(Publicado en prensa)
Una noticia ha eclipsado la
guerra en Ucrania, la sequía, la crisis energética, la inflación, el riesgo de
una catástrofe nuclear en Zaporiyia, los incendios, las olas de calor, la
amenaza china a Taiwán y la viruela del mono, por no seguir. Esa noticia
estelar y neutralizadora de todas las restantes se ha presentado con tintes
apocalípticos: la primera ministra de Finlandia, de 36 años de edad, estuvo de
fiesta con unos amigos. Bailando, cantando y riéndose. Nada menos. ¿Cuándo se
ha visto un escándalo semejante? Habría que remontarse a los tiempos del
emperador Calígula, que era muy fiestero, para encontrar un parangón. No solo el
neopuritanismo internacional se ha rasgado las vestiduras, sino que incluso
algunos miembros de su partido se han echado las manos a la cabeza con el
argumento de que pueden perder el voto de las personas mayores que ya no tienen
el cuerpo para fiestas.
Según
algunos, la conducta de la primera ministra no admite disculpa: una mandataria puede
emplear su ocio en rezar el rosario, en practicar la meditación trascendental a
la manera tibetana o, como poco, en distraerse con la jardinería. Pero ¿asistir
a una fiesta? ¿Eso es tener sentido de Estado? Porque luego pasa lo que pasa:
que los politólogos amarillistas te comparan con Boris Johnson y alegan que
estás amparándote en los privilegios del feminismo para hacerte la víctima,
aunque pasan por alto un pequeño detalle: que al primer ministro británico no
se le afeó el que organizara fiestas, sino que las celebrase cuando el resto de
la población estaba confinada en virtud de un decreto firmado por él.
Tal
vez, no sé, digo yo, no debería preocuparnos el que una mandataria cante, beba
y baile con unos amigos, y sí el que algunos mandatarios ocupen su tiempo libre
en planear invasiones, en cobrar comisiones o en planificar corrupciones. Por
decir algo, ¿eh? (Y sin señalar a nadie).
A
partir del vídeo de la fiesta de la primera ministra, surgió –cómo no- la
sospecha del consumo de drogas, dando por hecho que la alegría solo puede ser
artificial. Es el signo de los tiempos: tienes derecho a conjeturar sin
fundamento, o con el solo fundamento de la insidia, y a obligar al inocente a
demostrar su inocencia con respecto a una culpabilidad imaginaria. (Hay por ahí
alguna que otra presidenta que parece vivir en el mundo alucinatorio de la
Alicia de Carroll, pero no por eso vamos a suponer que desayuna LSD).
Conclusión
generalizada: si una joven se va un día de fiesta, significa que está
incapacitada para gobernar un país. No sé… Yo mismo estuve ayer en la fiesta de
despedida veraniega de unos amigos y es posible que me haya salido un artículo
repleto de faltas de ortografía. Por decirlo de una manera regia: “Lo siento
mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”.
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