Somos tan optimistas, disfrutamos
de una naturaleza tan alegre y desahogada, que seguimos manteniendo esa broma
colectiva según la cual los políticos están ahí para resolvernos problemas,
para ordenarnos la realidad y para convertirnos a todos, sin exclusión, en
ciudadanos prósperos, iguales, fraternos y libres. Desinteresadamente. La broma
dura ya mucho (más o menos, desde la Revolución Francesa),
pero se ve que se trata de una broma afortunada, de un chiste imperecedero que,
por muchas veces que nos lo cuenten, sigue arrancándonos una carcajada
incontenible.
Se
trata, en realidad, de un divertimento recíproco: ellos se ríen de nosotros a
través de sus discursos y de sus promesas electorales y nosotros nos divertimos
un poco yendo a votar para ponerlos en el brete de tener que cumplir lo que
ellos saben mejor que nadie que no pueden cumplir, aunque lo que de verdad nos
divierte es que metan de vez en cuando a uno de ellos en la cárcel, cosa que
suele ocurrir con la frecuencia de los milagros o de los eclipses lunares,
porque las cárceles están pensadas para otro tipo de gente y tampoco se trata
de convertir un presidio en un parlamento autonómico, con sus reclusas señorías
trabajando a destajo por el bien común, así sea desde su desventurada
circunstancia personal, por mucho que el político de raza lleve la filantropía
en la sangre y no pueda purificarse de esa intoxicación congénita ni siquiera
cuando se ve entre rejas. De ahí la crueldad que supone el que se impida
concurrir a las elecciones a los políticos imputados en asuntos más o menos escalofriantes,
con lo conmovedora que resultaría una candidatura que pareciese un
martirologio, pues como mártir vocacional puede considerarse a todo aquel hijo
de vecino que se levanta un día y se dice: “A partir de ahora, mi misión en la
vida consistirá en engrandecer mi país, así sea desde un puesto de
vicedelegado”.
El
principal problema que existe entre ellos y nosotros es que no solemos
encontrar un punto de intersección que merezca ese nombre. Un vínculo de
realidad. Porque el caso es que parecemos extraterrestres mutuos: ellos
enrocados en su discurso metapolítico, mareando leyes y números, asistiendo a
reuniones y comisiones en que se debate el debate del debate del debate, y
nosotros cruzando los dedos para que no nos suban el precio de la luz ni el IVA
de las patatas, y así, ya digo, no hay manera, sobre todo si tenemos en cuenta
la distancia metafísica que existe entre alguien que tiene que gobernar un país
y alguien que va al supermercado con la ilusión de pillar una oferta de 2 x 1
en el champú.
Sabemos
por experiencia que la broma es resistente y que no hay motivo alguno para
alarmarse. Haremos lo posible por seguir manteniéndola, oh camaradas políticos.
Pero tampoco os paséis.
(Publicado el sábado pasado en prensa.)
(Publicado el sábado pasado en prensa.)
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Cristiano Ronaldo anunciaba el mejor champu anticaspa del mercado, un periodista le pregunto ¿ lo has probado para afirmar tan rotundamente sus benefciios?, enfadado el astro contestö: no tengo caspa.
ResponderEliminarCon Podemos,se acabaron las bromas,encima los españoles seguiremos unidos y juzgaremos a todos,