lunes, 6 de abril de 2009

SOBRE "OFICIOS ESTELARES"


VIDAS, PORTENTOS, PESADILLAS

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN


(Artículo publicado en La Nueva España, 18-3-09)



UNA cita de Walter Arias, protagonista de la más desquiciada y atinada de sus novelas, El novio del mundo, inicia el volumen en el que Felipe Benítez Reyes reúne su cuentos completos: «Hay que contar todo: lo que ocurre y lo presentido, lo previsto y lo improbable, lo que creemos ver y lo que imaginamos soñar».

En la nota final, sin énfasis ninguno, con un reiterado escepticismo hacia las formulaciones teóricas, ofrece algunas observaciones sobre su manera de entender la narración: «Para mí el relato es un espacio irremplazable para ensayar voces de entelequias fugitivas, para experimentar con tonos de conciencia, para calcular estructuras narrativas que se sostienen sobre el pilar de lo visto y lo no visto, para arriesgar en unas líneas la sugerencia de algo inabarcable, para componer universos que caben en la palma de la mano y que aspiran sin embargo a ofrecer una medida del mundo». Y luego añade que «importa tanto lo que se cuenta como lo que se deja de contar», puesto que «todo relato es más una sugerencia que una especificación, menos una explicación que un indicio. Algo que en gran medida empieza cuando acaba».

Pocos narradores tan variados y tan unitarios como Felipe Benítez Reyes. Comienza Un mundo peligroso (1994), su primer libro de cuentos, con «Herramientas de viaje», la historia de un hombre que viaja con la imaginación; termina Fragilidades y desórdenes, el libro inédito que cierra el volumen, con «Todos los demás», la historia de un hombre que se dedica, después de jubilarse, a «ensoñar destinos», a vivir las vidas que le habría gustado vivir. La sátira del ambiente literario, iniciada en el libro inicial con «El alumno», se continúa en «El mundo como juego de billar», de Maneras de perder (1997), y concluye por ahora con «Círculo restringido», del libro inédito. El tono se va haciendo cada vez más sarcástico; la amable parodia se convierte en farsa, los personajes en muñecos. Gusta Felipe Benítez Reyes del mundo del circo («El Oriente casual), de los juegos de magia («El aprendiz de mago»), de las historias de fantasmas («La visita»), de los sueños que se sueñan dentro de otro sueño («La trama hipnótica»).

Gómez de la Serna y Borges se encuentran entre sus maestros, también Nabokov y Kafka. Una breve fábula del último libro se titula, con doble homenaje, «Un borrador de Borges encontrado entre los papeles neoyorquinos de Abelardo Linares». De Borges toma Benítez Reyes los apuntes breves, a medio camino del poema en prosa, no las elaboradas ficciones metafísicas de falsa erudición. «La soledad», «Crossroad» o «Trafalgar: trece simetría», incluidos cada uno en un libro distinto, pueden servir de ejemplo. Miméticamente borgiano resulta el final de «Taller de imaginero»: «Como en un ritual de espejos, un hombre ha dado forma al dios que le dio forma». De Gómez de la Serna le viene el gusto por el mundo del circo y la juguetona fantasía disparatada, casi infantil; también el estilo ingenioso que a veces se enreda con alguna greguería. De Kafka, elaboradas parábolas de plurales e imprecisos sentidos como «Necesidad del monumento» o «Historia universal». El humor perverso, la astucia narrativa, provienen, me parece, de Nabokov.

Pero el resultado es, con mínimas excepciones, inconfundiblemente propio. Hay unas cuantas obras maestras en esta suma narrativa, escrita a lo largo de más de un cuarto de siglo, que algo tiene de enloquecido caleidoscopio. Dejo al lector el placer de encontrarlas. Yo voy a limitarme a señalar algunos de mis relatos preferidos. «Nunca entre en Rodie's», por ejemplo, con su comienzo realista y su final fantástico; «El vigilante», breve historia de terror; «El maestro» y su sabio manejo de la elipsis, todos ellos incluidos en Un mundo peligroso. Del libro siguiente, me quedo con «La condición quimérica», que comienza entremezclando fantasías de espadachines con humillada cotidianidad y acaba, más allá de los habituales juegos, convertido en una hermosa historia de amor imposible; añado «El vendedor de zumo de naranja», donde un ciego imagina las naranjas como «pequeñas esferas mágicas, cargadas de dulzor y de aspereza, que aromaban el mundo, esa casa pequeña y tenebrosa».

En el último libro hay un ejercicio de ingenio que puede dar mucho juego en las clases de lengua española, «La cosa», un relato que en todas sus frases emplea la palabra «cosa», dándole toda la infinidad de sentidos que tiene en el habla cotidiana. Jardiel Poncela, que escribió relatos sin una letra, gustaba de estos juegos. Yo prefiero la ternura escondida tras «El fantasma familiar» o el humor fantasioso y costumbrista de "El hermano».

La exigencia de que los libros de relatos mantengan una unidad le parece a Benítez Reyes «lo mismo que exigirle unidad a un bosque o, en un plano más modesto, a una ensalada». Él prefiere que sean «una caja de sorpresas».

Sorpresas para todos los gustos hay en Oficios estelares, colección de vidas, portentos y pesadillas, que nos habla de la verdad de los sueños, la condición quimérica del hombre, la improbable realidad de cualquier realidad.




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