En este siglo XXI, cualquier
institución monárquica tiene un problema primario: mantener su credibilidad
-desde su anacronismo intrínseco- como tal institución. Es decir, procurar que una
sociedad que se ha habituado a regirse por mecanismos democráticos -ya sea para
constituir el Congreso o para llegar a un acuerdo en una reunión de vecinos-
admita la legitimidad de la sucesión dinástica como el sustento constitucional
de la jefatura del Estado.
Hasta ahora,
ese pacto ficcional se ha mantenido en España tanto por el apoyo activo de los
monárquicos como por la renuncia pasiva de los republicanos. En los tiempos de
la Transición, se convino aceptar la fórmula de la monarquía parlamentaria como
una especie de elemento de permanencia frente a la volubilidad gubernamental, desde
la convicción de que un país que salía de una larga dictadura necesitaba un
referente de estabilidad frente a los vaivenes electorales.
La
fórmula tuvo éxito, hasta el punto de que el cuestionamiento de la monarquía se
ha convertido en tabú incluso para partidos de base republicana como el PSOE.
Hoy por hoy, algunos han roto ese tabú, y lo han hecho en un momento que es el
más adecuado y a la vez el más inadecuado de todos los posibles. Es el momento
adecuado porque las sospechas de enriquecimiento anómalo que recaen sobre el
rey emérito traspasan la suposición para invadir el terreno de la evidencia, lo
que fragiliza la institución monárquica hasta extremos potencialmente
destructivos e irredimibles, y es el más inadecuado porque el país se enfrenta a una crisis socioeconómica
severa a la que no parece conveniente sumar una crisis de simbología, ya que
los símbolos, por raro que parezca, tienen efectos políticos más poderosos que
los que cabría atribuir a una sugestión colectiva como lo es, a fin de cuentas,
el acatamiento de que la figura del jefe del Estado no esté sujeta a la
decisión popular, sino a los azares hereditarios.
A
falta de las conclusiones a que llegue la administración de justicia –sin duda
más por vía suiza que española-, la figura del rey emérito se nos presenta de
momento bipolarizada: una especie de Jekyll y Hyde. Hay quien ensalza sus
méritos tanto políticos como diplomáticos durante su reinado, aunque queda la
duda de que una figura de esencia simbólica pueda permitirse la dualidad: un
símbolo puede ser ambivalente, pero no debe ser contradictorio. Aparte de eso,
la moral no es fraccionable.
Felipe
VI no sólo ha heredado una corona de oro, sino también una corona de espinas.
Si no logra deshacerse de la segunda, es posible que, tarde o temprano, se vea
obligado a renunciar a la otra.
Pero ninguna
de las dos opciones depende de él: un símbolo soporta cualquier cosa, salvo la
realidad.
.
La mayoría de votantes del PSOE apoyan la monarquía, y de los demás partidos constitucionales iríamos al 90% , en contra de Felipe VI están los etarras ,los independentistas y el viejo estalinismo inmerso en procesos judiciales , la diferencia está 20 puntos a favor de Felipe, y Felipe tiene una trayectoria excelente , de la que destacó que nunca se le ha visto gestos de odio a los indepes ni a los cada vez muchos menos chavistas . Lo que quieran el 90 % de independentistas no es bueno para los españoles , y Felipe es la persona que garantiza la unidad de España .Lo del padre habrá que verlo , pero parece se haya esperado a que sea un anciano para asustarlo , no podemos cargar contra un octogenario como si tuviera 30 años , y menos haciéndolo con odio , un odio que será la tumba de Podemos . Los españoles estamos hartos de que los okupas sean amparados por leyes anticonstitucionales, y también podríamos exigir un referéndum para ilegalizar a los partidos no constitucionalistas , lo que no podemos es regalar España a asesinos etarras y delincuentes políticos varios . Todos tenemos derecho a defender nuestra patria , no me cabe duda que hay monarquía para rato
ResponderEliminarCaldicot
ResponderEliminar(Des)vergûenza infinita. Así de simple. Eso es todo.
Algunos apuntes para la reflexión:
ResponderEliminar1.- Votar cada 4 años no es democracia, en el sentido político general del término. El voto universal, por ejemplo, puso al Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), tristemente conocido después como partido NAZI, en el poder en Alemania en 1933. Más de 17 millones de votos lo hicieron posible: el 43,91%. Eran socialistas, no nos hagamos líos.
2.- Como socialistas son hoy en Bielorrusia o en Corea del Norte. Y como demócratas y votantes hay en Venezuela o Bolivia. ¿La pregunta es sencilla, por qué en todos estos países el voto y el socialismo lleva a la gente a comer en los cubos de basura como en la España de la posguerra, se encarcela al disidente o se le asesina con el silencio cómplice de muchos?
3.- POr qué un tipo desquiciado como Monedero, dice que España necesita más pateras y menos turistas, porque los primeros no contaminan. ¿Usted cree que a los pandemitas que nos gobiernan les importa la contaminación? Pues espere y verá que graciosos los resultados, para una España, que vive con una mayoría que quiere que desaparezca.
Hitler llegó al poder por las condiciones leoninas del tratado de Versalles , hace un siglo Alemania se hiperinflacionó por los pagos ilegales a los países que ganaron la primera guerra , y cuando una barra de pan pasó a valer de 1000 a 4.000.000 de marcos el nazismo llegaba en bandeja de plata . No se puede humillar al vencido , los nazis no eran peor que los cainistas franquistas que asesinaba a compatriotas una vez acabada la guerra , los nazis eran patriotas alemanes , pero los asesinos franquistas no eran patriotas españoles , eran asesinos que no defendían ninguna patria y que fueron cómplices de los asesinatos de españoles en los campos de concentración nazis.
ResponderEliminarCuando Borges vio el " acorazado Potenkin " dejó de ser comunista , ya que vio claro el odio de los vencedores comunistas tenían a los vencidos , y lo mismo pasó en España con los vencedores franquistas .
Eugenio Lomb