Divaguemos hoy, si les parece, sobre la deriva de algunas palabras…
Hasta anteayer mismo, “mercado”, por ejemplo, era una palabra inocente. Íbamos al mercado a comprar frutas o verduras, carne o pescado, y no sentíamos otra presión que la de nuestro antojo o la de nuestro presupuesto. Los precios en el mercado podían subir, claro está, porque para algo son precios, con ese afán de superación que ellos tienen sin necesidad de apoyo psicológico alguno, y exclamábamos entonces: “¡Hay que ver lo caras que están este año las cerezas del Jerte!”, o bien “La ventresca de atún se ha puesto imposible”. Aun así, ya digo, “mercado” no era una palabra que diese miedo. Hoy, sin embargo, es una palabra que nos echa a temblar, porque resulta que el mercado no es el sitio al que íbamos a llenar la cesta, sino un monstruo anónimo y abstracto que, si se lo propone, puede dejarnos con la cesta vacía.
Hasta hace no mucho, si uno se metía a político y, por cualquier razón, aspiraba a convertirse en corrupto, debía tener claro que, en el caso de ser pillado, iba a merecer el desprecio de la sociedad, que se supone que le confió un cargo para la defensa y gestión de los intereses públicos, no para que metiera la mano. Hoy, en cambio, la condición de corrupto se ha convertido en algunos casos en un aval para la reelección, porque se ve que, a fuerza de convivir con corruptelas, la gente tiene el olfato moral atrofiado y no percibe el hedor, de modo y manera que el hecho de que alguien sea un político corrupto no sólo no daña el prestigio personal del corrompido, sino que en ocasiones representa una garantía de éxito electoral, y no faltará quien diga: “Voy a votar a ese candidato porque me parece un corrupto intachable”. Vista esa neutralización semántica, propongo desde esta alta tribuna que, de ahora en adelante, llamemos “podridos” y no “corruptos” a los políticos en estado de putrefacción moral, a ver si de ese modo nos paramos a meditar en la extravagancia que supone el hecho de mantener en los órganos públicos del Estado a personajes en mal estado. “Ese político está podrido”, diríamos, porque lo de “corrupto” suena a cultismo, a puro latín, y tampoco hay que ir regalando prestigios etimológicos a lo maloliente.
En estos tiempos de prevalencia macroeconómica, otra palabra que ha dado muchas vueltas es “congelación”. Hasta hace poco, congelábamos una merluza, un solomillo o unos guisantes. Hoy, en cambio, nos hemos vuelto ilusionistas y congelamos salarios, congelamos pensiones, congelamos inversiones… Estas congelaciones metafóricas dan el mismo frío que una congelación real, y esperemos que este afán congelador no nos lleve a congelar la conciencia, a congelar la razón, a congelar los sentimientos, porque entonces podemos quedarnos helados en lo hondo, a pesar de estos calores.
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Cuanta razon tienes amigo Felipe.Las palabras,al menos algunas,son menos inocentes de lo que parecen
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Felipe, vuelvo por aquí, a ponerme al día. Tengo ganas de metáforas. Un abrazo.
ResponderEliminarOtras palabras mutantes: inocencia, imputación, culpabilidad, responsabilidad, honorabilidad, dimisión, congruencia, conciencia, dignidad, acusación, presunción, dimisión, representación, votación, interpretación, conocimiento, sinceridad.
ResponderEliminarEn el día de la penosa salida a bolsa de Bankia y de la dimisión por acorralamiento judicial -que no por decencia moral- del bienvestío, la pertinencia tus palabras mutantes es de lo más oportuna, Felipe. Un abrazo.
ResponderEliminarMe adhiero cual Patella caerulea.
ResponderEliminarAñado "prima", que hasta hace no mucho podía ser lejana, hermana o segunda y ahora además es de riesgo.
ResponderEliminarUn saludo, cuídate.
Ojalá nos congelen los salarios. Me temo algo peor. Saludos.
ResponderEliminarPues tiene razón Maese Martínez Clares. Virgencita, Virgencita...
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