(Publicado ayer en prensa)
A estas alturas, tenemos la
sensación de habernos convertido en actores del teatro del absurdo, tras pasar
por situaciones que han puesto a prueba no solo nuestra responsabilidad
colectiva, sino también nuestra credulidad individual.
Nos hemos
visto encerrados, por decreto, en nuestra casa, de la que podíamos salir para
comprar tabaco, pero no para comprar utensilios para repintar el salón y así
distraer el ocio y la angustia. Podíamos ir al supermercado a comprar garbanzos
o ginebra, pero no a la zapatería a comprar unas babuchas que nos hicieran más
confortable el confinamiento. Podíamos ir al hospital pero más cuenta nos traía el no ir.
Podíamos hacer cola en la frutería o en la panadería, pero no podíamos pisar la
playa.
Se trataba de
aceptar, en definitiva, la gestión caótica del caos. La alternativa consistía
en no gestionarlo ni bien ni mal, como decidieron en un principio mentes de lucidez tan acreditada como las de Trump, Johnson o Bolsonaro.
Todo era un
poco incoherente, sin duda, pero decidimos darlo por necesario, y eso me parece
modélico y plausible. ¿Obedecimos por responsabilidad? ¿Por miedo? Lo mismo da
una cosa que otra: hubo que asumir la evidencia de una catástrofe para evitar
una catástrofe mayor. Al fin y al cabo, lo que hasta hace nada considerábamos
un patrón de vida normal tampoco es que fuese demasiado normal, y esta nueva
normalidad es tan anormal, en esencia, como la antigua. Simplemente hemos
cambiado de parámetros sociales mediante el cambio forzoso de nuestros
parámetros mentales: antes de esto, el peligro estaba en que nos picase el
mosquito del dengue o en que nos mordiera una víbora si andábamos de turismo
por la Amazonia; ahora, el peligro puede estar en que un familiar te bese o en
que un amigo te estreche la mano.
De repente,
todos hemos ido a parar, en fin, a la categoría de los hipocondríacos.
Bueno, todos
no… En los mundos alternativos de la conspiranoia, donde la realidad se
convierte en una fantasía oscura, se ha optado por negar la existencia del
virus, lo que en principio debería ser una fuente de tranquilidad para ellos,
pero el caso es que los conspiranoicos han entrado en pánico: están convencidos
de que la presunta pandemia no es más que una maniobra camuflada para
exterminar a buena parte de la población mundial, al dictado de Gates y de Soros,
que serían en realidad unos genocidas disfrazados de filántropos.
Se ve, en
definitiva, que nadie puede ser del todo feliz en tiempos de desventura global.
Tampoco puede
ser feliz el PP con el fondo europeo de ayudas, pues lo que puede ser
beneficioso para los españoles puede no serlo para su España, según parece. De
ahí el que opte por convertir una buena noticia en una noticia pésima, gracias
al mismo procedimiento psicológico por el que otros deciden que lo peor que
puede ocurrirnos es que se encuentre una vacuna para una enfermedad.
Ante
situaciones absurdas, tendemos a volvernos absurdos.
Ahora la mascarilla es
obligatoria y la discoteca opcional, por ejemplo.
Y ahí vamos.
.
Parece que no hay un mañana y estamos sacando nuestra faceta extravagante , vivimos en un mundo estrafalario , también he leído que hay mucho psicópata y narcisista que ha salido del armario , aunque esto es difícil de computar.
ResponderEliminarEl caso es que vi antes un vídeo de gente subida a los tejados a las diez de la mañana, empalmado el botellón de la noche , bebían, fumaban , hacían aspavientos , estaban con el torso desnudo y por supuesto no llevaban mascarilla .
Hay un brindis antiguo que decía " trago y cigarro que la difunta no vuelve " , y en esos parámetros también nos movemos , así nos luce el pelo .
Caldicot