domingo, 3 de mayo de 2020

MÁSCARAS Y MASCARILLAS


Estamos en el intento no sólo de interpretar a diario las informaciones –a veces discordantes- que van dándonos sobre la pandemia, sino también intentando asumir que unos datos escalofriantes pueden ser unos datos esperanzadores. A estas alturas, todos hemos tenido uno de esos momentos de debilidad cognitiva en que formulamos una solución instantánea para algo de momento irresoluble. Todos amanecemos con la ilusión de enterarnos de que un medicamento de uso corriente resulta efectivo contra este virus. Todos alimentamos la fantasía de que un científico va a dar con la clave de una vacuna de la noche a la mañana.

Mientras sí y mientras no, pasan los días, idénticos, sometidos como estamos a esta especie de realidad surreal en la que una peluquería puede resultarnos tan peligrosa como Chernóbil.

El desconcierto de los políticos lo consideramos normal, entre otras cosas porque en ningún programa electoral se especifica el protocolo de actuación ante una catástrofe de esta envergadura, pero, en cambio, el que los científicos reconozcan su ignorancia sobre cómo neutralizar de momento al agente de esta pandemia es algo que nos promueve la impaciencia y la desolación, aparte de un sentimiento de fragilidad que afecta tanto a nuestra vida biológica como a nuestra forma de vida.

Aquí, entre tanto, los partidos opositores han mantenido un margen temporal de prudencia pasiva antes de lanzarse de cabeza a la imprudencia activa, convencidos de que lo que más necesitamos es sumar a esta calamidad sanitaria la teatralización de una batalla política. Algo que, en estos momentos, chirría más que nunca: el desplazamiento de un problema al ámbito de la retórica.

La ultraderecha tremendista ha llegado a solicitar la dimisión en pleno del gobierno, lo que, dadas las circunstancias, resulta tan sensato como tirar por la borda al capitán de un barco en peligro de naufragar y poner al mando al clarinetista de la orquesta. La derecha independentista catalana ha sugerido que sus índices de contagiados y de muertos hubiesen sido inferiores en la república liberada. En el PP, por su parte, intentan fingir un equilibrio entre el sentido de Estado –nada menos que eso- y el sentido del oportunismo: cuanto peor salga todo, mejores expectativas electorales.

Resulta curiosa esa nube olímpica en que vaga y divaga la clase política, no sé si por encima o por debajo de la vida de la gente, pero desde luego no al mismo nivel. ¿Está haciéndolo mal el gobierno? Digamos que está gestionando esta crisis de una forma aceptablemente desastrosa. Como lo haría, en fin, cualquier otro gobierno, y quien suponga lo contrario está mintiéndose o mintiéndonos, o ambas cosas a la vez.

         Tarde o temprano, esto se controlará. Pero se abre una perspectiva preocupante: en cuanto recuperemos la actividad económica, volveremos a ejercer una presión insostenible sobre el planeta. Y resulta que contra las consecuencias del cambio climático no sirven de mucho las mascarillas.

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