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Hay días, afortunadamente excepcionales, en que decide uno hacerse grandes preguntas, no porque el hecho de hacérselas le resulte grato, ni mucho menos, sino porque lo considera una especie de obligación metafísica. “¿En qué clase de salvaje filosófico voy a convertirme si no me hago al menos un par de grandes preguntas al año?”, piensa uno, y de inmediato se pone a buscar, entre las tinieblas de su entendimiento, una pregunta grande y difícil. ¿Es el alma inmortal, en el caso de que el alma sea algo más que una fábula? ¿Es aterradoramente infinito el universo? ¿Se comunica Dios de manera telepática con sus ángeles de raza nórdica? ¿Es la muerte un mero tránsito? Son muchas las grandes preguntas, en fin, y casi ninguna admite una respuesta que exceda el ámbito de la especulación ociosa, porque ese suele ser el defecto de las grandes preguntas: que sólo pueden ser preguntas, y su esencia enigmática vive eternamente cautiva entre dos signos de interrogación, y de allí no hay quien la mueva.
Ayer tarde, en un descuido, me hice una gran pregunta: “¿Por qué decimos tantas tonterías en nuestras conversaciones?”, y me puse a acumular respuestas posibles, a pesar de que, como he dicho, las respuestas que nos sugieren esas grandes preguntas acaban siendo siempre, o casi siempre, pura retórica ornamental. Llegué a barajar 14 respuestas inútiles, aunque alguna más o menos razonable, al menos para como suele andar mi raciocinio. “¿14 respuestas?” Ni una más ni una menos, ya digo, aunque sólo les haré perder el tiempo con mi favorita: “Decimos muchas tonterías no porque seamos especialmente tontos, sino porque cometemos un error de cálculo en el tiempo que media entre una pregunta y una respuesta”. Estás dando un paseo con un amigo y te pregunta, qué sé yo: “¿Qué opinas de la comida turca?”, y, apenas una micra de segundo más tarde, ya flota en el aire tu respuesta: “Bueno, no sé, porque tengo gastritis” O te pregunta un camarero: “¿Qué te parece lo de Israel?”, y, al instante, sale de tu boca un “Uff”, que es una pura tontería interjectiva y onomatopéyica, y así sucesivamente.
El caso es, creo yo, que nos hemos hecho un lío con los procesos intelectivos y con las normas de cortesía. “¿Cómo es eso?” Muy sencillo: si alguien nos pide nuestra opinión sobre la pesca con caña o sobre la pintura holandesa del siglo XVI, pongamos por caso, la cortesía nos impele a ofrecer un juicio instantáneo, a pesar de que ese juicio requeriría un periodo de reflexión de al menos un par de semanas. Lo normal sería, en fin, que, ante un requerimiento de esa índole, nos quedásemos callados y meditabundos y que, al cabo de ese par de semanas, al reencontrarnos con nuestro interlocutor, le dijésemos: “Oye, ¿te acuerdas de aquello que me preguntaste hace un par de semanas? Pues he estado reflexionando y documentándome y creo que…” (Y ya luego lo que convenga.) Pero no, tenemos siempre una opinión o una respuesta al borde los labios, respuestas que incluso preceden a una pregunta, opiniones urgentes que salen de la boca sin pasar por otro filtro que la boca misma, réplicas caprichosas y casuales, rápidas, como si se tratara de un torneo verbal en el que pierde quien calla, a menos que al callar otorgue.
Y con estas tonterías, en fin, ya hemos echado el rato en este lunes festivo y ventoso.
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Fíjate que yo esta mañana me he levantado, por aquello de que es fiesta y el día da para "mucho", y me he preguntado "¿qué espero de la vida?", de lo que me queda de vida, claro está. Y he tomado una determinación: tengo que centrarme si quiero sacar adelante mi última novela, con lo cual tendré que mover algunas piezas, y no será fácil; pero es definitivo. Es que esto de tener tiempo para pensar...
ResponderEliminarMe gusta como escribes, y mucho. En la próxima entrada, y probablemente la última hasta el año que viene, hablo de cómo entiendo yo este noble arte de escribir, particularmente de novelar, y tú serías un buen ejemplo.
Un placer leerte.
Esta entrada parece que la ha escrito un personaje llamado Walter Arias. Creo que usted lo conoce de algo...
ResponderEliminarMuy bueno eso de: “Oye, ¿te acuerdas de aquello que me preguntaste hace un par de semanas? Pues he estado reflexionando y documentándome y creo que…”.
Saludos.
Sus atinadas palabras me traen a la memoria a un profesor que tuve en mi facultad de Filosofía, quien se ensañaba con los que él denominaba "filósofos escénicos": eminentes doctores de la cosa ésta de las grandes preguntas sin respuesta con tirón editorial que continuamente se les veía en aquel entonces chupar cámara para opinar de lo que fuera, por peregrino que fuese, menos de filosofía. Para eso eran filósofos y debían saber de todo, debieron suponer los directivos televisivos. Y hasta ellos mismos en alguna que otra ocasión, por desgracia.
ResponderEliminarPosteriormente, las cadenas televisivas debieron colegir que, para hablar de todo sin saber de nada, no hacía falta pensar. Mucho menos ostentar una cátedra. "Para eso tenemos a Belén Esteban, ¿no?", concluyeron.
Y así que nos va. Y lo que nos queda que oír.
Saludos.
Jopé, y parece sencillo el razonamiento, y nunca lo había pensado así. Si es que hasta para pararnos nos damos prisas. A ver si dejo las preguntas y las respuestas, y me quedo un poco en el proceso.
ResponderEliminarUn saludo (tambien ventoso por estos lares)
No sé qué decir, por eso mejor me callo y de aquí en una semana, si se me ocurre algo interesante prometo que volveré para contarlo. Un abrazo
ResponderEliminarPrimitivo
Mi Madre me decía de pequeña: "El que calla y obedece joe tres veces".
ResponderEliminarMi padre me decía de pequeña: "El que tiene mucho que hablar, poco tiene que decir".
Tengo una amiga muy culta, sabe de todo, cuando nos justamos todas las amigas ella destaca porque sabe hablar hasta de lo que no existe. Pero tiene un pequeño defecto, que habla pegando voces y con autoridad.
Yo me escurro del grupo cuando puedo y me voy a otro más tranquilo, porque a veces no quiero respuestas, ni conversaciones ni opiniones; sino reír y gastarnos bromas para pasarlo bien.
Y cuando se saca un tema de mucha cultura, al cuál no tengo alcance, me callo. Busco un poco de información en el google y creo que he aprendido algo nuevo.
Has nombrado un término "amistad", y me pregunto algunos días. ¿Qué significa?
¿Sabes?
Me encanta el personaje de Walter (en tu libro Mercado de Espejismos ), yo sabía, me imagino por pura intuición que estaba más vivo que muerto, y que haría una mala jugada. Lo acabaré que me queda muy poquito y vendré a elogiarte, sin duda.
Un beso Felipe.
Supongo que (estoy seguro de que) entre las catorce razones habrá una que rece "por echarnos unas risas". La agilidad para lo surrealista puede ser un magnífico desencadenante para el humor (Groucho nuestro, que estás en los cielos), y cualquier cosa que nos sirva para la guasa debería ser bienvenida, amén.
ResponderEliminarEh, que he reflexionado un ratito antes de plantar esto aquí, ¿eihn? Tampoco mucho, debo confesar, pero no es lo primero que se me ha pasado por el coco...
O bueno, sí, confesémoslo. Sí.
En el listado de las 14 respuestas, además de la obvia diversión, estaría la seducción (para ligar, vamos)y el parecido encantamiento o persuasión; es decir, dentro del discurso grave la introducción de la amenidad, como la tonta presentación del Power Point, la letra de tamaño grande y la preponderación del blanco sobre el negro en el texto; para que a uno le lean o le escuchen, como al encantador de serpientes. Y cuando la serpiente vota ...
ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios.
ResponderEliminarPor cierto... al final lo he acabado metiendo en el blogroll de la Zona, suponiendo que no le molesta. Si supongo más de la cuenta, no tiene más que decirlo...
ResponderEliminarNo ha supuesto más de la cuenta, señor Microalgo. A mandar.
ResponderEliminarUn personaje que tuve a mi lado durante muchos años decía que normalmente escuchábamos la pregunta con el oído y se pasaba directamente a la boca, con la respuesta , cuando el cauce debería ser del oído pasando por el cerebro, él lo llamaba "pensaero", y del cerebro a la boca, la respuesta. Debe de ser muy difícil.
ResponderEliminarSiempre estupendo Felipe
Muchas Felicidades por el triunfo en los Premios del Tren! Espero que invite a gambas o algo con el ninerillo. Estoy deseando leer el nuevo libro de poemas, los trenes y Benitez Reyes son dos de las cosas que hacen la vida más feliz (perdón por cosificarle).
ResponderEliminarUn abrazo
Buenísimo.
ResponderEliminarLos borbones a Disneylandia.