Primera copia completa, en papel, de la novela.
448 folios.
Ahora empieza otra fase: la de la tinta roja.
sábado, 31 de enero de 2015
viernes, 30 de enero de 2015
SUELTOS
De haber nacido en el siglo XII o por ahí, ¿a qué se hubieran dedicado nuestros actuales vicepresidentes de diputación?
Una norma de aplicación universal: "Mis corruptos son incorruptibles".
Lo de Bárcenas es como lo del conde de Montecristo entreverado de Mariano Ozores.
Los que pasan más frío durante el invierno son los picaportes.
lunes, 26 de enero de 2015
domingo, 25 de enero de 2015
VERDADES Y MAYÚSCULAS
El concepto de “verdad” es uno de
los más cuestionados -generalmente con métodos ramplonamente sofísticos: “¿Qué
es la verdad?”, etc.-, y a la vez uno de los más prestigiados, hasta el punto
de que a veces incluso caemos en la tentación de escribir esa palabra con
mayúscula: la Verdad,
pues una mayúscula tiene la virtud no sólo de elevar tipográficamente cualquier
cosa, sino también de ascender a rango de ente inmortal y mitológico a lo que
se le ponga por delante, así sea la Jefatura Provincial
de Tráfico o el Real Club Deportivo de La Coruña. Una mayúscula,
en fin, propulsa y eleva, y no digamos las mayúsculas concatenadas: la Agencia Nacional
de Evaluación de la Calidad
y Acreditación, por ejemplo, también conocida como ANECA. Ante una cascada como
esa de mayúsculas, uno se siente gozosamente intimidado, y es una lástima que
las mayúsculas no tengan una pronunciación específica: alguien debería proponer
a la Real Academia
Española (otra que tal) que la fonética de las mayúsculas se diferenciase de la
de las minúsculas con un registro de voz una octava más alta, para no liarnos
ni perdernos ese disfrute.
No
seré yo, desde luego, quien arrastre por el fango algo tan elevado como la
“verdad”, sobre todo porque estoy convencido de que la verdad existe, aunque el
problema es que la mentira somos nosotros, los que intentamos buscar verdades
en nuestro paso más o menos melancólico por el mundo. Y así no hay manera:
desde la mentira que somos, ¿qué verdades vamos a engendrar? Aunque creamos estar
formulando una verdad incuestionable, será mentira. Y si decimos una mentira,
no haremos sino ser fieles a nosotros mismos, a la verdad esencial de nosotros
mismos, los mentirosos.
Creo,
no sé, y ojalá me equivoque, que hemos inventado el concepto de “verdad” por la
misma razón por la que hemos inventado El Dorado y el Olimpo, el alma inmortal y
los duendecillos cantores de los bosques encantados, los gamusinos y el mito de
la Atlántida:
sencillamente porque somos unos mentirosos.
Aplicado
a la política, el concepto de “verdad” deja de ser un concepto imaginario para
convertirse en un concepto cómico. En política no son verdad ni las
matemáticas, ya que en unos presupuestos generales, pongamos por caso, dos más
dos no son lo que suelen ser en la vida ordinaria, sino una especie de número
de cualidades esotéricas sujeto a la interpretación y a la controversia, cuando
no a la pura bronca parlamentaria. Nuestros políticos parecen haberse dado
cuenta mejor que nadie de que con la verdad no se va a ninguna parte, y menos
que a ninguna parte a un sillón presidencial o a una poltrona ministerial, de
manera que se han visto obligados a refinar el arte de la mentira hasta un
extremo que ya quisieran para sí los adivinos televisivos de la madrugada.
Mienten sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro. Mienten con los
datos, con las estadísticas y con las previsiones. Mienten ante los
periodistas, ante los jueces, ante nosotros y sobre todo se mienten entre
ellos. Mienten con tanto convencimiento, que hasta parece mentira tanta
mentira.
Y
eso tiene un mérito, la verdad.
.
sábado, 24 de enero de 2015
EL ESPECTÁCULO
Un congreso de personas adultas en el que algunos van subiendo a un
estrado para contar grandes mentiras heroicas que son aplaudidas
devotamente por los engañados, que consideran un privilegio que sus
ídolos sociológicos les mientan.
.
jueves, 22 de enero de 2015
jueves, 15 de enero de 2015
martes, 13 de enero de 2015
lunes, 12 de enero de 2015
LO INVISIBLE
Uno de los grandes méritos de
nuestras tandas sucesivas de políticos consiste en haber creado instituciones y
organismos de espectro más o menos pintoresco y muchos de ellos con apariencia
–al menos a primera vista- de inutilidad. Aun así, no duda uno que esa telaraña
burocrática tiene una eficacia indispensable para la buena marcha de la
realidad común: ¿qué sería de nosotros sin el Centro Militar de Veterinaria,
pongamos por caso, o sin el Observatorio Joven de Empleo, también conocido como
OBJOVEM, desde el que se imagina uno a varios expertos observando, de 8 a 3, cómo el desempleo
juvenil alcanza el porcentaje esperanzador de casi el 54%? (Por no plantear la
pregunta escalofriante de qué sería de España si a alguien no se le hubiera
ocurrido crear el Observatorio del Transporte y la Logística o patrocinar la
Obra Pía de los Santos Lugares de
Jerusalén, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores.)
La creación de
instituciones y organismos oficiales requiere, de entrada, un golpe de
inspiración de índole artística: intuir un vacío en la realidad y llenarlo con
unas oficinas, con un logotipo, con unas siglas, con un director general, con
un subdirector general, con un secretario general, con un subsecretario general,
con unos cuantos funcionarios especializados en la materia hasta entonces
desconocida y con lo que sea menester, que nunca suele ser poco. Hay un no sé
qué esencialmente artístico en esa labor, ya digo. Algo teológico también: un
crear desde la nada. Y algo esencialmente mágico: sacarse de la chistera una
agencia estatal o un observatorio autonómico. Por menos de eso, hay gente que
se inmortaliza en las enciclopedias.
Lo
que a ningún político se le ha ocurrido, al menos de momento, es la creación
del Centro Estatal para la
Prevención de la Invisibilidad
Política. (El CEPIP, como si dijéramos.) ¿Y cuáles serían las
funciones de ese organismo? Bueno, varias, por supuesto, pero quizá la esencial
consistiría en impedir que determinadas gestiones políticas y extrapolíticas de
los políticos se hicieran invisibles no ya para la ciudadanía, que está de
sobra habituada no sólo a las invisibilidades, sino también a las opacidades,
sino sobre todo para los políticos mismos.
Pongamos,
no sé, algunos ejemplos… Ana Mato no vio el Jaguar que tenía su marido en el
garaje de la vivienda familiar. Tania Sánchez no vio la empresa de su hermano:
la parte contratante de la parte contratante. Nadie vio los sobres de Bárcenas.
El recién jubilado Alfonso Guerra nunca vio a su hermano Juan. En Blesa no se
fijó nadie. Nadie miraba a Urdangarín. Aguirre no vio a Granados. Nadie se paró
a observar a los Pujol. La gente sólo se fijaba en las gafas oscuras de Fabra,
no en Fabra. Etcétera. El CEPIP evitaría eso.
Aunque, bien mirado, ¿qué mejor ley
de transparencia que esa invisibilidad?
. (Publicado el sábado en la prensa)
sábado, 10 de enero de 2015
jueves, 8 de enero de 2015
LO INVISIBLE
Ana Mato no vio el Jaguar de su marido.
Tania Sánchez no vio la empresa de su hermano.
Rajoy no vio a Bárcenas.
El recién jubilado Alfonso Guerra nunca vio a su hermano Juan.
En Blesa no se fijó nadie.
Nadie miraba a Urdangarín.
La exreina no miraba al exrey y viceversa.
Nadie se paró a observar a los Pujol.
La gente sólo se fijaba en las gafas oscuras de Fabra, no en Fabra.
Etcétera. Etcétera. Etcétera.
¿Y aún reclamamos más transparencia?