(Publicado hoy en la prensa)
A estas alturas, sobre el
conflicto catalán se ha dicho todo. Incluso más que todo: lo que había que
decir y lo que mejor hubiese sido callar, por esa facultad ambivalente que
tienen las palabras de clarificar las cosas o de enredarlas. Ese exceso retórico
ha acabado resonando en el vacío, que es lo habitual cuando los argumentos
polarizados no pretenden el consenso, sino la imposición. La controversia no
sólo ha traspasado las fronteras de la realidad, sino también las de la
fantasía, de modo que estamos en el territorio no ya del realismo mágico, sino
más bien en el del surrealismo esotérico.
Todos
tenemos una solución para el problema. Soluciones que pasan por la política o
por el juzgado, por el sentido común o por el delirio, por la razón o por la
emoción, por el gesto heroico o por el agravio paranoico… Y ninguna sirve de
gran cosa: cuando un problema está fuera de la realidad, el problema de fondo
es la realidad misma; cuando la realidad se queda sin soporte, se impone el
“todo vale”; cuando se impone el “todo vale”, es señal de que nada vale nada.
Atónitos,
hemos asistido a una sistematización de la reducción al absurdo, lo que no deja
de tener su gracia, aunque también sus peligros: si el gobierno central acusaba
al catalán de dar un golpe de estado, el catalán le devolvía la acusación con
el argumento de la aplicación del 155; si el gobierno central acusaba al
catalán de incumplir las reglas del juego democrático, el govern lo tildaba de
franquista; si el fiscal general adoptaba medidas contra el govern por la
aprobación de leyes inconstitucionales, el govern solicitaba el amparo del
Tribunal Constitucional, a la vez que presentaba una querella contra el fiscal
en cuestión por impedir la celebración de un referéndum ilegal… Para coronar el
disparate, hemos asistido al nacimiento de una república catalana en cuya sede
presidencial siguió ondeando la bandera española. Para continuarlo, hemos oído
a Puigdemont y a Colau reclamar que el gobierno -¡el gobierno!- excarcele de
inmediato a los presos del “procés”.
Más
allá de esta espiral de argucias y fullerías, el problema, lejos de hallarse en
vías de solución, se manifiesta como irresoluble: cualquier solución posible
resultaría problemática. ¿Una solución política? Sí: bastaría con poner al
frente del Código Civil y del Código Penal este prefacio: "Del
cumplimiento de las leyes que siguen quedan eximidos los políticos, que no
obstante quedarán sujetos a las soluciones políticas que los propios políticos
consideren ajustadas a política".
Sea
como sea, el sentir nacionalista juega con ventaja: su reino no es de este
mundo. (Su república, al parecer, tampoco.) Se sustenta en un factor
difusamente sagrado. Y a ver cómo se soluciona un conflicto político que se
origina en la teología.
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qué bueno, me parece un punto de vista muy literario, muy lúcido felipe y muy imaginativo y en tu lenguaje tan sutil. Da gusto leerte. Un abrazo
ResponderEliminarTampoco das una solución, pero al menos respondes al desconcertante comportamiento de los políticos estos; ahora resulta que la ex-presidenta del Parlament acata la Constitución y dice que la DUI fue eso, algo esotérica; claro está, lo dice bajo la espada de Damocles de la Justicia para tratar de librarse de la prisión preventiva; para ellos las palabras, las declaraciones, las resoluciones, las Leyes, etc... son meras pompas de jabón, palabrería difusa, sin referentes bien definidos y acaban arrastrando a la sociedad en ese abismo de indefinición e inseguridad; de todas las afrentas que la mentira es capaz de cometer la peor es la destrucción palpable de la realidad o de parte de ella. Una verdadera Revolución habría consistido en un componente ideológico novedoso y reconocido por la generalidad o una buena parte de la sociedad europea; lo que han pretendido es una involución de tamaña repercusión como lo es la corrupción, bajo una excusa de querer alejarse de ella cuando en su seno y origen hay una escandalosa cuadrilla investigada. La lucidez estará en dar soluciones generales al ejercicio de la política a nivel nacional y europeo y hacerles ver que el desapasionamiento -Ay!- es la única vía para comprender todo esto.
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