Es probable que, desde que el mundo es mundo, no haya habido dos nubes de forma idéntica, pues es condición natural de las nubes la versatilidad para asumir configuraciones singulares, lo que dice mucho a favor de su fantasía. (Y recordemos al filósofo Dilthey, que era de la opinión de que la fantasía poética es el fundamento de la creación libre.) Las nubes resultan muy elegantes cuando se deshilachan, y más aún si el atardecer se anima a teñirlas de un tono ambarino o purpúreo. Las nubes de la amanecida suelen ser espectrales, y más parecen manchadas que coloreadas, aunque también hay que tener en cuenta un factor ajeno a las consideraciones estéticas: casi nadie se levanta con demasiadas ganas de observar las nubes. Hay nubes obesas, de estructura fofa, que parecen carruajes de mercancía pesada encallados en el cielo, y no suelen presentar contornos definidos, de modo que son material de valor escaso para la industria imaginativa.
Por no se sabe qué razón, nos alegra el hecho de descubrir en una nube alguna semejanza con las cosas del mundo real o incluso del mundo figurado: el casco de un buque, la silueta de un duende barbudo con gorro frigio, el perfil de un dragón, el contorno de un sombrero… “¡Mira!”, decimos, y allá arriba está la nube con forma de quién sabe qué, pues suelen ser las nubes imprevisibles, por ese afán suyo de ser materia mágica, sujeta a mutaciones prodigiosas.
Al igual que cualquiera, las nubes tienen sus arranques de vanidad y hay veces en que deciden apoderarse por completo del cielo, sin dejar que el azul vanidoso brille en las alturas como el telón de fondo de un cuento de hadas. Se agrisa entonces el día, y es ese el color de los pensamientos melancólicos. Las nubes, convertidas en una sola nube, ponen una caperuza a la realidad, y bajo esa penumbra blanca tendemos a entristecernos y a pensar en la muerte, ya que nuestro ánimo, al ser muy frágil, se achica a la mínima, condenándonos de ese modo a bregar con lo sombrío.
Las nubes negras anuncian la lluvia, que es transparente. “Si las nubes de lluvia son negras, ¿por qué el agua de la lluvia no lo es?”, nos preguntamos. Y, antes de encontrar una respuesta, ya está lloviendo, y el agua que nos cae encima es pura y diamantina, y las calles se llenan de paraguas negros como las nubes negras, en un juego de simetría cromática.
Los pintores de cuerda paisajística retratan a las nubes, y siempre las sacan favorecidas, en virtud quizá de la armonía de la composición, porque mal quedaría en un cuadro de voluntad lírica una nube con forma, no sé, de olla a presión, pongamos por caso. Las nubes pintadas son siempre perfectas y están donde tienen que estar.
Conocí a un jubilado que se entretenía con la elaboración de un catálogo de nubes: a mediodía, se asomaba a la ventana de su cocina y se dedicaba durante un rato a inventariarlas. “Nube con forma de perro, al norte. Nube con forma de lancha motora, al noroeste”. Y así daba vuelo a su ocio, en buena parte porque la vida consiste en distraernos de la vida.
Las nubes nocturnas, por su parte, sirven de velo a la luna cuando está llena, que tiende a ocultarse, avergonzada quizá de su desnudez de dama errante que busca a su Pierrot de madrugada.
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"...la vida consiste en distraernos de la vida". Las nubes no pueden ni imaginar lo que has escrito de ellas. Pobrecillas, siempre avanzan distraidas. Saludos.
ResponderEliminarTu blog siempre me ha recordado al último libro del maestro Benedetti, "Vivir adrede", por su excelente lirismo prosaico de la cotidianeidad.
ResponderEliminarCuídate, feliz Navidad.
¿Prosaico? Siempre me ha sonado peyorativo ese adjetivo, Maese Indi. Reivindico la creación (inmediata, además) del adjetivo "prósico" como contraposición a "poético".
ResponderEliminar¿Hay algún académico de la lengua en la sala?
¿Y un médico? ¿Hay algún médico?
Excelente.
ResponderEliminarEnhorabuena por el nuevo diseño. Queda mucho más legible. Gracias de su lector.
ResponderEliminarEl último parrafín te ha salido de comparsista.
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