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M.B.T. tuvo una noche agitada. Se durmió unas 18 veces, y otras tantas se despertó con un grado variable de sobresalto, como si fuese aquello un festival de ficciones inquietantes. Por la mañana, M.B.T. se levantó con la sensación de ser una especie de despojo freudiano, molido por los caprichos lisérgicos del subconsciente. “¡Qué de sueños he tenido, y qué malos todos!”, se lamentó ante el espejo, ese espejo que le devolvía una cara espeluznada, sin duda de tanto deambular por los barrizales hipnóticos del pensamiento.
Los sueños son materia volátil, pero M.B.T. lograba recordar algunos, y ese recuerdo le llenaba el estómago de agujas.
Iba él por la calle y, de pronto, alguien lo arrastraba a la fuerza hasta una nave industrial. Había allí muchos chinos que hacían paquetes mientras cantaban villancicos. Su raptor le mostraba una tableta gigante de turrón de Xixona y le decía. “Hasta que no te la comas entera no saldrás de aquí, canalla”, y M.B.T. comía turrón sin parar, y los chinos cantores se reían de él, al tiempo que le obligaban a degustar caramelos de jazmín, como si tuviese poco aporte calórico con el turrón, que le iba ya indigestando.
Recordaba otro sueño gastronómico: una figura gigante de mazapán que representaba un oso panda corría tras él por un bosque de azúcar. “Voy a devorarte”, le amenazaba el oso panda de mazapán, pero M.B.T. tuvo la fortuna de despertarse justo en el momento en que el dulce depredador iba a engullirlo. En otro de sus sueños, M.B.T. se cruzaba con unos pastores que le ordenaban: “Ven con nosotros a Belén”, y le ponían un carnero sobre los hombros, y M.B.T. avanzaba por un desierto infinito, y el carnero le mordisqueaba la oreja.
Más: entraba M.B.T. en una tienda de juguetes con sus dos hijos. Cada niño cogía un carro. Al instante, los dos niños aparecían ante él con sus respectivos carros repletos, pero… repletos de otros muchos carros que a su vez estaban llenos de carros, y toda esa torre de carros rebosaba de juguetes. “Son 1.000 millones”, le repetía la cajera, mientras agitaba una factura larga como una serpentina. Y aún más: los tres Reyes Magos se acercaban a su cama, lo zarandeaban y le decían: “Te has portado mal, muchacho. Tienes que devolvernos todos los juguetes que te hemos ido regalando a lo largo de tu vida. Así que ya sabes: ve buscándolos por los desvanes de la casa. Tenemos aquí la lista completa de todos los regalos que te hemos hecho a lo largo de estos 40 años. Que no falte ni uno. Porque te has portado muy mal”, y M.B.T. se vio de pronto desarmando su scalectrix, con lágrimas en los ojos.
En otro sueño, M.B.T. estaba en una fiesta de fin de año, con un gorro de lentejuelas, un matasuegras y una guirnalda al cuello. “¿Qué año es este?”, preguntaba a la gente que andaba por allí, y la gente le contestaba: “El año del fin del mundo”, y, de pronto, todo saltaba en pedazos, y un rostro enorme y barbudo se proyectaba en el aire con la textura incierta de un espejismo: “Soy Dios, y ya no habrá más fiestas. Se acabó la diversión, muñecos míos”.
M.B.T. llegó, en fin, a su oficina. En la puerta alguien había colocado un cartel: “Feliz Navidad y próspero 2011”. Y musitó: “Sí, ya veremos”.
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