Un vecino mío se compró hace meses un perro, un cachorro de dogo de Burdeos que responde por el nombre de Odín, en recuerdo del supremo dios escandinavo.
Odín ya no es cachorro, porque el tiempo corre muy aprisa para los perros, y tiene en la actualidad la estatura de un poni. Como el perro está en edad de correr y de encontrar gusto en las expansiones territoriales, mi vecino lo sube a la azotea, y puede decirse que en la azotea vive Odín, pues allí se pasa la noche y el día.
A Odín le ha dado por ladrar, que es afición frecuente entre los perros, aunque con la peculiaridad de que él no necesita destinatario palpable para su ladrido, pues lo mismo les ladra a los pájaros que al viento, lo mismo a las nubes que a las almas en pena. Odín, para ejercer su derecho al ladrido, no distingue, en suma, entre lo visible y lo invisible, lo cual dice mucho a favor de su capacidad de pensamiento abstracto: si Odín no tiene a quién ladrar, se lo imagina.
Hasta ahí todo bien. El problema es que a los que hemos cogido la costumbre de dormir nos cae más mal que bien el hecho de que un perro se pase la noche entera ladrándole a la luna, por no señalar a nadie. De modo que, como el ser humano alimenta un fondo de alma vengativo, me compré la semana pasada un mono.
“¿Para qué se compró usted un mono?” Muy fácil: para desacreditar a Odín ante sus dueños. Cuando Odín está despistado, azuzo al mono para que salte a la azotea de mi vecino, y confieso que me provoca un placer malsano el hecho de verlo reguincharse en los tendederos, hacer acrobacias y revolear a discreción la ropa tendida, porque está el simio en edad de ensayar diabluras.
Mi vecino culpa a Odín de aquel desbarajuste, de modo que las sospechas no recaen en mi mono, al que he bautizado como Jumpy Dingo de Mozambique, por parecerme un nombre de reverberaciones aristocráticas.
Las cosas comenzaron a complicarse cuando Jumpy Dingo (etcétera) saltó a la azotea de otro vecino y le estranguló al loro, que, en el instante del crimen, tomaba el sol en su barra de cautivo. El dueño del loro asesinado dio en atribuir aquella fechoría a manos humanas, de manera que, para hacerse respetar por el vecindario, se compró anteayer un cocodrilo, al que puso de nombre Lagartón.
Dicho cocodrilo se pasa las horas flotando como un tronco macabro en una piscina hinchable instalada en la azotea, mientras que Odín le ladra al universo y que Jumpy Dingo se dedica a estrangular palomas, canarios y volatería en general, porque reconozco que ese mono me ha salido psicópata, hasta el punto de que mi único deseo con respecto a él consiste en que se lo coma Lagartón.
Y así están las cosas: Odín ladrando más y mejor que nunca, yo sin poder dormir, Jumpy Dingo convertido en el asesino en serie de todas las azoteas de la manzana y el cocodrilo aguardando la hora de hacer presa.
Se rumorea que una vecina ha encontrado a su gato ahorcado en la parabólica. Muchos vecinos se quejan de que su ropa tendida aparece desgarrada y tirada por el suelo. Hay quien asegura que ha visto el rabo de su perrita caniche flotando en la piscina del sigiloso Lagartón. Y así día tras día.
Por lo que a mí respecta, estoy barajando opciones para deshacerme del mono, y la que me parece más expeditiva consiste en comprarme un tigre.
Ya veremos.
(Ilustración: "Jumpy Dingo en los carnavales de Cádiz" (2009), por J. E. Bartolomé)
Muy bueno, Felipe, pero para tener un zoo no hace falta comprarse bichos, con los vecinos de cada bloque ya tenemos el zoo montado.
ResponderEliminarSaludos.
Desde luego.
ResponderEliminarVaya, Felipe, tienes en tu hábitat vecinal un bestiario de lo más descacharrante y pintoresco, dichoso y poco afortunado a la vez (lo digo porque, a lo mejor, o a lo peor, no sé, esto lo escribiste en una de esas noches de desvelo involuntario). Y sí, te recomiendo la adquisición de un tigre, que es siempre moralizante, según el horóscopo chino (risas), y si es tuerto, mejor que mejor, ya que que está sobradamente demostrada su mala espina en estos casos.
ResponderEliminarSalúdame a tu prosa de mi parte, por simpática e inteligente a un tiempo.
Muy bueno,muy bueno.
ResponderEliminarLa ilustración, una genialidad.
Felipe, joder, me has inspirado otro relato, quién me lo hubiera dicho, yo que creí siempre que solo haría poemas (me has redescubierto a mí mismo). Créeme, te lo digo en serio. No me queda otra que aplaudir una y otra vez la apertura de este Mercado de Espejismos (como Realidades). Gracias, maestro (nunca mejor dicho).
ResponderEliminarA ver qué te parece. Y que conste, que intentaré contener tanto entusiasmo, que tampoco es plan de bombardear tus palabras con las mías.
LOS ANTAGONISTAS
La del alba sería cuando -en un descuido tan propio de mí, mientras limpiaba la jaula de Héctor- Aquiles, mi gato persa dorado y sombrío (un regalo de los dioses que me hizo mi padre adoptivo hacía unos años como un arma –me dijo él- contra la soledad) acabó con la vida de su antagonista –el pájaro de mi novia, un pizón cebra diamante– clavándole una de sus garras con decisión y coraje en la base del cuello, pequeñísimo, me parecía ahora entre sus afiladas uñas. Estoy seguro de que Aquiles se sirvió del único lugar desprotegido por su armadura, quiero decir, de la indefensa jaula que yo había apoyado sobre el suelo. Y me dispensará el lector por no querer recobrar en estas líneas la lacerada imagen de Héctor ya vencido.
Si hubierais visto las lágrimas de Helena al enterarse: eran insufribles, como dicen que fueron los sollozos de Hécuba al ver a su amada criatura asida por los tobillos al carro de Aquiles. Nunca entendió por qué no recuperé los restos de Héctor, domador de silencios para siempre (él que apenas cantaba). Fui torpe y fui cobarde, y la prueba de ello es que me cuesta confesarlo. Pero cómo enfrentarme a la cólera de Aquiles, el de los ojos ardiendo como faros, tras rechazar el griego cualquier trato de honrar el cadáver de su víctima.
Ya habrán advertido mis oportunos confesores, a estas alturas de mi relato, que Aquiles es el único motivo de mis renovadas soledades. Yo sé que nunca le gustó a Helena, ni a ninguna otra. Y en contra de lo que pudo narrar Homero, también sé que Aquiles jamás fue o será amado por ninguna mujer. Incluso estoy pensando seriamente en sacrificar de una vez por todas la razón de mi infortunio y comprarme una lira o algo así con que paliar la ausencia de mi amada. Pero cómo enfrentarme a los ojos de Aquiles, tan brillantes y homicidas, yo que no supe renunciar a nada en nombre del amor.
Muy bien ese relato, Alejandro. Ánimo con el género, que suele ser muy agradecido a poco que se le dedique intensidad y precisión.
ResponderEliminarY me alegra mucho que este blog haya servido para algo: nada menos que para despertar una vocación.
Lo triste del asunto es que por desgracia mucha gente que tiene mascotas en casa no se preocupa lo más mínimo de mantener el respeto hacia los miembros de su comunidad e incluso muchos aprovechan las molestias que ocasionan para desquitarse torpemente y sin dar la cara de rencillas que mantienen con el resto del vecindario.
ResponderEliminarTener una mascota, ya sea un perro, tigre o serpiente cascabel, es una seria responsabilidad que hay que asumir, sin dejarse llevar exclusivamente por el afán de protagonismo que alguno de estos propietarios enarbolan con torpe y a veces risible semblante.
Buena crónica. Te seguiré visitando.
Saludos.
Mcartney