- que la presidenta cesante del Parlament catalán sea inocente de los delitos -falsedad documental y prevaricación- que se le imputan, a pesar de que las pruebas no resultan tranquilizadoras, lo que justificaría aún más la intermediación divina en el asunto. Y se lo suplico, con la humildad debida y con el pudor del forastero, porque si se demostrase que la expresidenta es culpable de lo que se le acusa, supondría un mazazo para nuestra democracia, tanto en su versión catalana como en sus variantes estatales, y no porque le añadiese un caso de corrupción, que eso al fin al cabo no sorprende ni escandaliza ya a nadie, sino porque evidenciaría uno de los males que asedian a un sector significativo de la clase política: el infantilismo.

            Un infantilismo que podría resumirse en un lema: “Yo no he sido”.

          Pocos días antes de saber que iba a acabar ante un juez, la ahora expresidenta tuvo la valentía teatral de presidir una cumbre contra la corrupción, en la que dejó muy claras las cosas, con el mismo espíritu exculpatorio de una colegiala a la que pillan copiando en un examen: “En democracias viciadas con tics autoritarios, a veces la corrupción también puede dejar de ser un problema que es necesario eliminar y convertirse, de manera perversa, en una arma para combatir la disidencia política”. Democracias viciadas y perversidades al margen, su tono fue ascendiendo a la esfera suprema del melodrama: “Los que me quieran muerta, me tendrán que matar y mancharse las manos”, pero el primer escollo vino cuando pretendió que el Parlament ignorase la norma –calificada por ella de “infame”- que dispone que un parlamentario investigado por corrupción sea apartado de su cargo: “Espero, deseo y quiero creer que los miembros de la Mesa actuarán como diputados demócratas y respetuosos con los derechos fundamentales, no como jueces o inquisidores”. Por desgracia, no hubo suerte: se portaron como jueces e inquisidores, desde la premisa escandalosa de que las normas están para cumplirse.

          Insisto: le suplico a la Virgen de Montserrat –que ya hizo el milagro de fundir en un mismo gobierno a la izquierda telúrica y a la derecha corrupta autóctona- que nada de lo que se le imputa a la señora Borràs sea cierto y que quienes se han manchado las manos con su sangre inocente se vean obligados a dimitir o, como poco, a pasearse por las Ramblas con un capirote penitencial.

            Porque, allá en los mágicos mundos infantiles, las hadas, seres alados y fosforescentes, no deben ser víctimas de los monstruos.



domingo, 24 de julio de 2022

CAMBIO DE MENTALIDAD

 (Publicado en prensa)


El verano tiene fama de liberador por su capacidad de sacarnos de nuestro ser habitual y convertirnos en extraños para nosotros mismos, incluso en lo externo, pues algo tiene el verano de carnaval a deshora: te miras de refilón en la luna de un escaparate y ves a alguien con una camiseta de color chillón o con un pareo más o menos hawaiano, con una gorra de propaganda o con una pamela, con un pantalón corto y con unas sandalias, y te preguntas: “¿De dónde has salido tú, fenómeno de la civilización y de la naturaleza?”. Se trata, claro está, de una pregunta retórica, pues de sobra sabes de dónde has salido: de esa persona que durante el resto del año tiene que ir disfrazada de otra cosa.

Aparte de eso, los papeles se invierten: el oficinista trajeado que durante meses se cruza cada mañana con los adolescentes que van al instituto en chándal y los mira con sorna -e incluso con indignación- se convierte en verano, cuando se pone el uniforme de turista, en una figura estrafalaria y cómica para los adolescentes, en tanto que la abuela que se cubre pudorosamente las rodillas en el autobús y que se escandaliza de que las niñas vayan al colegio enseñando el ombligo o el canalillo no tiene inconveniente en ir al supermercado en tanga. El verano viene a ser, en fin, un periodo de rebeldía ontológica.

         Dejando al margen la cuestión indumentaria, aunque sin quitarle la importancia que tiene como factor de transformación de la personalidad, el verano resulta idóneo para una transformación mental profunda. De igual modo que en estos meses abjuramos de nuestra vestimenta habitual, sería saludable liberarnos, durante al menos una quincena, de los mecanismos automatizados de nuestro pensamiento, de nuestros prejuicios y convicciones. No es difícil, sobre todo si tenemos la suerte de que nos lo propongamos durante una ola de calor, cuando los circuitos neuronales se derriten y nuestro cerebro adquiere la textura de un flan.

         Por salir del ámbito especulativo, pondré un ejemplo: hace unos días, oí a uno decir que la cadena de incendios que padecemos se debe a la exhumación sacrílega de Franco, y lo razonaba de este modo: al igual que los antiguos faraones, tan aficionados a las maldiciones ejemplarizantes cuando se les profana la cámara funeraria, el excaudillo estaría vengándose de la España social-comunista mediante el método de pegarle fuego al país. Alguien le objetó que en otros países también hay incendios, pero lo fulminó con un argumento autocrático: “Lo que pase por ahí no es asunto mío. Yo estoy hablando de lo que pasa en España”.

         A los otros no sé, pero a mí me convenció. Desde ese instante, cada vez que voy a encender un cigarrillo, en mi mente resuena un mantra: “¡Franco, Franco, Franco!”, y el cigarrillo arde solo.


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domingo, 17 de julio de 2022

EL CHOCO MUTANTE

 (Publicado en prensa)



Anoche fui a cenar a un restaurante playero y, tras descifrar la literatura conceptual de la carta, me decidí por lo que me pareció más estrambótico, que no era otra cosa que un plato denominado “choco vietnamita con mayonesa de yuzu”. Como es natural, trasladé al camarero mi extrañeza por el hecho de que comprasen ellos los chocos en Vietnam teniéndolos autóctonos y frescos a pocos metros del establecimiento en cuestión. El camarero me reconoció, como quien reconoce un pecado, que los chocos no eran estrictamente vietnamitas, lo que se dice vietnamitas del todo, pero que estaban preparados en cocina a la manera indudablemente vietnamita. Un trasvase de nacionalidad, como si dijésemos, gracias a la magia del arte culinario, capaz de transformar un choco de la bahía gaditana en un choco del sudeste asiático.

Por suerte, los chocos no se caracterizan por su sentir nacionalista, de modo que un choco gaditano puede asumir sin traumas irreversibles el que un cocinero imaginativo lo transmute en vietnamita, aunque estoy seguro de que el alma gaditana del choco sobrevive a cualquier metamorfosis, afirmación que hago, por supuesto, sin ninguna base científica, por ese hermetismo que rodea el mundo de los cefalópodos en general y de los chocos en particular. En cualquier caso, el choco gaditano que pedí tenía ya poco que objetar a su transmutación, al reposar en una nevera en calidad de choco gaditano difunto que habría de reencarnarse en choco vietnamita al pasar a mi plato.

         Nada más pedirlo, me arrepentí: ¿qué mal me han hecho a mí los simpáticos chocos de mi tierra para que me sienta con derecho a someterlos a un cambio de nacionalidad a título póstumo? Esperé con curiosidad nerviosa la llegada del plato, que imaginaba aderezado con brotes de bambú, ralladuras de lima, especias exóticas, salsa housin y ese tipo de cosas que los vietnamitas se atreven a echar en sus guisos. Por si fuera poco, percibí que, al igual que el choco que me preparaban en la cocina, iba transformándome un poco en vietnamita, en un proceso nunca visto de empatía con el choco que minutos antes era paisano mío. Fue una experiencia emocionante, aunque rara, como lo son todas aquellas en las que se involucran las energías de condición paranormal. No puedo presumir de que fuese una experiencia espiritual plena, pero sí de que al menos la mitad de mis chacras eran asiáticos en ese instante.

         El plato llegó: una ración de chocos fritos como los que se despachan en cualquier freidor tradicional y un dedalito con un poco de mayonesa de bote. Respiré aliviado y volví a mi ser: aunque me lo cobraron como si tanto el choco como yo fuésemos vietnamitas, el choco y yo seguíamos siendo, en fin, cien por cien gaditanos.

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domingo, 10 de julio de 2022

YA ESTAMOS

 (Publicado en prensa)


El verano viene a ser una especie de experimento sociológico para que comprobemos cómo sería la vida si no tuviésemos que trabajar y anduviésemos todos ociosos por ahí durante los siete días de la semana. No sería un mundo fácil, desde luego, porque el ocio permanente es un trabajo bastante duro, tanto para el ánimo como para el bolsillo. Dormiríamos poco, eso por descontado, o al menos a deshora, pues lo primero que se le ocurre al ser humano en cuanto se siente liberado es hacer ostentación de su alegría de liberto, al dar por hecho que una persona discreta y silenciosa no puede ser sino un ente deprimido y melancólico.

            En verano, todos decimos que queremos descansar, pero se trata sólo de una verdad a medias, o al menos de una verdad fragmentaria: lo que en realidad pretendemos es descansar de nosotros mismos. Descansar de nosotros mismos aun a costa de nuestro propio descanso y, sobre todo, del descanso del prójimo, ya que el verano tiende a convertirse en una democratización del ruido, que, nos guste o no, es la música de la libertad.

Por si fuera poco, el verano trae consigo una fiesta de disfraces multitudinaria: nos echamos a la calle con sandalias de colores, arrastrando los pies a causa del peso invisible del bochorno, y recurrimos a las camisetas de propaganda, de modo que vamos por ahí como anuncios ambulantes de cerveza, de refrescos gaseosos, de entidades bancarias o de empresas de telefonía, con una sombrilla de propaganda al hombro, con una gorra de propaganda, con un bolso de propaganda en el que llevamos el tabaco y el mechero de propaganda, un llavero de propaganda y el folleto propagandístico de un restaurante especializado en paellas.

            Llega el verano y procuras hacer una especie de viaje astral, una salida de ti mismo a fin de convertirte en una persona exótica para ti mismo: alguien que se levanta cuando le parece, que come sardinas en un chiringuito, que se acuesta a las tantas y con unos centilitros de alcohol en la sangre, con la sugestión de vivir en un sábado eterno. Llega el verano y los aeropuertos se convierten en ferias, los bares en manifestaciones multitudinarias, las playas en cuadros de El Bosco y los supermercados en un hormiguero.

            En verano, el silencio está desacreditado, al considerarse el enemigo número uno de la diversión. La diversión debe ser sonora, porque el silencio es signo indudable de aburrimiento. Y en eso estamos ya: cada cual alardeando de diversión con sus gritos felices, con sus cantos de madrugada, con su moto a escape libre, con su moto acuática o con su coche-discoteca. Haciendo del verano un infierno alegre, una estación anómala en la que experimentamos el placer de no ser nosotros mismos mediante la apostasía transitoria de nuestras obligaciones y costumbres. Y es que en el fondo se trata de eso: estamos hartos de aguantar y de aguantarnos, cansados de ser quienes somos y cansados de ser quienes nos obligan a ser durante el resto del año, cansados de callar y de acallarnos. Y por eso nos ponemos, en fin, a hacer ruido. Digo yo, no sé.

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domingo, 3 de julio de 2022

EN LA CUMBRE

 (Publicado en prensa)


La cumbre de la OTAN ha sido un éxito, lo que significa que en esencia ha sido un fracaso: la aceptación de que vivimos en un mundo peligroso, asalvajado y convulso, en el que un autócrata desequilibrado puede ejercer de genocida en nombre de la nostalgia de unas fantasías imperiales y, a la vez, y contradictoriamente, en nombre de la añoranza de la política de bloques de la Guerra Fría. Si la paz se ve obligada a garantizarse mediante la potenciación de las estructuras militares, es señal de que la solución acaba siendo el problema, o tal vez de que el problema no tiene solución.

         Se da por hecho que la edad atempera los ensueños ideológicos juveniles, contrapesándolos con un fondo de desencanto y de escepticismo. Sin duda. Pero también ocurre que esos ensueños abstractos se modifican en función de las circunstancias concretas, en especial si admitimos la obligación tanto moral como social de establecer una negociación entre el pensamiento personal y la realidad de todos, lo que puede entenderse como una abjuración o como un imperativo de la sensatez, según se mire. A quienes en 1986 votamos en contra de la permanencia de España en la OTAN, por ejemplo, se nos plantearía hoy un dilema: soñar con el mundo que queremos o aceptar el mundo que tenemos. La primera opción disfruta del prestigio del idealismo, mientras que la segunda padece el descrédito del pragmatismo. A elegir.

         La puesta en escena de la cumbre de la OTAN ha tenido un componente de teatralización triunfalista, como si los acuerdos a los que se ha llegado allí supusieran la solución expeditiva para un problema que históricamente carece de solución, lo que no quita que todos los países implicados tuviesen el deber de llegar a esos acuerdos para proyectar ante el mundo un espejismo de seguridad y fortaleza frente a los envites de la barbarie, tanto los presentes como los venideros, aunque entre estos últimos se cuente el más preocupante de todos: lo que China tenga en mente con respecto a Taiwán.

         Por mucho que nos resistamos, el curso de la realidad pasa casi siempre por encima de nuestros anhelos y convicciones: propugnar hoy el antimilitarismo es como ser un náufrago al que arrojan un cabo de nailon desde una embarcación y se niega a cogerlo con el argumento de que los materiales plásticos contaminan los mares.

         Los sobrepasados por el curso de la realidad, como decía, nos consolamos pensando que la OTAN viene a ser como la quimioterapia: un mal necesario para intentar combatir un mal mayor. Una opción intermedia entre la esperanza y el desastre.

         Cómo estarán las cosas, en fin, para que lo inquietante nos proporcione un poco de tranquilidad.