(Publicado en prensa)
Tras la tregua veraniega, incluso
los más optimistas auguran un otoño conflictivo y un invierno potencialmente
catastrófico si la conjunción de adversidades presentes no se corrige, ya sea
por la acción humana o por un milagro divino. Visto lo visto, la segunda
posibilidad parece la más razonable.
De
todas formas, hay espacio para la esperanza: las cosas van mal, pero podrían ir
peor, lo que no deja de ser un consuelo, aunque triste, como lo son todos los
consuelos. Eso sí: el hecho de que las cosas vayan mal –y de que puedan ir
peor- es algo que preocupa más a la gente que a un sector significativo de la
clase política, que se supone que está ahí para solucionar problemas, no para agravarlos.
En momentos de crisis, uno espera que los consensos se impongan a las
divergencias, los entendimientos a las trifulcas habituales y el sentido común
a la estrategia partidista. Pero se ve que es esperar demasiado de quienes ya
esperamos, en el fondo, muy poca cosa.
El
espectador de la contienda política está acostumbrado a admitir las trapacerías
que se traen entre sí los valedores del bien común, pero no sé si podrá
acostumbrarse del todo a admitir el infantilismo como método de pensamiento y
de acción. Ante la crisis energética, pongamos por caso, el PP se empeña en
reducir el problema a la corbata de Sánchez, que en realidad es la no-corbata
de Sánchez. Una crisis global sintetizada en un producto textil: vamos bien. De
acuerdo en que lo de la corbata fue una tontería, pero se da el caso curioso de
que hay ocasiones en que las tonterías, a pesar de ser tonterías, no dejan de
ser sensatas, en el caso de que la auténtica tontería no sea el llevar corbata,
esa prenda ornamental que para algunos simboliza –a estas alturas- la formalidad,
la decencia y el decoro: te pones una corbata y ya estás en condiciones de
gobernar, de prevaricar o de casarte, al tratarse de una prenda multiuso.
Doctores
tiene la Iglesia y asesores tienen en Génova, pero no acierta uno a interpretar
la estrategia misteriosa que ha adoptado la cúpula del PP, que no es otra que
la práctica continuada del gamberrismo político, cercano a posiciones
antisistema: todo es un desastre y todo hay que cambiarlo de raíz. No recuerda
uno que los periodos de gobierno del PP estuviesen marcados por las grandes revoluciones,
pero, en fin, igual la memoria nos falla o se queda únicamente con lo peor: la
Gürtel, Bárcenas, Villajero y otras fatalidades de ese tipo.
No
hace falta decir que los diputados de la derecha siguen llevando corbata. Como
símbolo, tal vez, de su martirio. O como un emblema del progreso. O de la
rebeldía. O quién sabe.
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