(Publicado en prensa)
Según Putin, en Occidente tenemos
dos diversiones: practicar con impunidad la pedofilia y obligar a los curas a
celebrar matrimonios homosexuales. Aparte de eso, da por hecho que lo que de
verdad nos gustaría es destruir Rusia, deseo prevalente de cualquier occidental
desde que abre los ojos por la mañana: “Apreciados vecinos, ayer destruimos
Volgogrado y la semana próxima haremos una excursión para destruir
Novosibirsk”, se supone que anuncia el delegado del Gobierno en Almería,
pongamos por caso, mientras que el alcalde de Múnich firma un bando en que
incita a la destrucción de Saratov o de Ekaterimburgo, según le pille el día. Da
la impresión de que quien no tiene interés en destruir nada es el propio Putin,
y tal vez por eso ha anunciado el incremento de su arsenal nuclear.
La
ventaja de poner al mando de un país a un chulo barato es que todo suena a
épica, y ya sabemos que la épica se vende bien entre los hechizados por los
patriotismos irracionales: apelas a la patria y ya vale todo, en parte porque
la palabra “patria” no solo es polisémica, sino que además no significa nada en
concreto: lo que cada cual interprete. A la carta. La sofística tampoco podía
quedar al margen: según Putin, Rusia no empezó la guerra en Ucrania, sino que
la culpable es Ucrania por defenderse de la invasión rusa. Ya no sabe uno, en
fin, si Putin, aparte de un delincuente, es un idiota infantilizado o un cínico
resabiado, aunque, al tratarse de cualidades compatibles y acumulables, cabe la
posibilidad de que sea un poco de todo.
Nuestra
ministra Belarra lleva reclamando desde el principio de la guerra que se opte
por una solución diplomática, ya que el envío de material bélico a Ucrania solo
consigue prolongar el conflicto. Tiene razón: sin la ayuda internacional, a
estas alturas la guerra hubiese terminado y la bandera rusa ondearía hoy en
Ucrania, a la espera –quién sabe- de poder ondear mañana en Estonia o incluso
en Finlandia, en el caso de que los rusos más delirantes renuncien a su sueño grandioso
de trasladar la frontera euroasiática a la costa atlántica portuguesa. Pero sí,
cómo no: la diplomacia, aunque razonar con Putin sea algo parecido a discutir en
una reunión del bloque con ese vecino que, en vez de votar a favor del arreglo
de los tendederos, se empeña en acondicionar en la azotea una pista de
aterrizaje para las naves extraterrestres. De todas formas, la diplomacia flower power es una opción. Si la
ministra Belarra fuese nombrada embajadora de la UE ante el Kremlin, tal vez
acabaría de inmediato con la guerra. Incluso podría aprovechar para convencer a
Putin de que apruebe en Rusia una ley trans y de que subvencione a los
colectivos LGTBI. Seguro que algo consigue.
.
La actitud de Putin con reespecto a Ucrania tiene un precedente en la de Serrano Suñer con respecto a Rusia cuando, a raiz d ela invasión alemana de la URSS declaró "Rusia es culpable". Eso si, Serrano Suñer era más caro que Putin
ResponderEliminarChapeau!
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