Uno de los grandes méritos de
nuestras tandas sucesivas de políticos consiste en haber creado instituciones y
organismos de espectro más o menos pintoresco y muchos de ellos con apariencia
–al menos a primera vista- de inutilidad. Aun así, no duda uno que esa telaraña
burocrática tiene una eficacia indispensable para la buena marcha de la
realidad común: ¿qué sería de nosotros sin el Centro Militar de Veterinaria,
pongamos por caso, o sin el Observatorio Joven de Empleo, también conocido como
OBJOVEM, desde el que se imagina uno a varios expertos observando, de 8 a 3, cómo el desempleo
juvenil alcanza el porcentaje esperanzador de casi el 54%? (Por no plantear la
pregunta escalofriante de qué sería de España si a alguien no se le hubiera
ocurrido crear el Observatorio del Transporte y la Logística o patrocinar la
Obra Pía de los Santos Lugares de
Jerusalén, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores.)
La creación de
instituciones y organismos oficiales requiere, de entrada, un golpe de
inspiración de índole artística: intuir un vacío en la realidad y llenarlo con
unas oficinas, con un logotipo, con unas siglas, con un director general, con
un subdirector general, con un secretario general, con un subsecretario general,
con unos cuantos funcionarios especializados en la materia hasta entonces
desconocida y con lo que sea menester, que nunca suele ser poco. Hay un no sé
qué esencialmente artístico en esa labor, ya digo. Algo teológico también: un
crear desde la nada. Y algo esencialmente mágico: sacarse de la chistera una
agencia estatal o un observatorio autonómico. Por menos de eso, hay gente que
se inmortaliza en las enciclopedias.
Lo
que a ningún político se le ha ocurrido, al menos de momento, es la creación
del Centro Estatal para la
Prevención de la Invisibilidad
Política. (El CEPIP, como si dijéramos.) ¿Y cuáles serían las
funciones de ese organismo? Bueno, varias, por supuesto, pero quizá la esencial
consistiría en impedir que determinadas gestiones políticas y extrapolíticas de
los políticos se hicieran invisibles no ya para la ciudadanía, que está de
sobra habituada no sólo a las invisibilidades, sino también a las opacidades,
sino sobre todo para los políticos mismos.
Pongamos,
no sé, algunos ejemplos… Ana Mato no vio el Jaguar que tenía su marido en el
garaje de la vivienda familiar. Tania Sánchez no vio la empresa de su hermano:
la parte contratante de la parte contratante. Nadie vio los sobres de Bárcenas.
El recién jubilado Alfonso Guerra nunca vio a su hermano Juan. En Blesa no se
fijó nadie. Nadie miraba a Urdangarín. Aguirre no vio a Granados. Nadie se paró
a observar a los Pujol. La gente sólo se fijaba en las gafas oscuras de Fabra,
no en Fabra. Etcétera. El CEPIP evitaría eso.
Aunque, bien mirado, ¿qué mejor ley
de transparencia que esa invisibilidad?
. (Publicado el sábado en la prensa)
Bien, Felipe. Quiero un cargo bueno en esa oficina de Invisibilidad, que ya sabe que soy especialista en lo que no se ve.
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