lunes, 21 de octubre de 2024

DEPREDADORES


 (Publicado en prensa)


En los últimos tiempos se ha diluido mucho la diferencia entre ver un telediario y ver un documental sobre animales salvajes. Por ejemplo, los leones se comen a las gacelas, a los búfalos y a casi todo lo que se le ponga por delante, incluidos animales de apariencia tan poco comestible como los elefantes o las jirafas. Intimidan, además, a los demás felinos, que bastante tienen con ser los parientes pobres del rey de la selva. Aparte de eso, los leones macho se pelean entre sí, se pelean también con las leonas, el león que destrona al macho alfa de una manada asesina a los vástagos del destronado, y así todo: un jaleo permanente. Un día a día que es un puro calvario, del que solo se libran los animales que tienen la suerte de acabar en un zoológico, por más que haya quienes consideren que los zoológicos son una aberración. No sé: si yo hubiese nacido gacela Thompson o incluso tigre de Bengala, hubiese dado cualquier cosa por caer en una trampa y acabar en el zoológico de Fuengirola, pongamos por caso, que es el equivalente animal de vivir en un chalet con piscina en la Costa del Sol. 

       Por si fuera poco, cuando los leones abaten una presa, aparecen las hienas, con sus risitas sarcásticas, y si superan en número a los leones y leonas, los espantan y el banquete les sale gratis… a menos que aparezca una manada de perros salvajes y ahuyenten a las hienas. Mientras las hienas o los perros salvajes disfrutan del festín, los buitres esperan, impacientes, para rebañar los restos.

         (Si decidiésemos extrapolar ese comportamiento al que vemos habitualmente en el Congreso de los Diputados, tal vez podríamos buscar algún que otro paralelismo, aunque confieso que ahora mismo no se me ocurre ninguno en concreto).

         Los cocodrilos también tienen lo suyo, ya que por algo son cocodrilos. Según quienes han estudiado su dietética, un cocodrilo puede pasarse hasta tres años sin comer, lo que no quita que no pase ni siquiera un solo segundo de su vida sin pensar en comer. Cuando los ñus y las cebras emigran en busca de pastos y se ven obligados a cruzar un río, los cocodrilos se dan la tragantona, y ya tienen reservas calóricas para una temporada, hasta que sus manjares nómadas hagan el camino de vuelta. (Aun así, si eres un turista aventurero, recuerda que no resulta recomendable bañarse en un río cuajado de cocodrilos, así estén ahítos, porque lo más probable es que también te coman, aunque sea sin ganas). 

     En otro ámbito, un político puede pasarse cuatro años en la oposición, pero no pasará ni un solo minuto sin ansiar el poder, y en ese tiempo soñará con devorar a sus contrincantes, por la sencilla razón de que es un cocodrilo… Perdón, quise decir por la sencilla razón de que es un político. Que ya se lía uno un poco con las especies animales.


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lunes, 7 de octubre de 2024

APARICIONES

 


(Publicado en prensa)

En buena medida, y hechas todas las salvedades, la política tiene mucho que ver a veces con las apariciones de la Virgen sobre una zarza. Me explico…

         Un día de tantos, alguien anuncia que la Virgen, bajo alguna de sus múltiples advocaciones, se le ha aparecido sobre la zarza de una finca preferiblemente improductiva y sin vallar, y a ser posible cercana a un núcleo urbano, para de ese modo facilitar las futuras peregrinaciones. A poco que haya suerte, esas peregrinaciones no suelen tardar en producirse por parte de los vecinos, con la esperanza de ser testigos de una nueva aparición, posibilidad que, por desgracia, niega la estadística: con una sola aparición, el asunto va que chuta, lo que no quita que los devotos repentinos vayan allí a rezar, a pedir favores y curaciones, o tal vez simplemente a disfrutar de unos minutos de éxtasis místico, ya sea individual o –mejor aún- colectivo. 

         Como no hace falta decir, las personas elegidas por la Virgen como beneficiarias de su aparición ascienden a la categoría de entes semidivinos mediante una especie de beatificación civil, sin necesidad de someterse a los estrictos estándares vaticanos. (Sin ir más lejos, la aparición de la Virgen a cuatro niñas en un descampado próximo al Palmar de Troya dio pie a que se armase allí la de Troya, con catedral neobarroca y papa cismático incluidos). Luego viene, en fin, el negocio, que arranca con la venta de estampas y reliquias -de la zarza en cuestión no queda ni una rama- y que, si la cosa va como tiene que ir, empieza a prosperar gracias a las donaciones de los fieles y a la Divina Providencia.

         En política también cuentan mucho las apariciones: aparece de pronto un pretendiente al poder y promete no el paraíso celestial –aunque a veces también-, sino algo más tangible: el paraíso en la tierra. Se trata de una promesa difícil de cumplir, pero muy fácil de formular, que es de lo que se trata: activar la fantasía del pueblo soberano, que a menudo está predispuesto a hacer suyas las más soberanas tonterías. 

         Al contrario que la Virgen, el aspirante al poder se hace omnipresente, para de ese modo dar cauce a su retórica publicitaria, que casi siempre lo es de redención: el denunciante del caos global que se proclama el profeta de un futuro fabuloso. De inmediato, aparecen sus fieles, convencidos de que el ejercicio de la política consiste en hacer lo que uno promete y no lo que uno buenamente puede. Pero el discurso –milagrosamente- cuela. Y no digamos si –milagrosamente- al candidato en cuestión se le aparece sobre la zarza no la Virgen, sino una bolsa con 100 000 euros. 

         Y que no acabe la fiesta.


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