Yo me inclino a pensar que la faceta castrense de toda semana santa que se precie influye más que lo teológico, compartiendo con usted que la escandalera tamboril es una tortura cristiana más que podían ahorrarnos nuestros obispos y políticos. Por no hablar de la cera en el asfalto, las calles cortadas, el olor a incienso, los 6000 millones de euros al año, el gran invento español (junto a la fregona y el chupachups) de la enseñanza concertada...Y me callo que me lío. Un saludo a todos.
Observaba la tristeza y llantos de los costaleros y nazarenos sevillanos por la lluvia, y sabiendo que muchos de estos y en otras ciudades nada de religiosos son, veo una pena más allá de la alegría por la priodigiosa lluvia, que tan necesitábamos estábamos, que trasciende todo conocimiento allá por los derroteros inescrutables de la fe.
El vínculo entre la percusión y el fenómeno religioso se da en muchas culturas (desde el África negra,pasando por los nativos norteamericanos a diversas tribus asiáticas). Igual es porque con la misma simplicidad con la que se reproduce ese sonido se concibe una explicación para la existencia y la creación. Para otros será porque el mismo corazón es el tambor de la vida y el lugar en el que reside el hecho religioso. http://eseinstantefugaz.blogspot.com.es/
Como hacía notar una amiga mía, a propósito del vendaval que arrasó a los fieles en la (espero que) última visita del Inquisidor a España: "Está claro de qué parte está Dios... ¿has visto llover alguna vez el Día del Orgullo Gay? ¡¡Pues ya está!!"
Yo lo veo, y ya son ganas de verlo, como un modo de pique con los dioses. Ellos nos largan el rayo y las mil calamidades, y los terricolas hispanos les devolvemos una tamborrada atronadora, a falta de rayos. Es decir, un modo como cualquier otro de tocarle los perendengues a los dioses y a los vecinos (deporte nacional por excelencia). Todo un clásico, tal vez de origen precristiano, paciencia.
Aunque, pensándolo bien, el "porrompompero" puntual y atronador del Kevin y el Raúl, los hijos de... mi vecina (dejémoslo ahí) a la hora de la siesta me hace creer firmemente en la existencia de un Infierno. Angelitos.
Estoy deseando que acabe. Estas costumbres que aún así, a veces parecen bellas, me ponen muy nerviosa: ver llorar a los santos me asustaba de niña cuando las calles de mi pueblo se llenaba de lamentaciones con un palo vestido y unos creyentes que no visitaban a sus santos el resto del año. Pero claro, la música crea una especie de nostalgia que si no controlas bien, se llora con el pom,pom poporrom...
Y cuando el cordero abrió el séptimo sello En el cielo se hizo un silencio Que duró media hora Y los siete Angeles Que tenian siete trompetas Se dispusieron a tocarías Ingmar Bergman
Yo me inclino a pensar que la faceta castrense de toda semana santa que se precie influye más que lo teológico, compartiendo con usted que la escandalera tamboril es una tortura cristiana más que podían ahorrarnos nuestros obispos y políticos. Por no hablar de la cera en el asfalto, las calles cortadas, el olor a incienso, los 6000 millones de euros al año, el gran invento español (junto a la fregona y el chupachups) de la enseñanza concertada...Y me callo que me lío. Un saludo a todos.
ResponderEliminarObservaba la tristeza y llantos de los costaleros y nazarenos sevillanos por la lluvia, y sabiendo que muchos de estos y en otras ciudades nada de religiosos son, veo una pena más allá de la alegría por la priodigiosa lluvia, que tan necesitábamos estábamos, que trasciende todo conocimiento allá por los derroteros inescrutables de la fe.
ResponderEliminarSi las trompetas hicieron caer las murallas de Jericó, qué no derribarán los tambores...
ResponderEliminarEl vínculo entre la percusión y el fenómeno religioso se da en muchas culturas (desde el África negra,pasando por los nativos norteamericanos a diversas tribus asiáticas). Igual es porque con la misma simplicidad con la que se reproduce ese sonido se concibe una explicación para la existencia y la creación. Para otros será porque el mismo corazón es el tambor de la vida y el lugar en el que reside el hecho religioso.
ResponderEliminarhttp://eseinstantefugaz.blogspot.com.es/
La noche que me "dios" el tío del tambor...
ResponderEliminarComo hacía notar una amiga mía, a propósito del vendaval que arrasó a los fieles en la (espero que) última visita del Inquisidor a España: "Está claro de qué parte está Dios... ¿has visto llover alguna vez el Día del Orgullo Gay? ¡¡Pues ya está!!"
ResponderEliminarYo lo veo, y ya son ganas de verlo, como un modo de pique con los dioses. Ellos nos largan el rayo y las mil calamidades, y los terricolas hispanos les devolvemos una tamborrada atronadora, a falta de rayos. Es decir, un modo como cualquier otro de tocarle los perendengues a los dioses y a los vecinos (deporte nacional por excelencia). Todo un clásico, tal vez de origen precristiano, paciencia.
ResponderEliminarla misma que pueda existir entre la Fe y la señora que va por plena bulla repartiendo leña a lo Bud Spencer con su sillita plegable.
ResponderEliminarAunque, pensándolo bien, el "porrompompero" puntual y atronador del Kevin y el Raúl, los hijos de... mi vecina (dejémoslo ahí) a la hora de la siesta me hace creer firmemente en la existencia de un Infierno.
ResponderEliminarAngelitos.
Estoy deseando que acabe. Estas costumbres que aún así, a veces parecen bellas, me ponen muy nerviosa: ver llorar a los santos me asustaba de niña cuando las calles de mi pueblo se llenaba de lamentaciones con un palo vestido y unos creyentes que no visitaban a sus santos el resto del año.
ResponderEliminarPero claro, la música crea una especie de nostalgia que si no controlas bien, se llora con el pom,pom poporrom...
saludos.
Hombre usar la piel de tus enemigos para algo es un asunto, normalmente, muy teológico.
ResponderEliminarY cuando el cordero abrió el séptimo sello
ResponderEliminarEn el cielo se hizo un silencio
Que duró media hora
Y los siete Angeles
Que tenian siete trompetas
Se dispusieron a tocarías
Ingmar Bergman