A grandes rasgos, la resaca consiste en un estado en el que estás medio muerto, con la curiosidad de que preferirías estar muerto del todo: morirte y transferir el dolor de tu tránsito a las personas que te aprecian, porque el caso es que te sientes incapaz de sobrellevar la resaca, esa enfermedad mental que dura al menos 24 horas y que tiene la virtud de parecer eterna, sin duda porque el resacoso pierde la capacidad del disfrute de un atisbo siquiera de optimismo, en el caso de que tuviera tal capacidad, tan vulnerable a las derivas del vivir.
Por una razón o por otra, ya digo, el resacoso es un ente que prefiere la defunción al padecimiento de la resaca, a pesar de haberse ganado la resaca a pulso, y generalmente tras un desembolso apreciable: por mucho que te inviten, las resecas nunca son gratuitas, y acabas invirtiendo en ellas una cantidad de dinero que al día siguiente desembolsarías multiplicada por 100 para verte libre de los efectos de la resaca en cuestión, ya que todo resacoso es un hedonista que practica con total sinceridad la apostasía de su hedonismo.
La resaca puede y debe entenderse como un defecto de nuestro organismo para sobrellevar las alegrías de origen artificial, quizá porque se trata de alegrías demasiado intensas y sacadas de la escala razonable de las alegrías que nos depara nuestra condición de bípedos con tendencia a la melancolía depresiva. Sea como sea, lo cierto es que cuesta reconocer al resacoso en esa persona que, apenas unas horas antes, bailaba con tesón de derviche, ensayando equilibrismos complicados; abrazaba a sus congéneres en medio de discursos de tinte filantrópico e invitaba a toda la concurrencia con magnanimidad de jeque, porque así se lo dictaba el corazón.
En esencia, la resaca es una especie de correctivo moral, y debe de tratarse de un invento personal de Dios: te lo pasas bien, de acuerdo, pero luego viene, inexorable, el día siguiente, y ahí las pagas todas juntas. Ninguna diversión, así lo sea de grado sumo, compensa de sentirse un poco más tarde como tu abuelo, ya que la resaca constituye una sensación anticipada de una vejez achacosa, cuando no directamente de la agonía. Para colmo, la resaca otorga un cariz de ridiculez a diversas acciones que la noche antes te parecían sublimes, transgresoras e incluso imprescindibles: subirte a la barra del bar, desabrocharte la camisa, toquetearle el culo a una recién conocida, orinar en plena calle y todo ese repertorio de ocurrencias que suele tener cualquier persona que se pone hasta las orejas de alguna sustancia euforizante de las muchas que circulan tanto por los circuitos legales como por los clandestinos.
No se conoce el caso de una persona que, en mitad de una cuchipanda, se haya visto tentada por la sensatez a causa de la premonición de la resaca: la resaca es la más olvidable de las desgracias humanas, y no hay libertino que se arredre ante el porvenir inmediato, pues la persona que disfruta da en creer que su estado de disfrute será eterno, y no hace falta indicar su porcentaje de razón en este particular.
Por último, señalemos el desdén de la industria farmacológica por este mal, para el que no existe cura, antídoto ni paliativo, a menos que otorguemos al ácido acetilsalicílico o al ibuprofeno unas cualidades mágicas de las que a todas luces carecen.
.
Hay un momento premonitorio de la resaca, imperceptible para muchos, cuando en un local o en un aseo el candidato se mira al espejo y cree más bien reconocer a un idiota anticipado, resbalando hacia cierta destrucción de la noche, dado que la faena hasta ese momento sobrelleva un déficit de triunfos que la tarde, todas las tardes, le auguraban y a las que siempre acaba por no hacer caso, pues la euforia ascendente le impedía reconocerlo. Pero esa derrota, incomprensiblemente, termina tras la resaca en una vanagloria, de difícil justificación.
ResponderEliminarlo subrayo todo porque estoy resacoso
ResponderEliminarGenial. Hilarante...resacoso.
ResponderEliminarY además, no he encontrado una tilde que poder reprocharle.
Inapelable, sí.
ResponderEliminarY bueno. Se aprecia que conoce Usted la información de primera mano... Ejjem.
Bebiendo vino, y bebiendo se fue, dice un amigo mío en las noches de parranda. Yo ensayo ese adagio doméstico a la menor ocasión. Luego, al regreso a la realidad, abiertos los ojos del todo, miradas las cosas con la mirada ya serena, sientes que el cuerpo se desmorona. Crees que no vas a salir de ésa, aunque sepas que en otras, parecidas, peores, saliste, y lo contaste arracimado de amigos y de copas. Es una descripción jocosa, seria, lúdica. Un tónico para después de la siesta. De hecho una buena siesta, una sufrida después de una ingesta masiva de viandas y un acopio decente de licores, se asemeja en algo a una buena resaca. Tienes, al finiquito del dormir, un cuerpo tristísimo, un ánimo incapaz por sí mismo de levantar cabeza. El verano tiene esos peajes. Doy fe en todo.
ResponderEliminarSí que se te ve puesto, sí...
ResponderEliminarA mí no me cabe duda de que las puñeteras resacas no son sino la manifestación física de un castigo celestial por osar querer pasar un buen rato, porque el dios de turno parece no tener bastante con hacernos sentir culpables de exceso de inhibición y se ceba a base de bien. Así que lo mejor es apostatar. Así, como suena.
Para ello, ni ibuprofenos, ni parecetamoles ni lavativas de romero: la mejor resaca es la que no se tiene, y para eso no hay nada como enlazar un brugal naranja con otro, y así hasta el día del juicio ante el repudiado dios, me temo, que de seguro estará de morros cuando nos vea aparecer más felices que chupín.
(Otro día hablaremos, si aún estamos en condiciones, de los más que probables efectos secundarios de esta peculiar forma de apostasía para el hígado)
Perdón: quise decir "desinhibición". Entiendan que uno lleva un verano de apostasías que vaya...
ResponderEliminarGenial
ResponderEliminarFelipe, Emilio, Miguel Ángel, geniales ustedes, si me lo permiten.
ResponderEliminarUn amigo farmacéutico me sugiere, como paliativo, un complejo de vitamina B: BENEXOL.
ResponderEliminarTomar antes -si se trata de una reseca con premeditación y alevosía- y después, o sólo después si el exceso es espontáneo.