Como somos como somos, y como nos
gusta complicar un poco las cosas -supongo que menos por vocación que por
naturaleza-, hablamos mucho del espíritu navideño, que es un concepto de
sugerencias entre volátiles y fantasmales, cuando en realidad el que trabaja
duro en estas fechas es el cuerpo, el sufrido cuerpo navideño, al que ponemos
hasta las cejas de manjares terrestres y marítimos e incluso de polvorones, ese
producto que está en un punto intermedio entre el confite y el castillo de
arena.
En
estas fechas tan señaladas, el que no para es –ya digo- el cuerpo, el cuerpo
navideño, aunque el mérito se lo lleve el espíritu navideño, que practica una
especie de intrusismo metafísico en estas fiestas de la gula y de los excesos
en general, incluido en tales excesos el de estar bregando al filo de la
medianoche con la boca de un bogavante o con la osamenta de un cochinillo, por
no hablar del malabarismo de tragarte un cuenco de uvas al ritmo de unas
campanadas tras descifrar las instrucciones de una presentadora de televisión
que tirita de frío bajo un vestido de tirantes y lentejuelas.
De
todas formas, y por mucho que el cuerpo navideño se lleve la palma en cuanto a
sacrificios, sería injusto negar la emanación del espíritu navideño. Se
manifiesta ese espíritu, no sé, en las felicitaciones que recibes no sólo de
tus amistades -que de repente parecen haberse hecho devotas de la secta
literaria de Paolo Coelho-, sino incluso de esas empresas que durante el resto
del año se dedican a estudiar la manera de sacarte más dinero del que ya te
sacan, pues se ve que, en la escala moral de los negocios, la avaricia no
constituye un pecado capital, sino que el pecado sería dejar pasar de largo el
capital.
Se manifiesta ese espíritu en los discursos de los gobernantes, del
rey para abajo; esos discursos que se sustentan en una oratoria de inspiración Disney
y en los que suele primar el imperativo ilusionado, el imperativo categórico e
incluso el imperativo un tanto imperial, así lo formule un alcalde de pueblo:
“Tenemos que construir el futuro sobre la base de…” (Sobre la base, en fin, de
lo que buenamente corresponda, ya que se trata de un componente tan variable
como la receta del pavo, del cordero o del besugo, que es en lo que todo el
mundo piensa en realidad mientras oye esos discursos vaporosos: en comer,
porque estas fiestas son menos retóricas que gastronómicas.) Se manifiesta el
espíritu de la Navidad,
en fin, en… Pues en el propio espíritu de la Navidad, que es un espíritu glotón y algodonoso,
delicuescente y tragaldabas, orondo como Papá Noel, y lo raro es que nadie haya
inventado todavía una receta para poder comernos tras la Noche de Reyes el abeto.
Y,
sobre todo, feliz año.
(Publicado el sábado en prensa)