lunes, 26 de marzo de 2012

LOS DEL MICRO


Un micrófono tiene algo de artefacto de hechicería, no sólo por su capacidad para amplificar la voz, sino también por su capacidad para amplificar el ego, que es algo así como el yo con un penacho de plumas de pavo real. Para comprobar el grado de egolatría de un semejante, lo mejor es ponerlo frente a un micrófono, porque el micrófono viene a ser para el henchido de sí lo que eran las espinacas para Popeye el marino.

Los dictadores célebres, por ejemplo, creo yo que se metieron a dictadores no tanto por el gusto de dictar cosas como por el placer de oír su voz sobredimensionada, retumbante en el espacio de las plazas públicas, improvisando insensateces porque no podían dejar de hablar, hipnotizados por su torrente artificial de voz, igual que si fueran tenores líricos en la ópera bufa del delirio sociopolítico o similar.

Mussolini, ante un micrófono, parecía un boxeador sonado, con recursos actorales aprendidos en el cine mudo o en el teatro del colegio, gesticulante, con algo de monstruo de Frankenstein harto de anfetaminas. Hitler, ante un micrófono, se volvía más loco de lo que estaba y se ponía a gritar como un nibelungo, y creo que la llamada Operación Valquiria hubiese tenido éxito si, en vez de plantearse como un atentado con explosivos, se hubiese ceñido a un propósito más modesto pero igualmente aniquilador: colocarle a Hitler, en un descuido, una peluca de valquiria, con sus trenzas doradas, mientras se desgañitaba ante miles de arios, porque ese complemento carnavalesco no hay quien lo sobrelleve con decoro, incluidas tal vez las propias valkirias. Franco, ante un micrófono, tampoco estaba nada mal, aunque, visto lo visto, prefiero eludir cualquier apreciación al respecto, por si acaso a alguna asociación retrohistoricista le da por llevarme ante los tribunales, ya que ahora mismo no dispongo de tiempo para diversiones jurídicas.

En nuestros días, la fascinación por el micrófono parece haber cambiado de signo político: ahí tenemos a Fidel Castro y a Hugo Chávez, por ejemplo, virtuosos del monólogo, a veces cómico sin querer y a veces apocalípticamente apocalíptico. Y es que el micrófono tiene esa cualidad: encoge tal vez la mente, pero ensancha por vía de artificio la caja torácica, de modo que el charlista se siente como Júpiter Tronante, y no es para menos. Como aliado de la retórica, el micrófono no sólo subraya las razones, sino que las vuelve incontestables, en especial si el contestatario en cuestión carece de micrófono.

Pero no hay que irse a esferas tan altas del poder para encontrar a fascinados por la voz amplificada: en las bodas y en las tómbolas, en las verbenas y en los concursos pueblerinos de misses, en los mercadillos y en las romerías, en el rosario de la aurora incluso, siempre hay alguien aferrado a un micrófono o como poco a un megáfono. Pues bien, ese, el del micrófono o el del megáfono, es el peligroso. No lo duden.

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12 comentarios:

  1. ¿Quieres sugerirnos algo especial hoy con tu artículo del micro o es simple casualidad? Saludos B

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  2. Desde que una vez, al hablar ante mis compañeros de mi clase de la universidad, me partí un labio por no saber guardar las debidas distancias, opté por no ponerme jamás uno delante que no fuera en un karaoke, esa inmunidad de la melomanía con nombre de llave de arte marcial oriental; pero hemos de distinguir aquellos que simplemente tienden a registrar el contenido informativo de aquellos otros que pretenden ser una plataforma de difusión en efecto tronante y persuasiva; me volvería a partir el labio por ser requerido para lo primero, ya que lo importante será lo que dijera, no yo, o mi circunstancia o una supuesta valía periodística, que se difumina como el humo, o mucho menos un arma para herir el oído de los demás, cuando no presumir de una fuerza de convencimiento de la que carecería sin dicho instrumento.

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  3. Al hilo de tu excelente artículo, recuerdo que escribía Manuel Vicent:

    "Ignoro si la naturaleza del micrófono influye en el modo sentir y de pensar de quien en ese momento suelta una retahíla de palabras por la boca. La cuestión es quién excita a quién. Cuando ambos entran en acción, normalmente es el micrófono el que suele marcar la pauta al cerebro y le impone una ideología, porque es el propio aparato ya en sí mismo una forma de pasión o de pensamiento manipulado a distancia por el que manda."

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  4. Marcos Matacanalunes, 26 marzo, 2012

    Pero no olvidemos el poder del megáfono urbano por excelencia, evocador de un mundo mágico, de telas orientales, tejidos de Damasco y terciopelos de Lyon; de trashumantes zíngaros y encantadores de alfombras:

    "Atención, señora, ha llegado a su localidad el camión del tapicero. Se tapizan sillas, sillones, butacas, tresillos, mecedoras, descalzadoras, y toda clase de muebles que tenga en mal estado. No deje pasar esta oportunidad. Tapizamos en tela, escai, terciopelo y pana. Recogemos y entregamos en su propio domicilio..."

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  5. Pues yo, donde se ponga un pito...

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  6. Oshea, un silbato, quicir.

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  7. No lo dudo.






    Uno de la Judería

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  8. Hay una versión proletaria del micrófono. Es el megáfono.

    Siempre hay que huir del tío del megáfono. Créanme.

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  9. De acuerdo, los "felladores" y "fellatrices" de micrófonos son odiosos pero, ¿qué decir de los portavoces, esos mamporreros del discurso ajeno? Cuanto mayor es el eco menor es el entendimiento.

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  10. Otro instrumento de transformación mágica de la personalidad es un cargo: presidente de la comunidad de vecinos, tesorero de la hermandad de semana santa, vicepresidente del AMPA del colegio...

    Un bobo con gorra puede sentirse un capitán general (¿y viceversa?, no se).

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  11. Sigo pensando...
    Un micrófono, un cargo, una gorra, un premio literario, una concejalía, un comentario en un blog, una tertulia en TDT...

    El mundo de los instrumentos malévolos al servicio del ególatra es infinito...
    ¿Qué culpa tiene el micro?

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  12. Muy cierto lo que comenta Felipe, pero ese fenómeno se mezcla con otro no menos importante que es del monólogo. La gente practica monólogos a costa de sus semajantes ya sea por el móvil o abusando de uno en cualquier acto social. En definitiva, a la gente le interesa ser oída, ya ni siquiera escuchada.

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