Un vaso es un objeto pequeño y muy simple, y para colmo suele ser transparente, a pesar de lo cual ocupa bastante espacio en el diccionario de la Academia, en el que encontramos acepciones que no tienen nada que ver con lo que entendemos por lo común por vaso: “Conducto por el que circula en el vegetal la savia o el látex”, por ejemplo. O bien el concepto que esconde la expresión figurada “vaso de elección”, a saber: “Sujeto especialmente escogido por Dios para un ministerio singular”.
En otro diccionario más añejo, el de Sebastián de Covarrubias, se nos informa de que la expresión “no tener vaso” significa “no ser capaz para recibir doctrina y enseñanza”, lo cual dice muy poco de la virtud intelectual de quien padeciera esa carencia metafórica, y se nos precisa también la existencia de los llamados “vasos de honor”, que eran los que se exhibían en mesas y aparadores de casas principales, en contraposición a los que sólo eran aptos para uso de cocina y “para las cosas inmundas, y estos son contumeliosos y retirados de la presencia del señor”, al igual que ocurre con el alma de los justos y de los pecadores, según precisa Covarrubias.
Un vaso de cristal incoloro lleno de agua es quizá la cosa más misteriosa que pueda uno ver, pues es de visión difícil, al estar más pendiente uno de lo que se transparenta a través del vaso que del vaso en sí. Observar un vaso de agua exige, en definitiva, un proceso parejo de abstracción y de concentración, gracias al cual llegaremos a la visión de lo casi invisible, lo que es un gran malabarismo óptico.
Cuando contienen vino o licor, los vasos se convierten en utensilios de magia, ya que habrán de proporcionar delirios alegres o atroces a todo el que se aventure en los azares de los encantamientos de artificio, que son de suyo imprevisibles, al actuar sobre la inestabilidad de la conciencia.
En proporción a su tamaño y a la cantidad de vidrio empleado en su fabricación, la rotura de un vaso resulta inesperadamente estrepitosa, y hasta mentira parece que un utensilio tan liviano atesore dentro de sí esa especie de tormenta. Hecho pedazos, el vaso se convierte en un objeto aterrador y peligroso, con aristas traicioneras, y mucha habilidad ha de tener una persona para recoger las esquirlas de un vaso roto sin cortarse. Es cierto que se da el caso de personas que logran recoger dichas esquirlas y salir ilesos, aunque la experiencia nos advierte de que suele tratarse de un espejismo: a los pocos minutos de recoger toda esa metralla traslúcida, la persona en cuestión se mira la mano y ve una herida sangrante, una herida levísima, como provocada por el roce con una espina de aire del aire mismo, se diría por lo poético, pero el caso es que ahí está. Y es que todo cristal roto ansía herir, y sabe cómo hacerlo.
Hay quien acierta a componer música con vasos, y se trata de una música rudimentaria y un tanto sonámbula, hecha, no sé, como de burbujas, y piensa uno que así debe de ser la música que suena en el país de los juguetes. Por lo demás, no queda más remedio que reconocer que el ser humano entra en las cristalerías con el miedo metido en los huesos, aterrado ante la posibilidad de romper algo, y ese miedo nos armoniza, en fin, con los elefantes.
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Yo cada vez me armonizo más con ellos. Los años me van haciendo más patoso. Saludos.
ResponderEliminarHace tiempo que no pasaba, me gusta este nuevo aire que le has dado al blog, las secciones en la columna de la izqda... ¡Saludos!
ResponderEliminarIba a hacer algún comentario semijocoso, hasta que he leído esa frase acerca de que "todo cristal roto ansía herir, y sabe cómo hacerlo". En ese momento me he acordado de alguien (una mujer, por supuesto), y me ha entrado la pena.
ResponderEliminarAún así, con su permiso, he recortado la frase, que es esférica y perfecta, y me la he guardado. Por si me hace falta. O por no olvidar el concepto.
O no sé. O da igual.
No se apene usted, Microalgo, que las cicatrices de cristal en el alma también son parte de la agitada vida. La genial entrada de Benítez Reyes y su posterior comentario me han traído a la memoria una entrevista que le hicieron al actor argentino Federico Luppi hace tiempo en televisión y que me sorprendió por lo original de su propuesta. Mientras hablaban de los procesos judiciales abiertos contra la dictadura argentina, el entrevistador le preguntó que qué echaba en falta de la Justicia como concepto, a lo que el entrevistado argumentó que para que fuese completa se hacía imprescindible una “justicia del corazón”; una justicia restitutiva con juez, fiscal, abogado y jurado que condenase severamente en caso de culpabilidad a aquellos que a día de hoy se permiten romperle el corazón a alguien (“como se rompe un vaso”, dijo) y quedar impunes.
ResponderEliminarAl hilo de sus palabras y a falta de jurisprudencia al respecto, mucho me temo que todo cristal roto, aunque no esté en su ánimo el querer hacerlo, tiene derecho a defenderse si intentan manosearlo. Un saludo.
Indudablemente, Anónimo.
ResponderEliminarY siempre hay algún idiota dispuesto a manosear una arista afilada, por supuesto.
Contaba Coll que, a su vez, decía Tono que cada noche, al acostarse, ponía sobre la mesita de noche dos vasos, uno lleno de agua y otro vacío. El lleno, por si le daba sed; y el vacío, por si no le daba.
ResponderEliminarSaludos